Crónica personal

Pilar Cernuda

Y viva España

NUNCA se había visto tan espectacular ola de españolidad, jamás la bandera española había significado tanto, se había lucido con tanto orgullo. La selección española ha hecho mucho más que ganar a la alemana: con un gol, con un solo gol, ha borrado del mapa posiciones políticas, polémicas sobre el significado del término nación, ha echado por tierra las exclusiones de los nacionalismos más radicales y ha sacado a la superficie lo mejor de los españoles. La españolidad en estado puro, con el himno sin letra y envueltos los ciudadanos, sin complejos, en la bandera roja y gualda.

La selección ha igualado a todos los españoles. Saltaron como resortes, con un grito de entusiasmo, cuando el gol de Fernando Torres; vivieron a punto de infarto los minutos finales, se abrazaron cuando el árbitro dio por terminado el partido y se quedaron pegados ante el televisor siguiendo las imágenes de la euforia, los abrazos de los jugadores, la espontaneidad de los Reyes y Zapatero en la tribuna, las declaraciones de un Rajoy que demostraba saber mucho de fútbol.

Fue importante ganar, hacía falta además tener un motivo generalizado de satisfacción en tiempos económicamente amargos; pero más importante aún ha sido el entusiasmo colectivo, el viva España de ciudadanos de todas las edades, ideologías y estatus. Todos vibrando al mismo tiempo y pronunciando los mismos nombres, todos con la selección española sin tener en cuenta procedencias de los jugadores. Todos formaban parte del equipo de Aragonés, el equipo de todos los españoles, como se ha visto estas semanas últimas, cuando la selección iba abriéndose camino hacia la final.

La gente se echó a la calle en Barcelona, Valencia, Madrid, Bilbao, Sevilla, en todas las ciudades y pueblos, hubo reuniones de españoles ante el televisor en países lejanos, todos con la selección. Las exigencias nacionalistas quedaron disueltas como un azucarillo en el entusiasmo colectivo, presumieron de españoles los que andaban a vueltas con que si primero eran vascos, catalanes, gallegos o lo que se terciara y, después, españoles; la bandera se convirtió en signo de triunfo, de que se puede ganar cuando se pone empeño, la bandera fue símbolo de que se puede presumir con el nombre de España por delante.

Los muchachos de Aragonés han sacado a la superficie lo mejor de los españoles: una entusiasta forma de expresarse, el abrazo compartido, los besos, las lágrimas de emoción. Hubo notas negras en esa noche de gloria, algaradas que se salieron de madre y varias docenas de heridos, pero incluso esas algaradas estaban provocadas por el entusiasmo de sentirse españoles un día que el nombre de España se pronunciaba con respeto, con admiración.

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