Tribuna

Fernando castillo

Escritor

Los Camelots de Trump

Los Camelots de Trump Los Camelots de Trump

Los Camelots de Trump

El asalto al Congreso de los Estados Unidos el pasado 6 de enero de 2021, una fecha histórica y quizás con repercusiones insospechadas, y su ocupación durante cuatro horas por una turba radical, espoleada por el presidente saliente, el republicano Donald Trump en una intervención incendiaria, no era más que la culminación de la retorica agresiva desplegada desde antes de su llegada al poder e incrementada a raíz de su inasumida derrota electoral ante el demócrata Joe Biden. En su más martingala que estrategia de jugar al límite de las reglas del juego, Trump y quienes le apoyan -esa amalgama de Proud Boys, QAnon, Tea Party, miembros del Ku Klux Klan, ultraconservadores y neocon radicalizados- han bordeado los límites del golpe de Estado al presionar a la institución esencial del sistema político americano en el momento de la proclamación del nuevo presidente. Una ocasión nada casual.

Se ha comparado lo sucedido en Estados Unidos con la Marcha sobre Roma en octubre de 1922 que llevó al poder a Benito Mussolini y a los llamados Fasci di combattimento, esquivando los procedimientos del sistema parlamentario italiano. Quizás se ha establecido la comparación por aquello de la llegada a Washington de cientos de militantes trumpistas desde la América profunda y rural, dispuestos a mostrar su apoyo al líder más allá de las instituciones y principios que dice defender. En realidad y con todos los riesgos que acompañan las comparaciones históricas, lo ocurrido en Washington recordaría más por el modo de desarrollarse los acontecimientos y por su resultado, con los sucesos que tuvieron lugar el 6 de febrero de 1934 en París. Unos hechos que culminaron la tensión surgida a raíz de la aparición del affaire Stavisky y de la corrupción política que afectaba al Gobierno de coalición de radicales y socialistas, al tiempo que confirmaron el agotamiento de la III República y la división de la sociedad francesa que se explicitaría durante el Gobierno de Vichy y la Ocupación alemana. La manifestación masiva de las ligas de extrema derecha como la Croix de Feu y de grupos paramilitares como los Camelots du roi, coincidieron en la Plaza de la Concordia con el objetivo de asaltar la Cámara de Diputados al otro lado del Sena. Un intento que se remató con nueve muertos, el desprestigio de la democracia parlamentaria y el auge de las ideologías autoritarias y fascistas.

Las similitudes con lo ocurrido en Washington son grandes, como lo es también la división de la sociedad americana, pues no hay que olvidar que más de un tercio de los votantes republicanos comparten las teorías conspirativas de Trump acerca del fraude electoral y, como él, no aceptan el resultado de las urnas. La machacona propaganda extremista en las redes, que con Sarah Pallin y el Tea Party dio un salto cualitativo, ha llegado al paroxismo tóxico con Donald Trump. Unos principios que han encontrado terreno abonado en las nuevas redes sociales y en una sociedad muy heterogénea, con problemas de identidad y racismo, con acusadas diferencias económicas y un Estado ultraliberal que no las mitiga. El empleo de estas redes por el republicano Trump para difundir consignas en un particular Aló Presidente, ha sido tan intenso como torticero, mostrando que es un personaje sin formación ni vocación política, que al fin es vocación de servicio a la sociedad, procedente del mundo empresarial, que no se siente vinculado a las exigencias institucionales y del juego democrático. Si entre las cualidades de un buen político está saber cuáles son los limites de sus iniciativas y las consecuencias de las mismas, hay que reconocer que Trump no ha sabido calcular los efectos de la apuesta lanzada desde su derrota electoral, explicitada en la intervención pública en la que arengó a sus particulares y algo más rudos Camelots du roi del Medio Oeste, para que impidieran la investidura de Joe Biden en el cercano Capitolio, lo que revela la crisis de la sociedad americana. Una arenga que seguro tendrá alguna repercusión judicial y que hubiera causado el horror de Alexis de Tocqueville al ver como Hébert y los sans culottes han cruzado el Atlántico. Ahora falta que el partido Republicano se dé cuenta.

El asalto, o su intento, a las cámaras de los representes -sea el realizado por las FARC colombianas, los guardias de Tejero o las ligas de combatientes francesas-, las proclamas para tomar palacios de invierno, supuestamente para profundizar en la democracia, así como las campañas que buscan su desprestigio con ese "no nos representan", son una misma cosa: una negación del Estado democrático y de las reglas del juego político. O sea, populismo autoritario, algo ya conocido en Europa desde los años de entreguerras, que conviene esquivar dado lo sucedido.

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