Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

No me lo puedo creer

Hay universidades andaluzas en las que, a instancias del poder político, se han creado organismos vigilantes para que se cumpla el llamado "lenguaje inclusivo"

No me lo puedo creer No me lo puedo creer

No me lo puedo creer

En épocas de barbarie siempre quedan núcleos civilizatorios donde se refugian los restos de la gran cultura que hacen posible después el renacimiento de la civilización. Refugios que varían según los siglos: catacumbas, torres defensivas en la costa, el scriptorium de los monasterios, las universidades, las academias de bellas artes y buenas letras; últimos reductos de las aristocracias intelectuales y los espíritus nobles.

Como la barbarie en su discurrir al alza comienza con la destrucción de alguna hermosa lengua, llena de matices y rica en vocabulario, el bello hablar y escribir termina por convertirse en un parloteo simplificado en el que los conceptos de cierta complejidad desaparecen para dejar sitio a meras exclamaciones y bufidos. Pero ¿qué ocurre si los núcleos de resistencia cultural hacen suya la estulticia de la algarabía dominante? Porque se piensa como se habla.

Abandono de inmediato la lectura de un libro de teología, escrito por dos sacerdotes, cuando me topo con un largo epígrafe que lleva por título El feminismo en la interpretación de la Biblia. Al parecer no se trata de algo novedoso pues un amigo me cuenta que ya en el trabajo científico (?) aparecen títulos sobre El estudio de las matemáticas desde una perspectiva de género. Hasta esos altos lugares del saber están llegando las aguas de la necedad. No se trata de anécdotas, se trata de la ola de un maremoto destructor. Hay universidades andaluzas (ignoro si todas) en las que, a instancias del poder político, se han creado organismos vigilantes con la finalidad de que se cumplan las disposiciones sobre el llamado "lenguaje inclusivo". Sin duda, el lector de este artículo (artículo que no cumple tales normas) ya conoce de lo que se trata: el "ellas-ellos-elles"; en lugar de decir "hombre" para referirse a la especie humana deberá decirse " hombres y mujeres"; en lugar de "padres", "progenitor A y progenitor B"; y en lugar de "misa de difuntos", "misa de difuntos y difuntas" (textualmente así). Y todo esto no sólo en los papeles burocráticos que cada Universidad produzca, sino también en las obras científicas y literarias que editen los centros universitarios. Se me hace difícil comprender cómo un poema lírico podrá adaptarse al nuevo lenguaje obligatorio de nuestra Alma Mater. Incluso las Reales Academias andaluzas, fundadas en el siglo XVIII, comienzan ya a percibir el asalto que puede acabar con ellas.

Una Academia es por definición el lugar donde los hombres civilizados de distintas ideas y hasta de cosmovisiones diferentes se entienden entre sí. Por eso, la entrada de Alfonso Guerra en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, academia tachada en ocasiones de conservadora, no es una simple noticia local, sino figura simbólica de largo alcance: rica convivencia de distintos pensamientos en un lugar civilizador. Pero tampoco es noticia local que el pasado mes de abril se reunieran en Cádiz el conjunto de las academias andaluzas.

La reunión de Cádiz fue informada por la Dirección General de Universidades de la Junta de Andalucía sobre un inminente decreto del gobierno andaluz según el cual, a partir de su publicación, las academias pasarían a estar sometidas a un control estricto por parte de la Administración, así como a un no menos estricto rigor en el cumplimiento del "lenguaje inclusivo". Para dar ejemplo, el mismo decreto en lugar de utilizar los términos "académicos numerarios" pasa a calificarlos de "personas académicas de número". Un amable colega me remite a modo de muestra el artículo 13.1 que copio aquí: "Las personas académicas de número serán elegidas por el pleno de personas académicas con arreglo a las normas previstas en los estatutos, sin perjuicio del sistema de designación que éstas establezcan por las primeras personas académicas de número que hayan de integrar el pleno de personas académicas constituyente, cuyo número no podrá ser superior a la mitad del número total previsto en los estatutos". Cuando terminé la lectura del indecoroso documento sólo pude exclamar: "No me lo puedo creer".

André Gide veneraba la cultura francesa. Una cultura, decía él, en la que convivían altas figuras del pensamiento como Pascal y Montaigne, como Claudel y Paul Valèry: "¡Ay de los tiempos en que algunos de ellos fueran recluidos al silencio!", anotaba en su Diario de 1946. ¡Ay de España, empujada en su decadencia de hoy por un pensamiento único, simplificado y obligatorio!

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