Tribuna

Manuel bustos rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

La espiral del odio

No debemos olvidar el recordatorio de Marías: las tornas pueden cambiar en poco tiempo y, de hecho, ya están comenzando a hacerlo. Son muchos los agraviados silentes

La espiral del odio La espiral del odio

La espiral del odio

En el primer tomo de sus Memorias, Julián Marías, testigo cualificado de los acontecimientos, adscrito al bando republicano, analiza cómo se fue interiorizando el odio en el corazón de los españoles en los años previos a julio de 1936. Explicaba, asimismo, que la conducta desenfadada y alegre, habitual entre la gente durante los primeros tiempos de la República, se fue tornando en breve tiempo odio de clase y rechazo hacia quien pensara diferente. Sin esta mutación, ciertamente, no hubiera existido el sustrato necesario para una cruenta guerra de tres años de duración. De ahí que todo cuidado resulte pequeño, cuando está en juego la salud colectiva.

Si nuestro filósofo viviera hoy, alertaría probablemente, en uno o varios de sus frecuentes artículos, sobre la preocupante presencia en España de signos similares a los que preludiaron dicho conflicto. No estoy anunciando las vísperas de una nueva guerra civil como la sufrida por este país, pero sí podrían estarse sentando las bases de una ruptura de la convivencia y de enfrentamientos violentos. Lo que, todavía a escala reducida, está sucediendo en Cataluña, con tendencia a ampliarse a otras comunidades envenenadas por el separatismo, debería hacernos reflexionar y actuar en consecuencia. A muchos españoles, dicho en términos coloquiales, se les están calentando allí las narices.

A día de hoy, recién iniciado un nuevo curso, se observan en España coincidencias con aquel pasado dramático, que el paso del tiempo, el perdón y la concordia habían dejado muy atrás, por mucho que se quiera olvidar esta realidad. Domina el poder político una versión recreada del Frente Popular, aunque sólo sea uno de sus miembros quien ostente el Gobierno. Se perciben como hogaño iniciativas muy preocupantes de manipulación y/o control de medios, instituciones y órganos fundamentales de la sociedad y el Estado con el objetivo de reducir las libertades e imponer unilateralmente un pensamiento obligatorio (las leyes LGTBI y de la Memoria Histórica son todo un símbolo). El riesgo de que, una vez afianzados sus promotores en el poder, fidelizada una parte de la población en su favor, se configure un país sin alternativa política, no debe ser banalizado. Al fin y al cabo somos europeos, pero asimismo latinos, y lo ocurrido en algunos países de América no nos es ajeno del todo. Añadamos que el separatismo ha salido todavía más reforzado y amenaza más que nunca con destruir la soberanía de la nación. Incluso se está despertando el enfrentamiento entre españoles, ya presentes en los territorios donde el secesionismo ha arraigado, mediante una relectura sesgada del pasado común, sobre todo de los últimos noventa años.

En esa visión, marginada la objetividad, no asumiendo los errores propios, que los hubo, muchos y graves, en el bando republicano, como así lo reconocieron varios de sus propios dirigentes, se cargan las tintas sobre los protagonistas de la parte contraria, mientras se idealiza hasta la falsedad la acción de los correligionarios de los detentadores del Poder. En cambio se denigran injustamente los años del franquismo. Los desmanes contra la Iglesia, que ya al inicio de la República retiraron el apoyo a esta de sectores que antes le habían sido favorables, más su culminación, iniciada ya la Guerra, en la masacre de sacerdotes y religiosos, contribuyeron a crear ese ambiente de odio sin vuelta atrás. ¿Y cómo no ver en los intentos recientes de borrar de la vida pública los signos y la presencia cristiana, más allá de las lógicas exigencias de separación de Iglesia-Estado, un preludio de medidas más represivas contra los católicos?

Las personas, el pueblo llano, sigue inmerso en sus asuntos cotidianos, los de toda la vida: la salud, obtener un trabajo digno y bien remunerado, sin agobios económicos; vivir una vida personal y familiar tranquila, poder disfrutar del tiempo libre y no tener grandes sobresaltos. Afortunadamente, todo eso es todavía lo normal entre nosotros; pero no debemos olvidar el recordatorio de Marías: las tornas pueden cambiar en poco tiempo y, de hecho, ya están comenzando a hacerlo. Son muchos los agraviados silentes.

Basta que una minoría de iluminados o arribistas, cargados de rencor y con recetas trasnochadas, cope los medios, manipule la Justicia y las leyes, aposte mandos en el Ejército y las Fuerzas de Seguridad bien filtrados para que los malos hados prosperen. Si incluimos la posibilidad nada incierta de cambios importantes en el ámbito europeo e internacional y de una situación económica agravada, sea por caída de la inversión, grave desequilibrio presupuestario o incertidumbre ante el futuro próximo, el malestar provocado complicaría más las cosas. Podría desempolvarse de nuevo esa visión goyesca tan conocida de dos prototipos hispánicos, compartiendo un mismo suelo, a garrotazo limpio. Confiemos que las medidas descaminadas que se avecinan no prosperen ni den fruto, por el bien del país.

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