Tribuna

Esteban ferández-Hinojosa

Médico

El falso dilema

El desigual impacto del grotesco virus, convertido ya en el componente gótico de nuestro tiempo, no depende sólo de su letalidad, sino también de decisiones políticas

El falso dilema El falso dilema

El falso dilema

La prevalencia y mortalidad de la mal llamada Gripe Española de 1918 presentó claras diferencias entre países con altos y bajos ingresos, entre barrios más y menos ricos o entre áreas urbanas y rurales. Así, la tasa de mortalidad en India fue 40 veces mayor que en Dinamarca. De igual modo, la pandemia de gripe H1N1 de 2009 en México, por ejemplo, experimentó una tasa de mortalidad superior a la de países con mayores ingresos, y en Inglaterra esa misma tasa resultó ser tres veces más alta en los barrios pobres que en el resto; también fue superior en zonas urbanas que en rurales. Ahora disponemos de información científica sobre el comportamiento del Covid según las desigualdades sociales: su prevalencia y gravedad se ve influenciada por las condiciones en las que viven, trabajan y envejecen las personas, incluyendo las condiciones de sus viviendas o su accesibilidad a los sistemas sanitarios. Esa información vuelve a revelar los vínculos entre el estatus laboral, el estrés y los trastornos crónicos (hipertensión, obesidad, mala salud psíquica…) y a demostrar, una vez más, la influencia de los determinantes psicosociales en la susceptibilidad a la aparición, curso y pronóstico de las enfermedades infecciosas, incluido el Covid.

El desigual impacto del grotesco virus, convertido ya en el componente gótico de nuestro tiempo, no depende sólo de su letalidad, sino también de decisiones políticas. Si bien algunos países aplicaron medidas de rastreo de contactos y cuarentena individual para abordar las primeras etapas de la crisis, la mayoría optó por el confinamiento masivo para preservar la distancia física y reducir así la "reproducción efectiva del virus". Pero el impacto en salud crece con la pérdida de empleos, el hacinamiento, los trastornos psíquicos, la violencia doméstica y las dificultades de acceso a las instalaciones sanitarias saturadas (a pesar de los esfuerzos sin precedentes que llevan a cabo sus profesionales). Los economistas sospechan que el deterioro económico superará al de la crisis financiera de 2008 y al de la Depresión del 29. A su vez, el colapso económico que siguió a la caída del muro de Berlín desencadenó, en el lado oriental, un sorprendente incremento de enfermedades mentales, suicidios y mortalidad por diversos consumos y enfermedades cardiovasculares. La actual crisis sanitaria volverá a distribuir desigualmente su impacto en la salud. Sin embargo, se sabe que sus efectos podrían ser amortiguados con políticas públicas. Los países que impusieron austeridad en los presupuestos sanitarios y sociales tras la crisis de 2008 padecieron peores resultados en salud que los que preservaron sus redes de protección social. R. Unido, que protegió las pensiones, evitó el incremento de las desigualdades en salud sobre la población de mayor edad.

No hay dilema entre salud o economía; corren juntas. Quienes estamos interesados por las ideas, la lectura, y también la escritura, no podemos, en nombre de esas ideas, y menos en el de ninguna ideología, enfrentar a los seres humanos. Desde esta tribuna apelamos a la sencilla y clara ética de Schopenhauer que se resume en: "No perjudicar a nadie, sino ayudar como se pueda". Reconocer que Europa vive el mejor de los mundos históricamente conocido no es cándida alegría, pero las voces críticas de muchos "intelectuales" contra sus deficiencias no cesan. Estamos obligados a cuidar nuestro precario mundo. Cada forma de vida, por mínima que sea, afecta al ambiente y también a las demás especies. La democracia debería facilitar las cosas; pero los que ostentan el poder, en temor a su alternancia, manejan un instrumento deletéreo como distintivo de raza: la seducción de los ciudadanos con ideologías a la moda, capaces de tergiversar verdades objetivas para adaptar la realidad a sus intereses. Una civilización que durante siete largas décadas ha protegido a los más débiles quizá no haya alcanzado el séptimo cielo, pero ha superado el infierno de la selva. Y ocultar esa verdad para recrear las miserias sin esperanza no es sólo inmoral, sino irresponsable. Las pandemias han percutido históricamente con tasas descomunales de mortalidad sobre comunidades desfavorecidas o con graves desigualdades. El Covid vuelve a desvelar diferencias sociales y económicas, y la recesión a escala global puede empeorar las cosas. Los estudios de salud pública muestran que las políticas de austeridad en periodos de vacas flacas dañan la salud. Es crítico no despistarnos con debates absurdos. Nos jugamos el progreso colectivo, y las decisiones que ahora no se centren en materia social o de servicios públicos podrían comprometer las bases de nuestra civilización y las posibilidades de las futuras generaciones.

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