Tribuna

alfredo fierro

Psicólogo, filósofo y escritor

Decisiones: los políticos y los científicos

Decisiones: los políticos y los científicos Decisiones: los políticos y los científicos

Decisiones: los políticos y los científicos

A las preguntas sobre el Covid-19 están intentando dar respuestas los científicos: microbiólogos, virólogos. La pregunta del millón no es ya la del origen sino la de la vacuna. Por ahí se va: en busca de ese laico Grial. Las preguntas de filósofos y moralistas, de intelectuales e ideólogos escudriñan en otra dirección: qué significa, qué puede o debe significar esta crisis en la historia de la cultura humana, en la evolución del Homo sapiens.

En perspectiva evolucionista se acuñó recientemente (año 2000, Paul Cretzen) la denominación Antropoceno para este periodo geobiológico en que la actividad humana está modificando algunos ecosistemas del planeta. En esa perspectiva, extrapolando mucho, hay opinantes que, más allá del origen puntual de la pandemia en un mercado chino de animales vivos, conjeturan y atribuyen el origen en última instancia al maltrato que la humanidad tecnológica viene dando a la naturaleza, al medio ambiente, contaminando tierras, mares y aire. La conjetura es útil en cuanto puesta al servicio de instar a la preservación del medio. Pero no explica las pestes medievales cuando la pobre humanidad solo se maltrataba a ella misma, no a la naturaleza. Es, además, demasiado ambiciosa -¿metafísica, metabiológica?- como para poderla discutir racionalmente con los datos disponibles. Con estos, en cambio, sí cabe abordar algunas cuestiones de calado que plantea esta crisis planetaria: sobre gobernanza y ciencia, sobre políticos y científicos frente a decisiones trascendentales.

No se trata ya de si gobernantes y administradores han de favorecer al máximo la investigación, la ciencia, sobre todo en lo que toca a la salud y bienestar de los ciudadanos. Esto va de suyo; y no debería ser necesario pelear por lo evidente. La cuestión es si, y en qué medida, los científicos habrían de contribuir a la gobernanza, a la toma de decisiones.

Tiene tradición filosófica el gobierno de los sabios: Utopía de Tomás Moro, República de un Platón, al que señaló Karl Popper como antecedente de ideas totalitarias. También hay tradición de despotismos ilustrados y no solo en el siglo XVIII. Ahora bien, sin deslizar hacia un autoritarismo ilustrado, en coyunturas como la actual ¿no habrían de ser científicos quienes tomaran las riendas o al menos configuraran las decisiones?, ¿deberían ser no solo escuchados, atendidos, sino de obligado cumplimiento su criterio y consejo? La dificultad reside en que en este asunto por el momento tampoco los científicos pueden ofrecer un consejo unánime; y también ellos yerran. El problema, como siempre en decisiones vitales, es que estas se toman en condiciones de información incompleta en los mejor informados y de incertidumbre en los más expertos.

La práctica médica se enfrenta en casos límite a decisiones de vida o muerte: así, ante determinadas intervenciones quirúrgicas. En tiempos no muy lejanos no era raro que en un parto difícil se planteara qué vida salvar: ¿la de la madre o la del hijo? La moral católica lo tenía claro: la del hijo; la iglesia decidía por él, a favor de él. Pero en verdad ¿quién tiene en ese caso derecho a decidir: ¿la madre, la familia o la iglesia? Y puestos a dilemas éticos intratables, ojalá solo hipotéticos, teóricos: a falta de respiradores, ¿a quién salvar?, ¿al joven o al anciano?

Decisiones relativas a la pandemia, que afectan a países enteros, no tienen más análogos relevantes que los de entrar en una guerra defensiva. ¿Fue éticamente correcta la decisión de pararle los pies, las botas, a Hitler con una guerra que costaría decenas de millones de muertes? Ni después de medio siglo hay consenso al juzgarlo. Tampoco será fácil enjuiciar éticamente, cuando esto pase, las decisiones políticas para la contención del Covid-19. ¿Cómo poner en la balanza a la vez la salud pública, las libertades restringidas, el PIB, el desempleo, las muertes ciertas, las vidas presuntamente salvadas? El juicio de los ciudadanos lo irán dando las urnas cuando las haya. El juicio de la historia no lo conocerá la presente generación; y nadie está autorizado a invocarlo.

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