El puchero

Teresa Santos

Todos vamos hacia la 3ª edad

HAY un maltrato estructural con respecto a nuestros mayores. Es lo que se ha dado en llamar edadismo, una actitud discriminatoria en función de la edad. Mientras se está en el mercado laboral ya se van sufriendo las consecuencias de cada nuevo cumpleaños. Las empresas privadas en general premian todas las virtudes que se atribuyen a la juventud, dinamismo, capacidad para emprender y aprender, y se castiga el estancamiento que se atribuye a las plantillas con más antigüedad, y encima los más jóvenes suponen un menor coste, argumento de primer nivel en el mundo empresarial.

Con el paso de los años hay puertas que se cierran y que difícilmente se vuelven a abrir. No es tarea imposible, pero casi, conseguir un contrato laboral digno y que tenga en cuenta la experiencia , si se ha tenido la mala fortuna de cumplir los 45 en el desempleo.

Esa falta de respeto a la experiencia se experimenta más tarde de forma mucho más contundente. Se explica que un alto porcentaje de nuestros mayores se nieguen a salir de sus casas por mucho deterioro físico que lleguen a tener porque, al menos en un pequeño nido, nadie va a decidir por ellos sin preguntarles, despreciando su opinión.

Mi colega Leonor García publicaba el lunes en este periódico un interesante reportaje sobre el maltrato a los ancianos. Uno de los más comunes es el psicológico. Damos por hecho que los hijos vamos a saber cuidar de nuestros padres, pero las estadísticas demuestran que cuando el cuidado se prolonga durante años, hay un porcentaje indeseable de casos en los que se produce un lamentable relajamiento de la atención en cuanto a las necesidades del anciano. Si la vida no los lleva antes, los ancianos acaban dependiendo física y emocionalmente de sus cuidadores y cuando el cuidador no es una persona con equilibrio emocional es el anciano el que se convierte en víctima. Puede acabar aislado, ignorado o abandonado a su suerte y, además, sintiéndose culpable de su situación. Una de las características más significativas del perfil del maltratador de mayores es su escasa habilidad para afrontar el esfuerzo. De ahí que muchos cuidadores acaben reprochando una y otra vez al anciano el trabajo que da, sin pensar que esa es ya en sí misma una actitud de maltrato.

Cuidar de nuestros mayores no solo es una obligación recogida en nuestro Código Civil, es también una tarea que requiere preparación.

Leonor García revelaba ayer en su artículo que alrededor de 5.000 ancianos pueden estar sufriendo maltrato según los datos de los que disponen los médicos de familia de la provincia de Málaga, y de ellos, 3.000 serían casos de maltrato por omisión, por abandono.

Si esto ocurre ahora imaginen lo que puede pasar cuando el papel de cuidador le toque a esas generaciones que hemos criado entre algodones...

De una sociedad que no fomenta la generosidad y la entrega, no se puede esperar mucho.

Los que hoy pasan de sus mayores también serán ancianos dentro de tres telediarios. Deberían pensarlo.

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