RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

La verdad de los hechos

VENGO a aclarar la verdad de los hechos y a defender mi honor", ha declarado Iñaki Urdangarín frente al juez Castro. Después, casi veinte horas de respuestas en una línea férrea, impasible y blindada, de rostro duro y convencido de sí, como cuando jugaba a balonmano, en ese bloqueo consciente de cualquier grieta abierta en su defensa; aparentemente, al menos. El caso Urdangarín acaba de arrancar y sus consecuencias, ahora mismo, son imprevisibles. Para empezar, ha puesto en la palestra un debate que parecía dormido -dejando a un lado las iniciativas bulliciosas de sacar la bandera republicana a la calle, sí, pero sin el imprescindible planteamiento sistemático-: el de la necesidad y la legitimación de una monarquía parlamentaria. Las respuestas habituales entre los defensores de la monarquía son dos: el papel histórico del rey Juan Carlos I durante la Transición -especialmente, el 23-F- y la necesidad de un Jefe del Estado. A partir de la segunda respuesta, viene el siguiente juicio: que, con respecto a los presupuestos generales, saldrá siempre mucho más barato un rey que un Jefe del Estado.

El caso Urdangarín, a pesar de su defensa escurridiza -o precisamente por ella- puede quebrar este último presupuesto: porque quizá un rey sea más rentable que un Jefe del Estado, pero toda la progenie, más o menos frondosa, a la que luego también hay que colocar, definitivamente no. Además, ¿para qué es necesario un Jefe del Estado? ¿Por qué no vindicar, más allá del debate entre monarquía o república, un parlamentarismo presidencialista en el que no fuera necesaria la figura del Jefe del Estado? ¿Para qué es necesario? ¿Para acudir a las cumbres internacionales? Para eso, en teoría, ya tenemos a un ministro de Asuntos Exteriores. Como para casi todo: Pesca y Ganadería, Educación, Defensa, Industria… Más allá de lo elegido democráticamente en las urnas -mejor o peor, con listas abiertas o cerradas, con programas que luego no se cumplen y ese engaño más o menos consciente que asumimos, todos, tras el escrutinio-, ¿realmente es tan necesario, para el funcionamiento de nuestro país, un Jefe del Estado?

Con la lupa puesta sobre la letra pequeña de la Historia, sigo creyendo que nuestro rey Juan Carlos ha sido no ya necesario, sino imprescindible, para alcanzar la paz social que trajo consigo nuestra Transición, tan digna de ser criticada -ahora se lleva mucho- como reivindicada, como modelo de entendimiento y generosidad. Pero de eso hace treinta años, y el caso Urdangarín pone la lupa sobre la actualidad. En una sociedad -no sólo en España- corrompida hasta la médula, en la que hasta se cuestiona alegremente la necesidad de proteger las garantías procesales de cualquier encausado durante la fase de Instrucción, yo me quedo, al final, con esas veinte horas minuciosas del interrogatorio del juez Castro. Sin poder judicial, esto es el fin.

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