Tribuna

Domingo Sánchez-Mesa

Catedrático en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada

¿Cómo puede ayudar la ciencia a la política?

¿Cómo puede ayudar la ciencia a la política? ¿Cómo puede ayudar la ciencia a la política?

¿Cómo puede ayudar la ciencia a la política? / rOSELL

Como se ha demostrado en estos meses de pandemia, y a veces muy polémicamente, la gran pregunta sigue siendo: ¿cómo puede la ciencia ayudar a la política? No se trata solo de convencer a un Gobierno para financiar adecuadamente a la ciencia y de hacerlo más allá de una situación de emergencia. Se trata de que la política se haga hasta cierto punto científica, porque solo desde una perspectiva científica y humanista se podrán afrontar con ciertas garantías de éxito la complejidad de los retos a los que nos estamos enfrentando y a los que nos vamos a tener que enfrentar. Aquella pregunta aflora también en el muy necesario libro de Daniel Innerarity, Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. El gran enemigo de la democracia -tesis central del libro- es la simplificación, la inadecuación de un sistema y su arquitectura institucional respecto de la complejidad social, a todos los niveles, en la que debe ejercerse el buen gobierno.

El razonamiento complejo, la atención a las observaciones y predicciones científicas, la crítica ejercida desde la documentación y el conocimiento, el control del tiempo en un contexto tecnológico de inmediatez y ubicuidad en la comunicación, la articulación de la participación ciudadana, la eficacia, corresponsabilidad y control en el ejercicio del poder, todo ellos son factores y demandas que presionan a las instituciones y al poder político en un contexto de crisis climática, económica, de los saberes expertos y de la confianza misma en los agentes mediadores, con los medios de comunicación en la línea de fuego. En suma, cuanto más seamos capaces de comprender y profundizar en esa complejidad sistémica, y mejor podamos preparar la organización de nuestras interacciones en instituciones como la universidad, más claramente estaremos en disposición de demostrar que el único camino (dictum mandaloriano, si se me permite la metáfora) es el del fortalecimiento de modos y procedimientos complejos en educación, formación y capacitación científica, humanista y tecnológica. No confundir, por favor, complejidad con más burocracia, precisamente uno de los grandes cánceres que atenaza al sistema de ciencia en nuestro país.

Ojalá la reforma universitaria que se avecina favorezca un sistema de conocimiento, de investigación y educación, capaz de desarrollar, de una vez por todas, la auténtica transferencia y comunicación entre saberes y disciplinas; facilitar proyectos, unidades administrativas y de investigación, grados y posgrados que reúnan de forma efectiva a científicos físicos, químicos y matemáticos, de la tierra y biosanitarios, a ingenieros y científicos sociales junto a humanistas, filósofos, historiadores y teóricos de las artes, sin olvidar a los mismos artistas. Todo esto puede sonar al viejo mantra de los defensores de la "tercera cultura" o la "consiliencia", pero no lo es.

La crisis multiforme provocada por la pandemia ha visibilizado la complejidad y fragilidad en la que se mueve nuestro sistema. Esa complejidad viene fraguándose desde hace tiempo, pero hemos sido demasiado ciegos ante ella. En este contexto, la ciencia y el conocimiento social y humanístico son parte orgánica del cuerpo social y la política, por muy liberal o socialista que quiera ser, no puede renunciar a la forma de pensar en la realidad que implica el método científico.

El futuro no es un porvenir que nos espera, sino una tarea por hacer desde hoy. Las distopías, convertidas en nuevo realismo por anticipación, son placenteras en su descarga de ansiedad, pero pueden ser paralizantes. Por eso Rodríguez de las Heras nos animaba a no abandonar un pensamiento utópico, aquellos relatos que nos ayuden a imaginar cómo salir desde nuestro presente confiando en una baza que siempre ha estado de nuestro lado a lo largo de 3.500 millones de años de evolución: la diversidad. Ese es el camino. Lo es en una dimensión política, pero también cultural y educativa.

La ciencia no puede decidi por los políticos, pero tampoco puede ser un mero discurso decorativo más. Y si el conocimiento científico está adaptándose paraacelerar los tiempos de sus procesos, la política tendrá que aprender a ralentizar los suyos, planteando horizontes que dejen el cortoplacismo y el juego del poder en un segundo plano, al menos por una vez. Y ahí harán falta la ética y los valores de la mano de la filosofía y las humanidades, pero igualmente de las ciencias de la comunicación y de una de las esferas de la mediación cuyas mutaciones están costando más caras a la sociedad y la política de este oscuro primer cuarto del siglo XXI: el periodismo.

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