El cuentagotas

Eugenio / chicano

De visita

EN mis tiempos de niño, siete u ocho años, ir de visita era un suplicio. Había que estar preparado en una gran cantidad de reglas de educación, urbanidad, compostura y demás, que tenías que aprender y ejercitar con naturalidad y soltura. Saber sentarse, no hablar alto ni pedir nada, prohibido discutir o entrometerse en las conversaciones y así hasta llegar a tener una cierta presencia simpática y elegante. Claro, lo más natural para nosotros -mis hermanas y yo- era permanecer callados todo el tiempo transcurrido en la visita. Mi madre notó nuestro mutismo y nos recomendó llevar algún comentario aprendido que fuera de actualidad y exponerlo con sencillez. Para ello, empecé a leer algunos periódicos y memorizar algunos sucesos que a mi entender pudieran ser interesantes. Mi próxima visita fue a mi tía Soledad, hermana de Enrique Navarro. Cumplida la merienda, una señora me preguntó: "¿Qué tal el colegio?". Y sin ningún rubor le contesté: "En Madrid, un taxista le ha hecho a una señora la cesárea con un cortaplumas." ¡Figúrense el resto!

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