Tribuna

Óscar eimil

Jurista y escritor

El paraíso comunista

El paraíso comunista El paraíso comunista

El paraíso comunista / rosell

El 28 de abril de 1986 -acaban de cumplirse 33 años-, un operario de la central nuclear de Fosmark, al sur de Suecia, advirtió, estupefacto, al realizar un control rutinario, que los niveles de radiación en el entorno de la factoría se habían disparado hasta niveles compatibles con un accidente nuclear. Alarmado, reportó de inmediato la situación a sus superiores, que pronto comprobaron que no había habido ningún problema en el funcionamiento de su central.

Advertido el Gobierno sueco y todas las cancillerías europeas de lo que estaba sucediendo, tras consultar con las autoridades de Inteligencia norteamericanas, se descubrió en menos de 24 horas el origen de la gravísima amenazaba que se cernía sobre toda Europa: dos días antes, en la madrugada del día 26, había explotado uno de los cuatro reactores de la central nuclear soviética Vladimir Ilich Lenin, situada en una pequeña localidad llamada Pripiat, cerca de Chernobil, al norte de Ucrania y a escasos 17 kilómetros de la frontera bielorrusa.

La catástrofe fue mayúscula. Cada hora que pasaba desde la gran explosión, se liberaba a la atmósfera el equivalente a la radiación producida por cada una de las bombas atómicas arrojadas al final de la Guerra Mundial por la aviación americana sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

En un primer momento, las autoridades soviéticas negaron la mayor. En vista de las evidencias aportadas por Occidente, sin embargo, pasaron a admitirlo en un momento posterior, para mantener desde entonces un férreo control de la información y un rechazo irracional a la tecnología occidental que hubiera ayudado a salvar a muchas de las víctimas de la catástrofe.

Con el paso de los días, el control de la radiación exigió del sacrificio de decenas de miles de jóvenes inocentes -los liquidadores, les llamaron- que, manualmente, en turnos de 90 segundos, tuvieron que desescombrar a mano los restos de la explosión y perforar una mina por debajo de la central para que pudieran comenzar las obras de sellado del reactor.

Faltó el canto de un duro para que la tragedia se llevara por delante a dos países -Ucrania y Bielorrusia- con sus más de 65 millones de habitantes, y, si no sucedió lo peor, fue por el heroísmo de algunos científicos como el profesor Valery Legasov, que se rebeló contra un sistema que, tal y como luego se demostró, había sido el gran responsable de la tragedia.

El paso del tiempo ha permitido averiguar muchas cosas sobre aquella gran catástrofe. Pero conviene destacar tres: que fallecieron en torno a 80.000 personas como consecuencia de la radiación frente a las 31 víctimas oficiales que reconoció el régimen soviético, que ese régimen comunista fue el gran responsable de una matanza que pudo haberse llevado por delante a media Europa, y que al final tuvieron que ser los países occidentales a través del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo los que vinieron a poner solución al desaguisado que allí dejaron los soviéticos cuando se fueron. Porque, bien puede decirse -como reconoció el propio Gorbachov- que Chernobil representó el principio del fin del comunismo soviético, que tras casi un siglo de iniquidad, colapsó 3 años después, el día 10 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín.

Estas consideraciones vienen hoy a cuento por dos motivos de gran actualidad: porque estos días puede verse en toda España una espléndida serie de televisión -Chernobyl- que nos muestra en toda su crudeza la tragedia y, con ella, el sinsentido del comunismo que la provocó, y porque, también estos días, estamos en vísperas de que entren a formar parte de un gobierno de Europa Occidental -el nuestro- un puñado de ministros comunistas. Algo que sucede en Europa por primera vez desde la caída del Muro de Berlín gracias a la estrategia suicida que, para ganar las elecciones y conservar el poder, ha seguido el Partido Socialista durante los meses transcurridos desde la moción de censura.

Ahora, cuando parece que el doctor Sánchez se cae del guindo y comprende por fin que no le queda otra que gobernar en coalición con los dueños de la dacha de Galapagar, es ya demasiado tarde para volver atrás. Provoque o no nuevas elecciones, tendremos de nuevo, como ocurrió durante la Guerra Civil, a ministros comunistas en el Gobierno.

Ni que decir tiene que eso será muy beneficioso para nuestro país que, eso sí, ha conseguido librarse de la peligrosísima extrema derecha. Recomiendo encarecidamente, por ello, a todo el mundo que vea la serie. En verdad, merece la pena. Es dura pero enormemente ilustrativa. Y esta recomendación la hago especialmente pensando en los 3.700.000 compatriotas que decidieron el pasado 28 de abril depositar su confianza en las candidaturas comunistas que se preparan estos días, en medio de un total desbarajuste, para regir los destinos de nuestro país.

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