Tribuna

GERARDO HERNÁNDEZ LES

Presidente de Sociedad Civil Malagueña

Una encrucijada diabólica

Una encrucijada diabólica Una encrucijada diabólica

Una encrucijada diabólica

Nunca hubiéramos pensado hace años que, en España, pasaríamos por una situación política tan crítica como la que estamos experimentando en estos momentos. Es por ello por lo que, desde hace un año que fundamos Sociedad Civil Malagueña, estamos tratando de concienciar a los ciudadanos de la gravedad del problema y, con ese motivo, los convocamos el pasado 27 de octubre a una manifestación en defensa de la Constitución.

Tras cuatro elecciones celebradas en los últimos cuatro años seguimos sin formar un gobierno estable, lo que demuestra no solo la incapacidad de nuestra clase política, sino también el desmembramiento de una sociedad que ha llevado con su voto a veinte partidos al Congreso de los Diputados, con el concurso de una ley electoral irracional y hace tiempo desfasada.

En realidad, este es el final de un proceso de degradación que comenzó hace años y que tomó cuerpo con la llegada al poder de Rodríguez Zapatero que, en un ejercicio de insensatez absoluta, desenterró todos los fantasmas de la Guerra Civil, rompió el bloque de fuerzas que hizo posible la Transición y con ella los consensos que fraguaron la democracia, y puso en marcha un proceso que debutó con el Pacto del Tinell y el Estatuto de Cataluña, y que solo nos podía llevar al desastre. Su sucesor, Mariano Rajoy, recondujo hasta donde pudo la ruina económica que recibió en herencia, pero demostró una ineptitud manifiesta para hacer frente al conflicto de Cataluña, convertido en catástrofe por la inanidad de su gestión, de la que no puede disociarse la corrupción de su partido y la manera medrosa como abandonó el poder, favoreciendo la moción de censura que llevó al líder del PSOE a La Moncloa.

Pedro Sánchez remata la trilogía de los últimos presidentes. Por lo que lleva demostrado, su incompetencia política puede superar a la de los anteriores y con peores consecuencias. De todos los rasgos negativos que marcan su personalidad, ninguno tan señalado como el uso sistemático de la mentira política. Nadie puede fiarse de un personaje que no parece tener escrúpulos ni límites para defender hoy una afirmación y mañana la contraria con tal de satisfacer una ambición personal que se concreta en el puro disfrute del poder por el poder. Después de fracasar en dos intentos de investidura (en 2016 y 2019) ahora lo intenta por tercera vez en una apuesta suicida.

Solo a partir de una personalidad tan marcadamente egomaníaca puede entenderse el embrollo de la situación actual. Lo primero que hay que dejar claro es que es falso el relato de que Sánchez no ha tenido más remedio que pactar con Unidas Podemos y con los secesionistas catalanes porque los partidos constitucionalistas no le han dado sus votos para que gobernara en solitario con 120 diputados en una cámara de 350. Nadie regala sus votos a cambio de nada. La realidad es que líder socialista, una vez que erró en su cálculo de aumentar en 20 o 30 escaños con la repetición de elecciones el 10-N, desde el primer momento desechó negociar nada con los constitucionalistas. Quería un giro a la izquierda. Llamó con urgencia a Pablo Iglesias y cerró un acuerdo en cuestión de horas. De facto, un gobierno PSOE-Podemos podía ser discutible desde el punto de vista de su repercusión negativa sobre los mercados y la creación de empleo, pero en términos democráticos nadie podría negar su legitimidad. El problema es que no sumaban aritméticamente. Y aquí entra en juego la segunda parte de la ecuación: la necesidad de añadir en el acuerdo a los separatistas catalanes.

Este hecho no supone ningún problema para Sánchez, pero sí para la mayoría de los españoles. ¿Pero cómo no va a ser un problema pactar la gobernación de España con quienes hace dos años han intentado separarse de la misma proclamando de manera unilateral la independencia de Cataluña, y a consecuencia de esos actos sus principales actores han sido sentenciados por el Tribunal Supremo como culpables del delito de sedición? Esta es la mefistofélica encrucijada en la que nos ha instalado el actual presidente en funciones. Por lo demás, no sabemos en realidad qué se está negociando. Por más que los representantes socialistas repitan que no traspasarán los límites que marca la Carta Magna, es impensable creer que los nacionalistas, además de conseguir unos pingues beneficios en materia de infraestructuras, de fiscalidad, etc. -que seguirían ensanchando la desigualdad territorial- iban a perder la oportunidad de allanar el camino que les conduzca cuanto antes al referéndum de autodeterminación, al tener enfrente al gobierno más débil de la democracia y a su presidente más fútil, al que le exigirán una negociación de "Estado a Estado", que sea internacionalmente bien visible. En este punto estamos. ¿Y ahora qué?

La responsabilidad cae, principalmente, sobre Pedro Sánchez pero, en justicia, debe ser compartida con su formación política, porque es el partido el que está consintiendo -salvo excepciones- sus movimientos. Ante esta situación, si el pacto que se está negociando terminara cuajando en la línea que termine imponiendo ERC, el día que se votara la investidura, un número suficiente de diputados socialistas, en un acto de patriotismo debería de romper la disciplina de voto -como consagra el artículo 67.2 de la norma suprema- y salvar, con ese ejemplo, el espíritu de la Constitución y, seguramente, el futuro de su partido.

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