Tribuna

Antonio porras nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

La deriva autoritaria

Ya sabemos que bajo los adoquines de nuestras ciudades no está la arena de la playa, sino la sombra del autoritarismo populista que se asoma a los pies de nuestra democracia

La deriva autoritaria La deriva autoritaria

La deriva autoritaria / rosell

Lo que era previsible que sucediera, ya está sucediendo: los estados de alarma prolongados en el tiempo colocan a los poderes del Estado en una situación de precariedad, donde la centralidad exorbitante del Ejecutivo y la débil situación de los derechos fundamentales configuran un escenario adecuado para la deriva autoritaria del sistema.

Es el gran riesgo de las democracias sometidas a situaciones de estrés duradero: la falsa creencia que algunos tenemos de que la democracia es un logro adquirido de una vez para siempre y de que, en consecuencia, todo sistema democrático se sostiene a sí mismo a lo largo del tiempo sin necesidad de una mayor precaución o vigilancia, se está demostrando en la práctica histórica como un error dramático. Al contrario, las democracias son mecanismos complejos y delicados que requieren de toda nuestra atención y cuidado para mantenerse incólumes a lo largo del tiempo.

Y no se trata ya de una simple cuestión de estilos: claro que, si el estilo bronco y gamberro de los Trump, Berlusconi o Maduro se contagia a algunos de nuestros dirigentes, ya tenemos una tendencia populista de la que no puede esperarse nada bueno. La panorámica de unas periódicas sesiones de Aló Presidente donde un supremo dirigente lleno de candor melifluo nos derrame sus bondades y nos pondere sus benéficas actuaciones ante una situación dramática, constituye una deriva negativa del sistema donde desaparecen alguna de las esencias de la democracia: la capacidad de crítica y la formulación de alternativas.

Mucho más peligroso es que se haya llegado a crear, mediante Orden Ministerial (!), una Comisión de la Verdad que filtrará y censurará todas nuestras opiniones si no se ajustan a la verdad estimada por el Gobierno. Una iniciativa que nos aproxima a escenarios orwellianos, donde nuestra buena memoria democrática sabe olfatear el terreno más próximo, el de la dictadura franquista. En un instante hemos dejado atrás de un plumazo aquellos gloriosos tiempos en que las libertades de información y expresión se consideraban como una garantía institucional del sistema, condición necesaria para la existencia de una auténtica democracia. ¿Acaso es que ya no lo somos?

Mayor complicación suscita el protagonismo de algunos de los sujetos que conforman la nueva mayoría: como la propuesta de rebajar el presupuesto del Tribunal Constitucional, el supremo órgano de control, que ya sabemos hacia donde se orienta. O como la pretensión de bregar a favor de sus respectivos corralitos privilegiados: porque las iniciativas de ERC o de Bildu tienen un claro sabor territorial, bien reconocible por todos los españoles. Se trata de conquistar beneficios colectivos a favor de los pueblos más ricos del norte de España, mientras a los bereberes del sur se nos dejan las migajas que queden de Bruselas. Que semejantes iniciativas se disfracen además como proyectos "de la izquierda" constituye una sorpresa adicional: ¿desde cuándo la izquierda actúa a favor de los ricos y poderosos y deja en la cuneta a los pobres y marginados? ¿Desde cuándo han dejado de apoyar la igualdad y la solidaridad entre pueblos y territorios?

Lo verdaderamente peligroso es la pasividad emergente de una sociedad narcotizada ante el riesgo de pandemia. Pero que todos estemos confinados ante la amenaza de nuestra salud colectiva no significa que no sepamos entender e interpretar las maniobras del Ejecutivo: un Gobierno débil y asentado sobre soportes precarios, que juega con la incapacidad legal de las comunidades autónomas para tratar de reforzar su propia posición, y que maneja los recursos mediáticos en modo populista, inundándonos de tuits y de fake news, hasta el punto de hacernos creer que no ha habido pactos con los etarras donde ha habido pactos con los etarras; o que se trata de luchar contra las fake news cuando es el Ejecutivo el principal creador y propagador de fake news; o que no se está menospreciando a la oposición cuando sólo falta pisarles el cuello.

Decían los estudiantes de mayo del 68 que debajo de los adoquines de París se encontraba la arena de la playa. Medio siglo después, ya sabemos que en realidad bajo los adoquines de nuestras ciudades no está la arena de la playa, sino la larga sombra del autoritarismo populista que se asoma a los mismos pies de nuestra democracia.

Cuando nos enfrentamos a tiempos de amenaza para nuestro Estado de Derecho, sólo el reforzamiento de los instrumentos del parlamentarismo democrático, sólo la reivindicación de nuestras libertades y la defensa de nuestro propio sistema de garantías nos permitirá sobrevivir a las consecuencias de la gran pandemia.

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