Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Desmesura

La UE, secas sus raíces históricas, olvidada la Europa de las catedrales y la Ilustración y corroída por el buenismo, ha dejado de ser un proyecto sugestivo de vida en común

Desmesura Desmesura

Desmesura

Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza son, según el pensamiento cristiano, las más altas virtudes humanas tanto en la persona como en los pueblos; valores que en cierto modo vienen a completar (no a sustituir) antiquísimos principios morales de la sociedad aristocrática de la protohistoria: el valor en el combate, la lealtad hacia los amigos, el respeto a los ancianos y al alto rango divino de oráculos y profetas. Un conjunto de imágenes simbólicas (ya cristianas, ya venidas de los orígenes de la Historia) que se resumen en el sentido de la medida, contrafuerte de líderes y etnias. La moderación y el equilibrio; la libertad del individuo protegida por la valentía y el orden. Es esta la ideal mesura de una colectividad formada por hombres libres, ordenados, valerosos y fuertes, la que la prestigia. Su contraimagen sólo puede ser así la desmesura anárquica o totalitaria cuyo punto más alto se alcanza en los nacionalismos destructores de imperios civilizatorios y de la misma civilización.

Innecesario, por de sobra conocido, aludir a la irracionalidad y la ignorancia que alimentan todo nacionalismo. Pero la Historia (al contrario de lo que pretende dictar la Ley de Memoria Histórica) no es simple ni lineal, sino llena de matices y ramificaciones; de modo que el nacionalismo también puede ser medido, virtuoso e incluso necesario para la supervivencia de los Estados-Nación. Entonces lo llamamos patriotismo.

Resulta aleccionador para el estudioso de la Historia Contemporánea el repaso atento de los sentimientos nacionales de unos y otros pueblos en este siglo XXI. Países como Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Rusia o incluso China conservan vivo su culto a la bandera, a los antepasados, los ritos patrióticos y el recuerdo de glorias antiguas, lo que les permite seguir en primera línea manteniendo su prestigio y el respecto de las otras naciones. Tierras que deciden y cuentan. Hay asimismo pueblos que en un relativo corto espacio de tiempo han mantenido unas relaciones ondulatorias con el sentimiento nacional; el caso más radical y llamativo fue hasta casi anteayer el de Alemania. A partir de la fundación del II Reich, obra de Bismarck, y durante toda la Época Guillermina, existió un fuerte sentimiento nacionalista de tipo cultural entre los intelectuales alemanes: la cultura alemana era entendida como muy superior a la supuesta mediocridad de las democracias. La Gran Guerra se presentó en los ámbitos intelectuales germanos como un enfrentamiento entre Kultur (alta cultura y vida espiritual) y el materialismo inglés, francés y yanqui; Americanismo lo llamaron. Basta para comprobarlo la obra de Thomás Mann Consideraciones de un apolítico (1918), donde se defienden sin tapujos tales ideas; ideas de las que el propio Mann renegaría durante la República de Weimar. Porque con Weimar todo cambió, si bien por poco tiempo: el triunfo de Hitler supuso la resurrección de un nuevo nacionalismo más fuerte y brutal del que tampoco escaparon intelectuales de alto rango como Martín Heidegger, primer rector nazi de la Universidad de Friburgo. Cuando este filósofo mantiene que sólo la lengua griega y la alemana son aptas para el pensamiento profundo va más allá del mismo nacionalismo radical para penetrar en los tenebrosos territorios del racismo.

Al lado de semejantes desmesuras hoy, por el contrario, otros pueblos y gobiernos con olvido de su Historia se amoldan a una presencia modesta en el llamado concierto de las naciones; pueblos siempre prestos a la rendición ante cualquier amenaza exterior que sólo pueden esperar en el mejor de los casos un mediocre futuro.

No son pocos los países de Europa que han optado por esa áurea mediocritas, por una civilización alejandrina. La propia Unión Europea a la que tanto quisimos y de la que tanto esperábamos, secas sus raíces históricas, olvidada la Europa de las catedrales y la Ilustración y corroída por el buenismo, ha dejado de ser a la espera de los bárbaros un proyecto sugestivo de vida en común. "Puesto que los talibanes han ganado, debemos entendernos con ellos", dijo Borrell en nombre de la UE veinticuatro horas después de la entrada de los bárbaros en Kabul. España, mientras tanto, carente de todo nacionalismo virtuoso -encuestas solventes existen al respecto- contempla un proceso separatista que, conseguida ya de facto la separación de Cataluña, aguarda el reconocimiento oficial, internacional y legal. Fecha fijada: año 2030.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios