Tribuna

Francisco j. Ferraro

Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

Los riesgos de la partidocracia

Los riesgos de la partidocracia Los riesgos de la partidocracia

Los riesgos de la partidocracia

Los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas nos informan reiteradamente de que los políticos y los partidos políticos son el segundo problema para los españoles (tras el paro); sin embargo, esa preocupación no suele vincularse con los hechos que la determinan cuando se analizan las vicisitudes de la vida política, por lo que los análisis de la actualidad política contribuyen poco al perfeccionamiento de las instituciones públicas. Paso a referir algunos hechos recientes que ponen de manifiesto que el escaso respeto a los compromisos políticos y el funcionamiento de los partidos pueden estar determinando la desconfianza en los mismos de los españoles.

Pedro Sánchez ha sido un protagonista destacado de estos comportamientos. Me limitaré a recordar que en septiembre del año pasado rechazaba la posibilidad de un Gobierno con Unidas Podemos, y se mostraba alineado con los partidos constitucionalista en relación con el independentismo catalán. Sin embargo, un par de días después de las elecciones del 10 de noviembre acordó un Gobierno de coalición con Unidas Podemos, y en enero una mesa de negociación bilateral con ERC, de la que espera que acuerde una propuesta consensuada de consulta a los catalanes. Tanto o más relevante que el comportamiento individual de Sánchez es que en un partido con historia y con miles de militantes como el PSOE hayan sido muy pocos los que han mostrado su desacuerdo con el viraje político.

Estos comportamientos no son privativos del PSOE. En el tiempo reciente también se ha producido la pirueta mayúscula de Albert Rivera, que pasó de firmar un programa de gobierno con Pedro Sánchez a ponerle un cordón sanitario tras el éxito de la moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018. Tras un verano de cavilaciones, Albert Rivera terminó girando a Ciudadanos a la derecha y rechazando cualquier posibilidad de acuerdo con Pedro Sánchez y el PSOE. Pero lo que sorprende no es sólo la mutable capacidad de opinión en un corto periodo de tiempo de Albert Rivera, sino el seguidismo de la práctica totalidad del partido.

En 2011 el PP presidido por Rajoy se presentó a las elecciones con un programa en el que prometía no subir impuestos, no recortar las pensiones ni los servicios públicos o la transparencia de los cargos públicos, compromisos que uno tras otro fue incumpliendo con el aplauso de los militantes, como también ocurrió tras las elecciones de 2015.

Estos comportamientos se ven facilitados por un sistema electoral y una ley de partidos políticos que confieren a sus cúpulas un elevado poder, singularmente la confección de las listas electorales y la designación de numerosísimos cargos públicos en todos los ámbitos de representación y gobierno territorial (incluyendo innumerables cargos en empresas, agencias, institutos y otros organismos públicos y semipúblicos). Cargos para los que lo determinante debería ser la cualificación, pero que en la práctica es la lealtad con quien los nombra. De forma que, dados el elevado paro de nuestro país, lo atractivo que resulta el poder para muchas personas y el amparo moral y familiar con el que los partidos protegen a sus militantes, es comprensible que estructuras amplias y complejas como las de los grandes partidos se conviertan en tan maleables al albur de los intereses personales de sus dirigentes.

Por ello pensábamos que otros sistemas electorales y de organización partidista propiciarían sistemas de mayor calidad democrática, singularmente las elecciones por distritos electorales uninominales, pues en ellos se eligen a personas que se comprometen con los electores a defender principios, líneas estratégicas y proyectos concretos, y que, en caso de traicionar sus compromisos, sus electores pueden reprobar inmediatamente o, cuando menos, no volverlos a votar.

Sin embargo, ejemplos recientes en países con elecciones por distritos uninominales, como en el Reino Unido, donde Boris Johnson ha impuesto al Partido Conservador una disciplina que no consiguió Theresa May en su política ante el Brexit, o el de Donald Trump, que ha evitado el impeachment apoyado por la casi totalidad de un Partido Republicano en el que hasta hace poco existía un amplio distanciamiento con su estilo y sus políticas, han conseguido una disciplina de voto que sólo se explica desde el condicionamiento en la selección de los candidatos a intereses alineados con sus dirigentes.

En conclusión, la deriva de las democracias en partidocracias, y la conversión de los partidos en instrumentos cuya única misión es alcanzar el poder en beneficio de sus dirigentes y los fieles que le secundan, están provocando la desafección de los ciudadanos con los políticos y creando un caldo de cultivo en el que germinan los populismos.

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