Tribuna

Manuel Gracia Navarro

Ex presidente del Parlamento de Andalucía

Qué Andalucía queremos

Junto a las medidas fiscales aprobadas, el Gobierno de la Junta de Andalucía está dando pasos para acentuar su estrategia privatizadora

Qué Andalucía queremos Qué Andalucía queremos

Qué Andalucía queremos / rosell

La polvareda que ha levantado la decisión del presidente de la Junta de Andalucía de suprimir el Impuesto sobre el Patrimonio a los casi 17.000 andaluces que tributaban por ese concepto, con un impacto en los recursos públicos de unos 100 millones de euros menos, me suscita algunas reflexiones. No se trata de una medida aislada, sino que continúa la política fiscal emprendida en la legislatura pasada, en la mayoría de los casos aliviando la carga fiscal de las rentas y patrimonios más pudientes, con el argumento global de que es mejor para la economía andaluza, para la generación de riqueza y de empleo, que el dinero en vez de ir a las manos de la Hacienda Pública lo haga al bolsillo de los contribuyentes.

Lo que hace que esta política fiscal sea preocupante y grave no es sólo que forma parte de una estrategia para mermar las posibilidades de los poderes públicos de intervenir proactivamente en la eliminación de las causas que originan la desigualdad que sufre la mayoría de la sociedad andaluza, sino el hecho de que es una pieza clave en la estrategia global de la derecha para ir imponiendo un modelo social, económico, político y cultural que, en nombre siempre de la sacrosanta libertad, devaluará a medio y largo plazo el modelo de Estado del Bienestar puesto en marcha y desarrollado a lo largo de casi cuarenta años y configurado en el Estatuto de Autonomía, dando lugar, así, a una sociedad menos inclusiva, más individualista y menos cooperativa.

Una sociedad más individualista porque junto a las medidas fiscales, el Gobierno de la Junta está dando pasos para confirmar y acentuar su estrategia privatizadora en la prestación de servicios esenciales para la ciudadanía: junto a la política en materia educativa - especialmente en la FP y las Universidades - y en la sanitaria, con el incremento de los conciertos y la externalización de pruebas diagnósticas, entre otras, viene ahora a sumarse la voluntad preanunciada de privatizar las políticas de saneamiento y agua, y la política de ordenación territorial dirigida a incrementar la presión de la actividad especulativa, subordinando los aspectos medioambientales y de preservación de la población en el territorio a la voracidad de la iniciativa privada bajo el disfraz de la tan cacareada colaboración público-privada. Se trata en todos los casos de presentar lo público como menos eficiente que lo privado, más costoso, y menos respetuoso con la libertad individual que, según parece, es a partir de ahora el santo y seña de la derecha andaluza gobernante.

Por este camino ahora reforzado nos podemos encontrar con propuestas como la privatización de los museos y los espacios visitables de nuestro patrimonio monumental, de los teatros y espacios escénicos, y de los circuitos de música, danza, teatro y cine que tanta vida cultural le proporcionan a muchos de nuestros pueblos. El mecanismo es siempre el mismo: dado que un servicio o una dotación de equipamiento social resulta más barato con gestión privada, por qué no privatizarlo. Lo que no se cuenta es lo que implica esa decisión desde el punto de vista de la igualdad de condiciones de cada persona para el uso y disfrute de esos servicios y los derechos a ellos vinculados. Igual que en la educación y la sanidad, el problema es que la privatización esconde el germen de más desigualdad, porque ni todas las familias tienen las mismas posibilidades para escolarizar a sus hijos en un colegio que tiene uniformes, organiza actividades complementarias muy caras y tiene cuotas de la AMPA elevadas, ni todos los enfermos pueden pagarse el copago de farmacia y otros gastos sanitarios para huir de las listas de espera de la sanidad pública, ni todo el mundo tiene dinero para gastarlo en visitar museos o asistir a conciertos de música clásica.

En suma, el problema es que la derecha que nos gobierna en Andalucía tiene una agenda oculta que responde, a pesar de revestirla de mucho diálogo y moderación, a la cultura del supremo valor del beneficio y del egoísmo. Andalucía se parecerá cada vez más a Madrid, donde cada cual va a su bola -"menos yo, que voy a la mía"- como afirma el dicho popular, donde miles de familias malviven para que sus hijos vayan a colegios concertados que les cuestan un buen dinero, además de pagarse una póliza de seguro sanitario privado, con los índices más elevados de mendicidad de España, y mientras, miles de ciudadanos sobreviven en los albergues y comedores sociales, los índices de delincuencia de bandas armadas son crecientes, pero, eso sí, gozan de la mayestática libertad de tomarse unas cañas y unos vinos donde, cuando y con quienes quieran. ¿Ésa Andalucía es la que queremos para nosotros y para nuestros hijos y nietos?

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