Valor añadido

Carmen Calleja

¡Es la vida...!

TENGO una amiga, con quien mucho quiero y a quien quiero mucho, que a veces termina un comentario de algo sucedido con un "¡es la vida!". Repasando los asuntos a los que pone tal colofón, caigo en la cuenta de que se trata de situaciones injustas, o paradójicas, o que no han tenido el desenlace apropiado. Yo misma, cuando hablamos de casos en que se dan estas circunstancias, le remato: "¡Es la vida!".

Podría decirse que la edad nos ha hecho resignadas porque, estoy segura, treinta años atrás las mismas circunstancias que comentamos hubieran desatado nuestra furia, toda nuestra energía y habríamos combatido, acaso infructuosamente, esos resultados inicuos de los comportamientos humanos. Como me calificó por entonces un querido periodista: la galerna hubiera irrumpido, sin reparar si me era dado incidir en la cuestión, y sin más miramientos que a la idea del bien, nítido; o sea a los ideales que, sin matices, son hijos directos de la utopía.

Sin embargo, nuestro resumen de "es la vida" se identifica más con estamos ante una realidad que nos excede, que con no hay nada que hacer y así será siempre.

Todo el mundo habrá visto una ayuda desmedida por razones de corporativismo que, tal vez, no cuadra como el guante a la mano respecto de la mejor opción. O la protección excesiva a un hijo débil frente a otro fuerte que queda sin su parte de lo que sea por el desigual trato, lo que, dicho sea de paso, perjudica más que ayuda al hijo vulnerable. O un ascenso en la vida profesional o social por el rédito que el favorecido reportará a su mentor, frente a otros, tal vez más valiosos pero que generan menos retribución o devolución del favor.

Naturalmente que los supuestos de decisiones mejorables ocupan el lugar que otras, óptimas, debieron haber tenido. Es más, mi amiga y yo, cuando rubricamos un asunto con "¡es la vida!", estamos queriendo decir que nosotras hubiéramos procedido de distinta manera. Pero que no está en nuestras manos remediar el asunto.

La diferencia con una resignación, sin más, está en que seguimos sabiendo qué es lo bueno y lo malo, siempre con sus zonas grises, de acuerdo con los valores y principios en que uno cree. No se trata de asumir los condicionantes a que otros se rinden como el paradigma de lo correcto. Es, en todo caso, un reconocimiento de la frecuencia con que el ser humano toma el camino más corto, más rentable o el de menor esfuerzo. Cuando decimos "¡es la vida!" nos referimos a pautas que se repiten con tanta asiduidad que parecen ineluctables. Pero no lo son.

Se puede ser buen conocedor de la condición humana sin perder, por ello lucidez y voluntad. Y sólo conociendo bien los resortes de la realidad se puede aspirar a cambiarla.

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