Tribuna

josé antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología

Marruecos en el diván

Marruecos en el diván Marruecos en el diván

Marruecos en el diván

En el verano de 1791 el gran viajero polaco conde Jan Potocki recorre Marruecos. Es el primer occidental que no acude como espía, haciéndose pasar, como haría el español Domingo Badía, Ali Bey, por príncipe errante. No cae en la fascinación, y no se abandona "al sentimiento expansivo que experimentan los viajeros". "Soy -aclara- el primer extranjero que ha venido a este país bajo la simple condición de viajero".

Potocki, será el autor del Manuscrito encontrado en Zaragoza, publicado en 1805, redescubierto por el surrealista Roger Caillois en los años cincuenta. Historia de una fantasía desbordante, con guiños tan realistas, que transcurre en buena medida en Andalucía, que realmente deja atrapado al lector. Está claro que Potocki, amén de imaginativo era un observador sin par.

Cuando llega a Marruecos ya es un experimentado trotamundos que ha recorrido Egipto, Turquía y Túnez. Es decir, está familiarizado con el Oriente. A raíz de esta experiencia afirmará que hay que viajar sin impaciencia, vicio sólo conocido por los europeos.

Sus apreciaciones sobre Marruecos leídas en medio de la actual crisis nos pueden ofrecer alguna luz sobre las interioridades de quienes han desatado la furia de los vientos, y no saben cómo cerrar la caja de Pandora una vez abierta.

Sus agudas observaciones no están reñidas por el desconocimiento de la lengua: "La facilidad que encuentro, sin saber la lengua, para comprender las ideas de los demás y hacer comprender las mías, me ha convencido enteramente de que el conocimiento del conjunto de las nociones de un pueblo es mucho más esencial para conversar con él, que el de su lengua". Echa en falta, por ello, más que expertos lingüistas a conocedores de la cultura.

Sobre los límites del imperio jerifiano, objeto de disputa contemporánea hacia todos los puntos cardinales -Argelia, Mauritania, Sáhara, España-, escribirá el polaco que reconoce que "en Tombuctú se hace la plegaria por el Emperador", pero que "sin embargo, el país es completamente independiente". Es decir, observa una soberanía puramente nominal del sultán, algo así como la del papa sobre la cristiandad. Toda pretensión territorial es así fatua.

Para Potocki, África comienza tras el Atlas, ya que el resto es muy semejante a Andalucía, apuntando que "el imperio puede ser considerado geográficamente como un tejido con diferentes ramificaciones", donde se asienta la "indisciplina".

Para combatir esta esta indisciplina, el "emperador", o sultán, "inspira tal temor, que las felicitaciones que se reciben al salir de una audiencia son como si se hubiera escapado de algún peligro". Y se pregunta "por qué las personas en desgracia", ante su despotismo, "no abandonan el país". Por estar sus puertos muy vigilados, se contesta.

En contraste con este despotismo, subraya que los "árabes" son un pueblo igualitario, lo que lo demuestra que un instante después de la muerte del sultán se desate indefectiblemente la anarquía tribal. Por eso el sultán tiene que hacerse visible diariamente para el pueblo. "Si el Emperador de Marruecos se hiciera invisible durante seis días dejaría de reinar al séptimo". De ahí, la necesidad, antes y ahora, de estar siempre presente.

Sostiene un juicio que nos concierne directamente al ser un gran conocedor de España, y que contradice toda pretensión buenista, de ayer y de hoy: "El odio que los moros tienen hacia los españoles es muy fuerte". Y tiene adquiere especial fuerza en Tetuán, por el hecho de que "todos los habitantes de esta ciudad son descendientes de los moros de España". Nos ilustra incluso de la golpiza que recibieron unos ingleses que se hicieron pasar por españoles, para comprobar si la animadversión era real.

Para finalizar, y por lo que a nosotros concierne hoy: el 17 de agosto de 1791, presa de una furia largamente amasada, el emperador Muley Yazid decide poner sitio a Ceuta. Los españoles para distraer la atención envían una flotilla a bombardear Tánger. Este bombardeo fue soportado con entereza por los tangerinos, según Potocki. Pero lo más llamativo es que el sultán tras haber ordenado el sitio, y siendo incapaz de ganarlo, "envió a Cádiz a un cirujano y a un interprete español y les ha encargado que digan que no ha sido él quien había empezado las hostilidades". Termina comentando, que "creo que esto se llama en diplomacia llevar una política versátil". Cuando he leído esto, no pude dejar de pensar en las políticas oscilantes de Mohamed VI: incendiar y apagar.

Marruecos, recuerda Patocki, estuvo lleno de maristanes u hospitales de locos, donde quien fracasaba en política se refugiaba. El psicoanálisis en sus inicios, incluido Lacan, se interesó por estos establecimientos. A estas alturas, el sultanato alauita actual, tras haber conocido un aislamiento internacional sin precedentes, y no haber logrado ninguno de sus ambiciosos objetivos, quizás necesite restaurar algún maristán, para acoger a quienes lo han hecho fracasar.

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