Tiene razón el presidente de la Academia de Bellas Artes de San Telmo, José Manuel Cabra de Luna, cuando afirma que "si no fuera por lo seria que es la cuestión, parecería un chiste". Lo que pasa es que para determinados aspectos grotescos la especie humana es capaz de partirse de risa y echarse temblar al mismo tiempo. Al principio, cuando lees la resolución de Medio Ambiente con la que la Junta justifica la vía rápida para el hotel del puerto, te acuerdas sin remedio de Paco Gandía: "No se trata de que la Bahía de Málaga, como valor natural, se vea alterada permanentemente por la modificación el Plan Especial, sino que determinadas vistas o perspectivas de la misma sí se verán afectadas por la existencia del hotel propuesto, y estas vistas son fácilmente modificables en función de la ubicación del observador". Brutal. No habíamos caído en que si el observador mira hacia Cártama en lugar de hacerlo hacia la Bahía, el hotel no causará impacto visual alguno. De modo que la misma vía rápida viene a ser una cuestión democrática: si a usted no le gusta la torre de 135 metros, tiene todo el derecho del mundo a mirar a otra parte para no encontrársela. Ni los independentistas catalanes habrían formulado un argumento más delirante. Y resulta que el mismo sirve para dar luz verde a una construcción que, por más que miremos a Cuenca, partirá un perfil en el que la ciudad viene reconociéndose desde hace tres mil años. Y ya está, no pasa nada. Al cabo, estos tres mil años tampoco nos ha ido tan bien. Uno se pregunta si Málaga no se merecería un pelín de más escrúpulo, más mimo, más atención y más consenso sobre los proyectos definitivos; si, por respeto a los malagueños, no habría sido pertinente que la Junta hubiese atendido, por lo menos, a la petición de su Centro de Estudios Paisaje y Territorio (que por otra parte no viene a decir más que lo obvio: piensen un poco en las consecuencias antes de meter la pala que la jugada es de órdago). Pero luego ves al grupo municipal de Ciudadanos pidiendo más prisa y más madera y entonces llegas a la conclusión de que no, de que Málaga no se lo merece, vamos adelante con esto a las bravas. Y si destruimos el paisaje, pues uno menos. Habría que ver lo cara que le habría salido a la Junta la vía rápida si asomara la disconformidad local.

No sé ustedes, pero con el alcalde, la Junta, Ciudadanos y el silencio del PSOE a cuenta de lo que diga la madre superiora en total unanimidad por ver levantado el coloso cuanto antes no puedo dejar de pensar en una tarta de la que todos quieren su trozo, y lo quieren ya. Parece que hay quienes tienen aquí mucho más que ganar, pero nadie ha tenido ni siquiera la gentileza de explicar qué beneficios traerá el hotel a Málaga más allá de la cantinela de la creación de empleo, cuando lo que sabemos al respecto es que el empleo que genera la hostelería es en su mayor parte altamente volátil, inestable y de escasa rentabilidad social. Alguien me replicaba con todo el convencimiento que un hotel así no crea ciudad, pero sí vende ciudad, y justamente de esto se trata: de vender. En el momento en que sonaron amenazas de impaciencia en los inversores, la política se apresuró a extender la alfombra roja sin muchos reparos a la hora de atropellar a los ciudadanos. Ahora, al menos, ya sabemos cuál es el precio de Málaga. A ver cuál el es ricachón salvador que se decide a comprarla.

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