HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Otro viejo fanatismo

Las ideas políticas de vocación totalitaria no quieren exactamente la supresión de la Iglesia, sino su control o sustituirla. Más bien lo primero; pues, si no, no se entienden las pataletas de los no creyentes por la doctrina de una religión que no les obliga. Por el camino del análisis hay otros matices pero las conclusiones son las mismas. En China hay una iglesia católica que no obedece a Roma y que en lo doctrinal no se diferencia en nada de la romana. A los obispos los nombra el Gobierno y éste les dirá qué pueden decir y qué no en pastorales y homilías. El catolicismo romano es clandestino. El socialismo, antes de dividirse en comunismo ateo y fascismo pagano, pensó de verdad que las religiones tenían sus días contados porque el pueblo sería feliz en la tierra, una vez eliminados los individuos perversos contrarios a la felicidad, bajo unas dictaduras provisionales tan amantes del pueblo que lo harían llorar. Tanto quiso el diablo a su hijo que lo ahogó en un abrazo.

El concilio Vaticano II, tan necesario para otras cuestiones, facilitó el marxismo cristiano o el socialismo cristiano y apareció la teología de la liberación, que era el camino al revés: el marxismo y sus hijos políticos sólo podían haber aparecido en sociedades cristianas, eran consecuencias del cristianismo. Para conseguir la unión contradictoria y desandar el camino de la historia de las ideas religiosas y políticas, había que desterrar de la mente humana el sentido de lo sagrado y expulsarlo de los templos. Los misterios de la existencia humana quedarían suficientemente explicados por los científicos adeptos. Pusieron de moda entre los progres la parapsicología, investigaron la existencia y visita de extraterrestres, el espiritismo y cualesquiera misterios que explicaran los misterios. El primero, que sepamos, en darse cuenta de que por ahí no se va ninguna parte en la guerra contra los sentimientos religiosos fue Napoleón. Secuestró al papa y se coronó Emperador. Los franceses, todavía aterrados por el experimento revolucionario, se serenaron al volver a lo de toda la vida.

Si a quienes sufren transposiciones y desmayos con las palabras de los obispos les ocurrieran los mismos accidentes con las de los guías espirituales de otras religiones y sectas, nos creeríamos de verdad que van en serio con lo del laicismo. Ellos tienen un sentimiento religioso-político terrenal, sin sagrado y sin misterios, que sería respetable si dejaran en paz los de los demás. La espiritualidad humana no sólo es religiosa. El laicismo tiene profetas, mártires, dogmas y herejías, pero sin sagrado y en la tierra. Ahí le duele. Nunca ha conseguido controlar a las religiones, porque el sentido de lo sagrado no se satisface con paraísos terrenales ni con ectoplasmas llegados del plano astral. El laicismo y su secta más tonta, el anticlericalismo, es una religión todavía en etapa fanática.

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