Tribuna

alfredo fierro

Político filósofo y escritor

Largas "vacaciones" del 2020

Largas "vacaciones" del 2020 Largas "vacaciones" del 2020

Largas "vacaciones" del 2020 / rosell

Llamar "vacaciones" al largo cierre de aulas no es irónico, sino bien triste. Más que tristes, trágicas, fueron las que un film de Jaime Camino apodó Las largas vacaciones del 36. Aquel verano algunos profesores y maestros fueron fusilados por la sola circunstancia de pillarles el 18 de julio en el lado equivocado. Otros muchos hubieron de exiliarse. Universidades y escuelas quedaron diezmadas. Se resintieron los alumnos de aquel año como también se resentirán los de 2020.

En el 36 muchos estudiantes fueron movilizados incluso sin estar en la edad militar. En abril de 1938 la República hizo la leva o "quinta del biberón": unos 30.000 reclutas por debajo de los 18 años declarados aptos para matar o más bien morir. Ahora, en cambio, niños y jóvenes han estado inmovilizados más de dos meses. Ningún joven por fortuna ha sido llamado a filas. Pero habrá que evaluar las secuelas del encierro en casa y del cierre de los centros educativos en todos los niveles: desde la escuela infantil hasta la Universidad. Sobre todo en educación primaria se habrá ahondado la brecha de clase social y cultural en los niños: según el uso, o no, de los recursos de enseñanza virtual, no al alcance por igual en todas las familias; según también la capacidad y la disposición de los padres para ayudar educativamente a los pequeños. De igual modo que el parón económico ha dañado en medida muy dispar según actividades, sectores, empleos, profesiones, también el de la docencia presencial ha afectado, aunque los desperfectos son más difíciles de evaluar y cuantificar que los de la economía, donde la "reconstrucción" va a llevar, dicen, no menos de dos años. ¿Y la reconstrucción educativa?, ¿para cuándo se prevé y se trabaja para que los educandos se hayan recuperado de los daños?

El regreso a las aulas no podrá ser y no será como en septiembres anteriores. Sobre todo en la Universidad, pero también en el Bachillerato y ciclos profesionales, habría de adquirir mucho peso, según materias, la enseñanza online. ¿No se sabía ya y estaba dicho hasta la saciedad que la "lección magistral" universitaria carecía de sentido en una cultura audiovisual y digital? Pues ahora es buena ocasión para despedirla. La enseñanza presencial para mayores de 18 años debería reservarse mayormente para tutorías, seminarios y prácticas, siempre a sabiendas de que la docencia a distancia nunca puede colmar la falta o la inoperancia de la presencial. Desde esa edad, además, habría de fomentarse la autodidaxia: los estudiantes debieran estar en posesión de las herramientas para aprender por sí mismos, para buscar y encontrar las fuentes de información, de conocimiento, de consulta, y organizarlas en su cabeza.

En la enseñanza obligatoria resulta indispensable la cercanía física del profesor, del maestro, también la cercanía entre los compañeros. Ni en el amor ni en la educación vale lo virtual por la presencia. Toca a las autoridades sanitarias señalar cómo hacerla compatible con el distanciamiento necesario; y a las educativas traducirlo a reformas drásticas en la organización escolar, en su caso en el comedor y el transporte escolar, y en medidas de higiene y aislamiento (aulas-burbuja) en todos los espacios. Habrá que incrementar el número de docentes y reducir el de alumnos por aula, utilizar todas las instalaciones escolares, tener docencia al aire libre cuando se pueda, quizá montar aulas "de campaña" a semejanza de los hospitales cuando el "pico" de la pandemia, flexibilizar los horarios de profesores y alumnos, implementar innovadores modos de trabajo, de enseñanza/aprendizaje para educandos en pupitres separados, prever alternativas ante posibles contingencias adversas de rebrote o nueva ola, con cierre de algún centro o de varios.

Sanidad y educación son servicios esenciales públicos -con participación social- en una sociedad. La crisis del coronavirus ha puesto al descubierto las carencias del sistema sanitario y la necesidad de potenciarlo en profesionales y en medios. Se ha hablado mucho de ellas; no tanto, en cambio, de las del sistema educativo, que necesita no menos protección e impulso. También se ha disertado mucho sobre la evaluación de los alumnos, pero tan importante o más es evaluar el sistema escolar y el universitario, sus fortalezas y sus carencias, su funcionalidad y sus disfunciones, las evidenciadas en esta crisis, y extraer la lección práctica para una política educativa. No en último lugar: en los más pequeños, uno a uno, habrá que evaluar si los meses de reclusión han dejado huellas duraderas, miedos o manías, ¿heridas? En algún caso los desperfectos en el ánimo han podido ser más graves que los del aprendizaje escolar. A la escuela le corresponde descubrirlos y tratar de sanarlos.

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