Loco por darme el primer chapuzón en el mar después de los horrores de una primavera confinada y antes de que nuestros señores vuelvan a confinarnos en otoño, cogemos el coche y nos vamos a la playa. La playa en la mejor urbanización de Andalucía. Si no estuvieran tan gastados los términos por la propaganda política, diría que se trata (esta vez de verdad y no de engañosa publicidad bancaria) de una urbanización "sostenible, solidaria y ecológica".

Se planificó y comenzó a levantarse siendo presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla. Como era de esperar, las organizaciones ecologistas y los devotos y devotas de la nueva religión de la Madre Tierra pusieron el grito en el cielo: era un crimen de lesa naturaleza atentar contra las dunas marinas, contra su fauna y su flora. Eso decían.

Por fortuna ni el presidente de la Junta, ni el arquitecto Jaime Montaner, que si no recuerdo mal fue el impulsor del proyecto, hicieron caso del vocerío reaccionario que pretende llevarnos de regreso a la Edad Media. La urbanización se levantó y salió perfecta. Los materiales fueron de primera calidad, se respetaron las dunas y la población de conejos, erizos, patos, hermosos lagartos verdes y aves numerosísimas cuyos nombres desconozco. Nada de mamotretos de cemento junto a la playa, sólo construcciones de dos plantas. Nada de paseo marítimo; sólo carriles bici entre arenales, arroyos y lagos. Un ejemplo vivo de cómo hacer compatible el progreso y la naturaleza virgen. A ese paraíso llegamos este verano mi mujer y yo.

Todo lo encontramos intacto, aunque este año un par de cosas habían cambiado. Ha cambiado el turismo: ya no se ve ni un solo extranjero y sólo se aglomeran en las playas nuestros turistas aborígenes. No es lo mismo. Y ha cambiado el alcalde: no es que haya sido depuesto por algún malvado tránsfuga, sino que ahora está investido de la alta autoridad que le proporciona la nueva normalidad. Ocurre con todos los alcaldes de los municipios costeros y turísticos; si yo no fuera respetuoso me atrevería a decir que la coyuntura, que en este caso viene impuesta desde arriba, ha otorgado a nuestros sencillos y cercanos ediles los poderes de un señor feudal de horca y cuchillo, y algunos se lo han creído. La cosa era inevitable. El Gobierno central, después de haber arruinado España con el confinamiento más estricto del mundo (excepto China), ha querido diluir las responsabilidades devolviendo a las comunidades autónomas la plenitud de sus competencias; y éstas, viendo lo que se les venía encima, han trasladado a su vez a los ayuntamientos el poder absoluto sobre vecinos y visitantes en lo que se refiere a la regulación de sus vacaciones. Cada alcalde según su inteligencia; unos lo hacen bien y otros, sintiéndose portadores de un poder soberano, ordenan y dictaminan arbitrarios disparates.

Confundiendo izquierdismo con fascismo (nada tan regulador e intervencionista como el franquismo de los años 40), nuestros progresistas gubernativos pretenden regularlo todo. Este mismo periódico ya advertía no hace mucho desde su primera plana de que (cito de memoria) "la nueva normalidad supone regular tanto la economía como la vida social"; lo cual recuerda la orden aparecida en un BOE de 1941 con el siguiente texto: "A partir de ahora todos los restaurantes y hoteles vienen obligados a servir, al menos un día a la semana como postre, uva de Almería". Regulación. La dicte Agamenón o su porquero. La dicte el Gobierno central o el más humilde de los alcaldes aldeanos.

Así que el alcalde de mi urbanización lo regula todo: las horas que se puede, o no se puede, bajar a la playa, la prohibición de montar en bicicleta entre las 10 de la mañana y las 12 de la noche (?); la separación estricta en los arenales de viejos, niños y adultos. En los años cuarenta yo era muy chico, pero recuerdo la playa de Cádiz llena de vigilantes, policías, señoras cubiertas de albornoz y la prohibición de tumbarse sobre la arena. ¡Ay, las pequeñas libertades suprimidas!

Mas seamos comprensivos: ¿Cómo van a resistirse nuestros gobernantes, desde ministros hasta munícipes, a ejercer la deliciosa política de la zanahoria y el palo? Nada hay tan agradable para un jerarca de medio pelo como el ejercicio del poder arbitrario sobre un pueblo sumiso: "Si te portas bien te dejo salir de casa; si no me haces caso te quedas sin vacaciones". No tengo por imposible que este verano haya sido el último en poder poner un pie en una playa.

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