Sueño con que llegue el día en el que las llamas no sean las protagonistas del verano. Sueño con que el fuego no devore joyas naturales ya de por sí amenazadas por mil factores externos. Sueño, en definitiva, con que de una vez nos concienciemos todos de que nuestros actos, en muchas ocasiones imprudentes, pueden tener consecuencias catastróficas.

Hacer barbacoas, quemar restos agrícolas, tirar una colilla o circular con un vehículo motorizado por donde son prácticas terminantemente prohibidas en la considerada época de mayor riesgo de incendios y, sin embargo, hay quien se lo salta a la torera. Los efectos, en algunos casos, son de sobra conocidos.

Cuando se limitan actos de este tipo no es por gusto. Está demostrado con creces que la mayor parte de los incendios que cada aaño devoran nuestros montes son debidos a negligencias como esas. Pero parece no entrarnos en la cabeza y cada verano se repite desgraciadamente la misma historia.

Ni que decir tiene que a los imprudentes, se suman los que sencillamente no tienen perdón. Los que provocan a conciencia uno de estos fuegos merecen atención a parte. Por venganzas, afán de protagonismo, problemas psiquiátricos o por mera maldad en estado puro, los pirómanos haberlos haylos.

Quizás todo sería distinto si las penas en estos casos fueran mayores, si los procedimientos judiciales no se dilataran tanto en el tiempo y si la sociedad ejerciera una verdadera presión para exigir más contundencia contra estos viles actos. Muy pocos terminan en la cárcel, a pesar de que algunos dejan atrás incluso víctimas mortales por culpa de su imprudencia o su provocación. Y eso, desde luego, resulta ridículo a estas alturas.

No hay que irse muy lejos para demostrarlo. El presunto autor de uno de los mayores fuegos sufridos en la provincia, ocurrido en agosto de 2012, ni siquiera se ha sentado aún en el banquillo pese a que la supuesta quema de restos de jardín que hizo en un día de terral arrasó más de 8.000 hectáreas, acabó con la vida de tres personas y ocasionó incontables daños materiales.

Por más que dispositivos contra incendios, como el Infoca en Andalucía, se afanen cada año por mantener a raya las llamas, mientras la sociedad y la justicia no castigue con contundencia estos actos no habrá un verano sin llamas.

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