Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en ICADE

Aquel muro, aquella Europa

Aquel muro, aquella Europa Aquel muro, aquella Europa

Aquel muro, aquella Europa / rosell

Sólo la vorágine del transcurso del tiempo, con su inevitable sosiego, acaba regalándonos la necesaria perspectiva, y con ella, la emoción de los sen timientos instantáneos. Treinta años después de que miles y miles de alemanes desafiaran el miedo, miedo glaciar a la bota soviética y un sistema ya en descomposición, y tocaran con los dedos la ansiada libertad, es tiempo más que suficiente para hacer un balance político, social, económico y geoestratégico de una Europa hoy muy distinta y donde aquellos hechos apenas quedan en una retina que difícilmente es entendible para las generaciones más jóvenes. Prácticamente la caída, tres décadas, supuso el mismo tiempo que estuvo en pie desde que aquella noche del 13 de agosto de 1961 comenzara la construcción.

En sesenta años nada tiene que ver esta Europa con aquella otra devastada por los totalitarismos, el revanchismo, las guerras y el pulso de la democracia y la libertad. Dos democracias pero solo coincidentes en el nombre, el resto, una mal llamada popular, ignominioso como todas aquellas que provenían de la tutela ejerciente más allá del telón, frente a las democracias occidentales por muchos defectos que éstas tuvieran.

Democracias tuteladas por Moscú y los todopoderosos partidos comunistas que ahogaron todo atisbo de libertad aplastando cualquier brizna. Para el recuerdo dos ciudades y dos fechas, Budapest en 1956 y Praga en 1968.

La firmeza frente al totalitarismo de un viejo comunismo en horas bajas, la apertura incontrolada al final con la Glasnot y la Perestroika, las ansias de cambio y libertad de una generación nueva, hijos de quienes combatieron en la Segunda Guerra Mundial, el colapso y atraso del Este, los nuevos pulsos nacionales en Polonia, en Checoslovaquia a la que solo dos años después seguiría su desmembramiento en dos países, el impulso de la CEE y el liderazgo de políticos de la talla de Kohl, Margaret Thatcher, Wojtyla, Mitterand (al principio renuente a una reunificación alemana), el propio Gorbachov, y la presión desde Washington, se conjuntaron en un momento histórico único y que ha cambiado para siempre el rostro de Europa, pero también la fisonomía política del mundo.

En 1989 se cerró una puerta, y con ella una parte en blanco y negro de un siglo terrible, que conoció la devastación como ningún otro, pero también lo que supuso la libertad y la democracia. Conceptos éstos, desgraciadamente no extensibles ni exportables todavía hoy a algunos países. La caída de aquel muro fue algo más que un hecho fáctico, destructivo en suma. Supuso la caída y la destrucción de un sistema entero. De una aberración abyecta que negaba al ser humano como todo totalitarismo en el que el ser humano es un siervo o un lacayo. Supuso el final de la guerra fría, por muchos augures recientes que traten, sin embargo, de resucitarla. Supuso una Europa reactivada y hermanada como nunca se ha conocido. Aunque no todos los países de Europa sean aún hoy una democracia ni estén hermanados. El despertar de muchas independencias y miedos que corroían las entrañas. La desmembración de un constructo artificial como era la URSS y el surgimiento de estados que ansiaban una libertad ignota, pese a que no pocas de las hoy repúblicas independientes no son paradigmas de democracia. Por ello, aquella noche de 9 de noviembre de 1989, aquellos alemanes del este y del oeste, encaramados y abrazados, incrédulos, en aquel muro de hierro y hormigón pero también de muerte y torretas, simboliza como ninguna otra imagen, libertad y esperanza.

Aquella Alemania de 1989 no era la Alemania de 1939. Ni esos alemanes eran aquéllos. Tampoco esta Europa de hoy es la Europa de 1945, pero antes la de 1914 o la de la humillación de Versalles en 1919. Tampoco es Weimar, pero aprendió de todas ellas para saber al menos, lo que no quiere ser aunque pretenda ser algo algún día.

¿Pero es hoy Europa un continente más humano, más libre, más esperanzado? Este es el gran interrogante. El que solo podemos responder los europeos aún carentes de una conciencia holística de ser eso, europeos y sentirnos orgullosos de serlo por lo que es, por lo que significa y por el pasado con luces y sombras que atesora. Fuimos capaces de lo peor, también hemos sido capaces de lo mejor. La suma de múltiples países y cientos de millones de ciudadanos. La suma de múltiples idiomas y dialectos, pero con una identidad común de la que, sin embargo, no somos conscientes. Porque en esa diversidad, en esa pluralidad, entre norte y sur, ricos y pobres, este y oeste, atlánticos y mediterráneos está la misma Europa. Hoy los muros son mentales, pero sigue habiendo alambradas y espinas, concertinas e indiferencia. Miremos o volteemos tímidamente nuestra mirada hacia el pasado propio. Quizás deberíamos avergonzarnos de muchas cosas. Y tener una conciencia crítica a la que, sin embargo, somos alérgicos proactivos.

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