Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

Lo que la pandemia no dice

Lo que la pandemia no dice Lo que la pandemia no dice

Lo que la pandemia no dice / rosell

Mientras el mundo se paralizaba por el coronavirus, los proyectos globales en marcha continúan. Ni el hombre ni sus ideas y obsesiones cambian de la noche a la mañana. Incluso con experiencias tan traumáticas como la que padecemos. Las ideologías y las grandes utopías, por irreales o nocivas que sean, siguen su curso. La pandemia ha servido a los empeñados en su tarea de cambio político y de ingeniería social para conocer, de manera práctica, el comportamiento de las masas ante decisiones de calado, cuyos propósitos van más allá de lo aparentado. Ningún libro podría habérselo mostrado mejor. La normalidad para sus promotores consiste en ejecutar como sea sus pretensiones.

Así, con un ambiente ya más calmo, reaparecen con fuerza, persiguiendo sus objetivos, mientras la población cuida sus heridas, intenta controlar los riesgos y espera con avidez la vuelta a lo cotidiano: su trabajo -el que aún pueda tenerlo-, sus diversiones y entretenimientos.

Se ha visto en los conflictos, aprovechando una causa noble -la de la no discriminación racial- y el buenismo de tantos, con motivo de la muerte de George Floyd. También en esa relectura sesgada de nuestra común historia y de sus protagonistas, que lleva a una furibunda destrucción de estatuas y monumentos. O en los ataques a iglesias y signos cristianos en tantos lugares.

En España dos cambios en marcha quedaron velados tras el temor al contagio, pero en absoluto desaparecidos. Son cada vez más quienes se percatan de sus intenciones últimas. Se trata de sustituir nuestro sistema político y de hacer progresar su proyecto de ingeniería social, activo desde hace tiempo, impuesto ahora con sesgos totalitarios. El uso de la mentira -sin que haga mella en la conciencia de quien la practica-, la reinvención del lenguaje y el silenciamiento de los aspectos más escandalosos de los cambios, presentes hace tiempo, han demostrado su eficacia durante el confinamiento.

Es preciso, en primer lugar, vaciar la parte mollar de la Constitución de 1978: la forma del Estado y las columnas vertebradoras de la Carta Magna. El pacto con los separatistas debe conducir a la parcelación de España en un tiempo no muy largo. En lo inicialmente previsible, se trataría de crear, al menos, tres estados independientes, adoptando la forma de repúblicas: Cataluña, País Vasco y el resto de España, aunque en este último pudiera intentarse a la vez alguna forma de federación. Quedaría por definir la posición de las autonomías colindantes con los dos primeros (Valencia y las Baleares con respecto a Cataluña, y Navarra en relación al País Vasco). Lo más probable es que se unan respectivamente a sus territorios vecinos, salvo decisión de crear también sus propios miniestados.

Para recorrer este camino es necesario afianzar lo andado con personas de confianza en puestos clave (CNI, fuerzas de seguridad, comunicación, políticas sociales) y simular una separación de poderes (me refiero al Ejecutivo y el Judicial) inexistente. El control de las cúspides de la Justicia por el Ejecutivo se considera indispensable. Desde ahí, contando con los numerosos medios adeptos, se puede ejercer una presión fuerte para contrarrestar posibles insumisiones, sin excluir el uso de la pedagogía del miedo y la información sesgada, de hecho ya experimentados también con éxito durante la pandemia.

Frente al inexorable avance de este proceso, no se ve un contrapeso eficaz. La desunida oposición política difiere en la valoración de los contenidos, el coste político y la táctica a seguir. La judicialización de los asuntos no es solución, por la causa referida y por la demora en las resoluciones. Las instituciones sociales, económicas y políticas del país, orgánicas o unipersonales, tampoco suponen actualmente obstáculos importantes a los cambios. La mayoría de la población, cansada, ansiosa de goce y asediada por los problemas que la crisis agudizó, se ha instalado en la indiferencia, facilitando el tránsito sin reacciones graves. Mientras, los miembros de la coalición de Gobierno, de momento, al necesitarse mutuamente, solventan sus discrepancias y se apoyan entre sí para impulsar dichos programas.

Los proyectos paralelos de ingeniería social en nuestro país (aceptación obligatoria de la ideología de género y de su negación de la razón, y supresión de los fundamentos morales tradicionales en todos los campos donde se imponga) coinciden en sus objetivos con los del Nuevo Orden patrocinado por organismos internacionales, y de forma visible por el omnipresente Soros. Los poderosos medios de presión existentes colaboran a difundir su contenido.

Evidentemente, los resultados y el coste de este doble cambio son a día de hoy imposibles de precisar, pues penden de mil y una eventualidades. Hemos aprendido con la imprevisibilidad de la pandemia. En buena medida, su consumación dependerá de la mayor o menor oposición que pueda hallar en su camino.

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