La ciudad y los días
Carlos Colón
Madriguera, homenaje y recuerdo
Cambio de sentido
Semana y pico después del atentado contra Donald Trump, no dejo de pensar en sus zapatos como el más potente símbolo. Yerran quienes se vendan la oreja en plan groupie, han escogido la metáfora incorrecta. Como preconizaron los Monty Python en La vida de Brian mientras levantaban la sandalia, “¡El zapato es la señal, sigamos su ejemplo!”.
Instantes después de que a Trump le descerrajaran un tiro que a punto estuvo que volarle los sesos, lo que pide con insistencia son sus zapatos: que le dejaran ponerse los zapatos antes de levantarse. Se les habían salido de los pies. “Let me get my shoes”, repetía. Hay que reconocer que el candidato desorejao –no lo digo tanto en sentido real como en el figurado– no tiene un pelo de tonto. Sabe que es preferible perder la oreja a salir descalzo del intento de asesinato.
De los accidentes aéreos, el fuselaje en llamas no estremece tanto como los zapatos sin dueño en el lugar de la catástrofe. De los bombardeos nos conmueve el zapatito de un bebé entre los escombros. De los atentados, la sangre que encharca los zapatos de quien huye herido. De los difuntos, sus zapatos de difunto. Al que le lustran los zapatos cobra aires de señor. Como máscaras romanas, nos representan. Sé de alguno que se dejaría matar antes de usar chanclas. En los hombres de poder los zapatos son, más aún que una corona, la forma imprescindible de investidura: la corona o el galón son por añadidura, pueden faltar; sin embargo, la carencia de calzado arrebata la potestas. En las mujeres el calzado no deja de ser simbólico hasta el fetiche, mas adquiere otras connotaciones.
Hay que ser muy grande para salir ileso del acto de ser despojado de las vestiduras, sobre todo de las que conciernen a los pinreles, que a punto están de ser partes pudendas. Y más grande aún para mostrar autoridad mediante el gesto de lavar los pies a otro. Me estoy acordando, obviamente, del Cristo, ese al que tanto nombran, en vano y con soberbia, esos adictos al poder sin poderío. Hay que ser muy digno para mostrarse descalzo. Y ni Trump ni ningún dirigente internacional actual resisten esa prueba de fuego. Lamento decepcionarles: el rey no va desnudo sino que no es más que sus zapatos. Los actuales reyes del mambo son poco más que caretas, bótox, tiaras, palios, corbatas, gominas, tacones, mitras, capas, gorras, pelucos, peluconas, falsas modestias, golpes de pecho y eslóganes de pacotilla. Dientes de oro cuyo brillo nos deja eclipsados. Y zapatos, zapatos, zapatos.
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