Tribuna

javier gonzález-Cotta

Editor de la Revista Mercurio

El Padrenuestro de Rosalía

El Padrenuestro de Rosalía El Padrenuestro de Rosalía

El Padrenuestro de Rosalía

El culto católico se ha reabierto para los creyentes, al igual que el culto para otros credos. Está por ver si el sentimiento religioso, que según estudios sociológicos aumentó durante el confinamiento, continúa ahora con su cocción espiritual o si, como es probable, se diluye y desaparece como pequeño temblor en mitad del cataclismo.

El 20 de marzo, a la semana del encierro absoluto, la cantante Rosalía colgó un tuit con el Padrenuestro (37.300 Me gusta). Poco después el papa Francisco se empapaba bajo la lluvia junto al crucificado de madera de la iglesia de San Marcello. Su bendición urbi et orbe imploraba por el fin de la calamidad. Todos recordamos la circular plaza del Vaticano, vacía y mojada, como si fuera el insólito cráter de angustia que hubiese dejado un primer heraldo serio del fin de los tiempos.

Asimismo en La Meca, media docena de orantes permanecía frente a la Kaaba, mientras días después unos operarios desinfectaban el suelo alrededor de la Piedra Negra, el supuesto meteorito que el arcángel Gabriel entregó a Abraham. La pandemia podría ser una alegoría del gran castigo venidero. Blanca en origen, la fe mahometana cree que procede del Paraíso y que se fue ennegreciendo por el gran monto de los pecados de los hombres. Quienes aún cumplen con el Ramadán hasta el 23 de mayo, el iftar (el fin del ayuno) lo celebran en reclusión en sus hogares, con las familias reducidas y la alegría mermada por la adversidad.

Del Extremo Oriente hemos leído que en Japón ha habido un curioso repunte del sintoísmo, la religión nativa que da culto a espíritus de la naturaleza y a objetos que cobran una suerte de alma propia (los kami). En concreto ha surgido entre los nipones una especie de mascota, Amabie, que es un yokai, herencia del folklore local y de la miríada de creencias sintoístas. Su figura ha arrasado en miles de dibujos y recreaciones en las redes sociales.

Vimos primero cómo los judíos ultraortodoxos de Israel fueron amonestados por la Policía (a la que llamaron nazis) porque se saltaban el confinamiento en sus celosos barrios donde los tirabuzones bajo los negros sombreros no respetaban el distanciamiento. De entre la diáspora (hijos todos de la leyenda condenatoria de Ashverus), muchos judíos muertos por coronavirus en diversas partes del mundo han pedido ser enterrados en Jerusalén y por eso son enviados a Tierra Santa en aviones privados con gasto a cuenta de los deudos del finado. Desean descansar cerca del único vestigio que queda del Templo hasta la llegada del Mesías (los servicios funerarios se niegan a veces a manipular los ataúdes de los infectos).

Daríamos como signo inquietante del fin de los tiempos si notáramos que el ciclo de los días discurre raudo, si las semanas pasaran igual de aceleradas, y lo mismo los meses, y los años, que no tendrían tránsito ni medida hacia un futuro carente de significado. El Corán avisa que un guiño del gran Fin se dará cuando los días pasen en rápida sucesión inexplicable. En Estados Unidos, una encuesta sobre la que informó The Washington Post revela que la mitad de los norteamericanos ha reconocido haber rezado por el fin de la pandemia. Los credos del mundo han reflorecido, lo que nos hace recordar lo que decía Mircea Eliade acerca de la simbología cósmica que nos une y cómo el cristianismo, en particular, viene a santificar al mismo tiempo la madre naturaleza con la encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo.

Con esto de la desescalada, estamos sintiendo ya que el silencio sólido y maravilloso que nos envolvió en los días adversos no volverá. El silencio alcanza su prodigio cuando se vuelve sintiente y notamos el cálculo de sus tres dimensiones. En los días de Bizancio, tras la última guerra civil, Juan VI Cantacuzeno elevó el hesicasmo a doctrina de la iglesia ortodoxa. El hesicasmo era la práctica del silencio absoluto, de la calma (la hesychia). Los bizantinos, como Europa y Oriente, padecían justo en esta época de ascetismo renovado la devastadora peste negra del siglo siglo XIV (por primera vez la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén cerró sus puertas a los peregrinos, al igual que hoy, siete siglos después, por causa del coronavirus).

Decía Dostoievski que si alguien le demostrara matemáticamente que Cristo estaba equivocado, él seguiría a su lado. Al rezar el mundo cristiano por el fin de la pandemia, sin saberlo tal vez estábamos poniéndonos del lado de Dostoievski, creyentes y no creyentes sobre todo. También el miedo es una forma de la conversión. Está por ver, por tanto, si la vuelta al sucedáneo de la normalidad nos seguirá haciendo más religiosos íntimos o no. En el tiempo litúrgico del cristianismo pronto tendrá lugar el día luminiscente de la Ascensión del Señor. Será buena ocasión para ver si el Padrenuestro de Rosalía refulge como la luz en la luz o si sólo tuvo la evanescencia espumosa de un tuit.

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