COMO era previsible, las elecciones autonómicas se celebrarán el 25 de marzo, tal como anunció Griñán el miércoles pasado. Así que, sabiendo que quedan poco más de dos meses, los engranajes electorales de los partidos, que haberlos, haylos, están ya dando los últimos retoques a la que va a ser, probablemente, la campaña más dura que hayamos conocido. Y va ser así porque el PSOE que, por vez primera, afronta unos comicios andaluces con una alta probabilidad de salir derrotado, tiene que ir a por todas, para conservar lo poco que le queda. Por su parte, el PP, que también vive la situación inédita de comenzar la batalla andaluza con todas las bazas a su favor, sabe que tiene en sus manos la oportunidad de protagonizar un cambio histórico en Andalucía.

El optimismo realista del PP, además de estar avalado por lo resultados de las pasadas generales y municipales, y los sondeos de intención de voto para las autonómicas, cuentan con ese altísimo porcentaje de andaluces -el 73% que reflejaba la última encuesta del IESA- que se manifiestan partidarios de un cambio político en Andalucía. Ese cambio, evidentemente, no puede ser otro, dentro de la lógica electoral, que un gobierno del PP.

Ni siquiera la estrategia de Griñán de convocar las elecciones en solitario, pensando que las primeras medidas del Gobierno de Rajoy le iban a dar munición suficiente para la contienda, parece que tengan muchas posibilidades de convertirse en una trinchera eficaz para contener el tsunami de las anteriores elecciones. La verdad es que el personal ya tenía hecho el cuerpo a los ajustes antes de que se produjeran, e incluso a los que puedan venir, porque son muchos más lo que creen que, dada las circunstancias, no había más remedio que hacerlos, que los que opinan que se podían haber evitado.

Por eso, el PP, que no sabe exactamente lo que se va a encontrar si consigue los votos necesarios para gobernar Andalucía, y está el ejemplo de las desagradables sorpresas a nivel nacional, no debería meterse en demasiadas concreciones a la hora de hacer su oferta electoral. Es muy posible que, cuando llegue el momento de la verdad, entre lo que quiero y lo que puedo, haya una brecha insalvable. Por eso, valen los principios generales. Es decir, austeridad, control del gasto y del déficit, reducción de la maquinaria burocrática y, sobre todo, ejemplaridad, limpieza y honradez en los comportamientos que, después de esa droga dura de los ERE, se reclaman con urgencia.

Así que, tal como están las cosas, hay que ser conscientes de que la gente prefiere las dudas razonables, a las crueldad del engaño. Por eso, y en lo que valga, me permito sugerir un lema de campaña: Ya veremos.

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