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Quién les hubiera dicho al Padre Marchena y al Padre Pérez, franciscanos del Monasterio de La Rábida, que cuando abrieron el portón de este a Cristóbal Colón, en realidad estaban abriendo la puerta a un nuevo mundo!
La historia de España en Hispanoamérica ha sido objeto de innumerables debates y controversias a lo largo de los siglos. Uno de los mitos más injusto y que ha calado con mayor profundidad en la percepción popular, es la denominada Leyenda Negra. Término que fue acuñado para instaurar una campaña de desprestigio que todavía continúa, de forma perversa, contra España. Impulsada, principalmente, por sus rivales europeos, Inglaterra, Francia y Países Bajos, con ella se exageraban y distorsionaban los abusos cometidos durante la conquista y colonización de Hispanoamérica. La Leyenda Negra Española presenta una visión sesgada y simplista de lo ocurrido, ignorando aspectos más complejos sobre el reconocimiento de la dignidad humana, existentes también durante la presencia española en el nuevo continente.
A pesar de las injusticias cometidas, los conquistadores no solo impusieron su poder a través de la violencia, también aportaron valores que transformaron profundamente las sociedades americanas. Uno de los legados más importantes fue el mestizaje cultural y racial que surgió entre españoles e indígenas. Como lo fue también, la creación de la primera gramática quechua y náhuatl. Lo que deja patente que el proyecto español en América, más allá de la colonización “al uso” realizada por otros países, supuso la construcción de una nueva cultura basada en las identidades indígenas e hispanas.
Durante los siglos XIX y XX, la Leyenda Negra también fue usada por las élites criollas y los movimientos independentistas hispanoamericanos, como una herramienta para legitimar su lucha contra España. A medida que los pueblos se liberaban del dominio colonial, la narrativa de haber sido gobernados por un reino tiránico y opresor, se convirtió en un recurso útil para construir nuevas identidades nacionales desde el rechazo a todo lo que representaba el pasado español. Así, estas élites justificaron su dominio sobre las poblaciones indígenas y afrodescendientes, argumentando que los problemas de desigualdad y racismo eran herencia exclusiva del período colonial, eludiendo con ello, la responsabilidad de las injusticias generadas en las nuevas repúblicas. No obstante, Hispanoamérica, a pesar de sus contradicciones medulares, lentamente y apoyada en la cultura hispana, forzó el resurgimiento de sus pueblos con otra mística. La mística de su tradición ancestral hispánica.
Por otra parte, desde el XIX, el mundo hispanoamericano ha tenido que soportar la voracidad de elementos gigantes con vocación crematística, debido a la implantación soterrada de nuevos imperios económicos que han inducido su pobreza, subdesarrollo e incultura, constituyendo un lastre denso y pegajoso, que ha impedido la construcción real de su propia historia. Sin embargo, el constante apoyo de la hispanidad al pueblo americano ha sido trascendental para dotar a este de los valores identitarios necesarios con los que salvar, parcialmente, la consistencia cultural de estos gigantes del norte de América y de la Europa más industrial que, con intereses económicos grotescos y un afán inclemente de explotación de los recursos naturales, han venido incrementando su poder substractivo desde las independencias.
Vivimos con indignación cómo los recursos de Hispanoamérica son explotados y comercializados por poderes económicos internacionales. Recursos que nunca retornan a los pueblos a modo de beneficios. Muy al contrario, el poder foráneo intenta involucrar a sus gentes en una cultura ahistórica, con lenguajes e idiomas rígidos, consumista y carente de intelectualidad. Pero, a pesar de todo, el verdadero espíritu de estos pueblos ha trascendido desde sus dieciocho premios Nobel y los sensatos asentamientos culturales de personajes con respuestas identitarias, como Rubén Darío, García Márquez, Borges, Alejo Carpentier o Fernando Botero, todos proyectados al mundo desde la América hispana.
A menudo, en el mundo europeo se comenta la lentitud en el avance económico y social de los países hispanoamericanos, más debemos considerar que son pueblos jóvenes si los comparamos con Europa. A mediados del pasado siglo, mientras las repúblicas de Hispanoamérica estaban fundamentando sus procesos orgánicos y sociales, el Viejo Continente, en pleno esplendor cultural, se permitió un resbalón histórico con la aparición del caos inexplicable que fue la segunda guerra europea. Por tanto, si definimos el ensayo como una teoría de aprendizaje de urgencia, podríamos comprender la razón por la cual los pueblos hispanoamericanos han estado sometidos a un progreso irregular y sesgado, que ha establecido una lentitud manifiesta en sus resultados.
Hoy por hoy, a pesar de los discursos populistas, los pueblos hispanoamericanos, en su proceso de evolución permanente miran a España desde el reconocimiento de su propia identidad, reforzando sus costumbres sobre una historia que trasciende desde hace cinco siglos, fortalecida en espíritus y materias. Porque cuando España e Hispanoamérica se miran, hay un encuentro de afecto recíproco. Por esto, si nuestros pueblos pudieran sentir el verdadero espíritu hispanoamericano, seríamos desde la solidaridad y la dignidad, la comunidad más poderosa del mundo actual. Que así sea.
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