ANDALUCÍA EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Cien caminos de Amberes a Pekín

  • Los andaluces olímpicos han conseguido 19 medallas y 51 diplomas. En los años 20 competían por diversión, mientras que ahora muchos parten como favoritos el viernes en China. El perfil del deportista y su trayectoria se ha ido transformando

Cuando Kiko Narváez marcó el gol en la final contra Polonia en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 se fue hacia el árbitro, el colombiano José Joaquín Torres, y le dijo: “Cucha, no he ganado ná en mi vida, pita ya, por Dios, que es el minuto 90”. La anécdota, que todavía hoy recuerda entre risas el futbolista, refleja el sentir de muchos deportistas que, durante años, se han resignado y han convertido en su bandera el lema del barón Pierre de Courbertin, padre de los Juegos Olímpicos: lo importante es participar.

Desde 1920 y hasta la fecha, 150 andaluces han representado a España en los Juegos Olímpicos, sin contar con la convocatoria de invierno, cita en la que Andalucía no estuvo representada hasta 1936. Un centenar y medio de nombres anónimos, en la gran mayoría de los casos, cuyos esfuerzos y éxitos serán emulados a partir del próximo viernes por un puñado más de deportistas andaluces. La diferencia está en el apoyo, la formación y el entrenamiento que han empujado a éstos hasta Pekín.

La actual generación de oro tiene como antecedentes setenta distinciones: más de un tercio de los andaluces participantes en los Juegos Olímpicos de la Era Moderna, desde principios del siglo XX, han subido al podio o han logrado diplomas. Para algunos, el éxito ha supuesto un trampolín para vivir de su afición al deporte; para otros, su participación precipitó su caída en picado; y hay un pequeño grupo, el de los pioneros, para quienes su pasaporte olímpico no fue más que una anécdota para relatar en el club social. De hecho, el primer olímpico andaluz fue Leopoldo Sainz de la Maza, un político y hombre de negocios muy influyente en la época que jugaba al polo por mera afición y sin más afán que pasar el rato y codearse con los de su clase social. El deporte era cosa de aristócratas y militares, como el granadino Fernando López del Hierro, que compitió en hípica en Helsinki en 1956 y falleció hace unos años.Primero fueron el polo y la hípica, deportes de ricos, hasta que en el año 1960 irrumpe la afición por el mar y los deportes náuticos. La pasión por navegar en el Guadalquivir llevó a tres sevillanos a Roma. Enrique Castelló, José Antonio Sahuquillo y Joaquín Real se hubieran conformado con el Seat 600 que les prometió Juan Antonio Samaranch, entonces jefe de misión de los Juegos Olímpicos, si llegaban a la final, pero no superaron el quinto puesto. Hoy, ya jubilados, siguen soñando con los laureles y bogando casi a diario en las aguas del Guadalquivir.

Los sevillanos cuentan con infraestructuras que hoy, medio siglo después, no tienen nada que ver con las que había cuando se iniciaban en su afición. Hay otros olímpicos, como Francisco Peralta Osorno, que han sufrido la precariedad y la han superado con muy buen humor. El onubense, que acudió a Moscú en 1980, se entrenaba incluso en el pasillo de su casa cuando llegaba tarde del trabajo y ya no podía desplazarse al campo de tiro. Su entusiasmo por el tiro con arco era tal que en sus inicios incluso fue a visitar a un verdadero indio piute que vivía en Mazagón, en Huelva, para perfeccionar. Con menos risas, el boxeador cordobés Rafael Lozano, Balita, uno de los andaluces olímpicos más brillantes, recuerda cómo en los años 1988 y 1989 tuvo muchos problemas para entrenar por la falta de apoyo institucional, debido a la mala imagen que tenía dicho deporte. Al final, acabó ejercitándose en un parque público de Córdoba, colgando sacos de los árboles. De chiste y digno de admiración.

El repaso a las biografías de los olímpicos andaluces, recopiladas en dos ediciones por el investigador Pepe Díaz, con el patrocinio de la Fundación Andalucía Olímpica, destapa un centenar y medio de ejemplos de lucha y tesón. Como el del tenista granadino Manuel Orantes, que empezó de recogepelotas y logró dos medallas olímpicas y una carrera de éxito y reconocimiento internacional. De la misma época es Rafael Alcalde Crespín, conocido como Crispi, que aprendió a amar al fútbol desde pequeño, acudiendo a los entrenamientos del estadio cordobés del Arcángel, frente al que vivía. El entorno en el que han vivido muchos olímpicos ha marcado sus carreras. El jinete Luis Astolfi, que procede de una familia de 14 hermanos, se ha criado entre caballos y los montaba en los picaderos, donde fue descubierto y preparado para montar a campeones como Fino La Ina. El también sevillano José Ramón Beca, otro jinete, también creció en este entorno, al que ahora se dedica al margen de la competición. Dentro de los deportes de invierno, un caso semejante es el de la granadina María José Rienda, esquiadora que debe gran parte de su éxito al trabajo de su padre, portero en la estación de Sierra Nevada.

Pero también hay quienes han descubierto, por casualidad, su habilidad. Uno de los casos más emotivos, por la trayectoria que ha seguido el deportista, es el del joven Faustino Reyes. Con tan sólo 17 años se convirtió en el niño bonito de la expedición española de Barcelona 92 donde, curiosamente, desfiló el Príncipe Felipe. El joven boxeador se convirtió en el centro de atención del equipo por su talento, pues fue medalla de plata en peso pluma. Antes de comenzar los Juegos de Barcelona dejó escrito el siguiente mensaje: “Si gano una medalla, se la ofreceré al rey don Juan Carlos I, al que he tenido el honor de estrechar su mano”. Quien descubre esta anécdota es el investigador Pepe Díaz, que la documentó hace unos años al visitar a Faustino en su Marchena natal, en la provincia de Sevilla, donde actualmente reside el boxeador tras un periplo por varias ciudades españolas y alemanas. Su vida no ha sido fácil. Nunca lo fue. Con 11 años se marchó a Almería, donde su padre le buscó un trabajo en un restaurante familiar. Allí se fija en él Fernando Serra, que le acoge para que tenga una alimentación adecuada y descanse. Entrena y limpia el gimnasio, a cambio de 200 pesetas, lo que le permite también estudiar hasta obtener el graduado escolar.

Llegar hasta Barcelona en el 92 fue duro, pero el sufrimiento le ha dejado el mejor de los recuerdos y su mayor éxito deportivo. Según se relata en el libro citado, su madre siguió todos los combates, menos el último y cumplió su promesa de andar dos meses descalza si su hijo lograba la plata. Así fue. Inmaculada González, Tico, olímpica también en voleibol, no olvida la sonrisa de Faustino cuando entró con la cara destrozada en el comedor de la villa olímpica. En este recinto y en las otras 14 villas instaladas en las ciudades donde se han celebrado los Juegos Olímpicos se esconden los mejores recuerdos de los deportistas. Pepe Díaz, el autor de las biografías de estos andaluces, ha vivido en algunas como técnico y aún tiembla de emoción cuando recuerda el momento de la acreditación. Según él, el primer paso en suelo olímpico es indescriptible. Fernando Climent, uno de los más gloriosos olímpicos sevillanos, se lo dijo muy claro a su paisano, el remero José María Claro, en Barcelona 92: “Disfruta de este momento porque esto sólo ocurre una vez en la vida”, le dijo antes de salir a desfilar. Aunque no siempre es una. Climent fue en cuatro ocasiones y la malagueña María Peláez batirá la próxima semana un récord nacional al llegar a su quinta convocatoria.

La gran mayoría de olímpicos describe el ambiente en la villa como “maravilloso”. Urbano Ortega, futbolista en Moscú en 1980, recuerda los partidos entre la selección y el resto de deportistas, entre ellos Romay, Corbalán o Estiarte. Días de ilusión y muchas risas. El chiclanero Moreno Periñán, ciclista de oro, todavía no se explica por qué la gente pensó que él llegó en helicóptero al velódromo. Y la almeriense Pepi Pérez Carmona, que participó en la modalidad de halterofilia en Sidney en 2000, acabó aborreciendo la comida basura de burguer y deseando volver a casa para alimentarse con un buen puchero de su madre. Éstas son algunas de las anécdotas y recuerdos que relatan los deportistas que han participado en los Juegos Olímpicos. Son historietas que eliminan cualquier diferencia social o cultural entre los olímpicos. Todos pasan a formar parte de una gran familia. Pepe Díaz distingue entre tres etapas, dentro de la historia del olimpismo en Andalucía: hasta 1968, otra que corresponde a los años 70 y 80 y una última que se inicia con el resurgir del movimiento olímpico en España.

Tras una primera etapa de voluntarismo y triunfos individuales, aparecen en el panorama deportivo figuras como Manuel Orantes o Félix Gancedo, así como una quinta de futbolistas entre los que se encontraban Crispi, Espíldora o Jaén. El espíritu deportivo se aviva. La política también entra de lleno en losJuegos Olímpicos y los 11 atletas andaluces que participaron en 1972 en Múnich fueron testigos del Septiembre Negro, cuando un grupo terrorista palestino atacó la Villa Olímpica y asesinó a 11 atletas israelíes. Por motivos que nada tienen que ver con el deporte, la participación andaluza en los Juegos de Moscú, en 1980, fue de las menores de la historia reciente: sólo cinco deportistas. Tras la invasión soviética de Afganistán en 1979, Estados Unidos propuso el boicot a los Juegos que se iban a celebrar al año siguiente en Moscú. La renuncia de muchos países a seguir esta propuesta llevó a un complejo forcejeo entre gobiernos y federaciones deportivas.

Al margen de cuestiones internacionales y extradeportivas, ya en los años 80 surgen otros nombres como el de Luis Astolfi o Fernando Climent, verdaderos referentes del olimpismo andaluz y que han repetido hasta en cuatro ocasiones en citas olímpicas. Pero es a partir de la candidatura de Barcelona cuando renace en España el verdadero entusiasmo olímpico. También cuando las administraciones comienzan a invertir en la formación de los deportistas y nacen las primeras generaciones de atletas preparados y que poco tienen ya que ver con los aristócratas de los años 20 que jugaban a ser olímpicos. El seguimiento de las trayectorias de los ex olímpicos demuestra cómo el nivel de formación ha influido en sus carreras. Hasta finales de los 80 es difícil encontrar deportistas que hayan seguido vinculados a este mundo. Son excepciones Paco Mateos, que sigue entrenando a levantadores en el Club Natación de Sevilla, el propio Orantes, que tiene su escuela de tenis en Cataluña, o futbolistas como Crispi, Pulido o Esteban Vigo que entrenan a categorías inferiores en Córdoba y Sevilla, los dos primeros, o el primer equipo del Xerez. De los años 70 hay boxeadores como García I, de Almería, que se ganó la vida como escayolista y algún funcionario público como su paisano y también púgil Juan Francisco Rodríguez Márquez.

En la generación de olímpicos de los años 80 y 90 hay muchos profesores, como los remeros sevillanos Enrique Briones y Juan Luis Aguirre y la nadadora cordobesa María Luisa Fernández, entre otros. El brillante baloncestista Andrés Jiménez, medalla de plata en Los Ángeles, se dedicó al mundo del cómic bajo la firma de Jimix y está vinculado al sector de las antigüedades. La malagueña María Carmen Barea, quizás la mejor jugadora de hockey hierba de la historia andaluza, abandonó su carrera deportiva para regresar a su tierra natal y actualmente es secretaria de un grupo de investigación de la Universidad de Málaga. También pertenece al mundo académico el remero sevillano Luis Fernando Molina, profesor de Filología italiana en la Hispalense. Antes de los 80 muchos andaluces, por necesidad, emigraban con sus familias y terminaban practicando deporte en otras comunidades. Es el caso de Fernando Aguilar, conocido como El Galgo de Aretxabaleta, un atleta de éxito en los Juegos de Tokio de 1964, que nació en Jaén y emigró al País Vasco. También del célebre Manolo Alcalde, el fallecido entrenador de Paquillo Fernández, que nació en Guadix y se trasladó con pocos años a Cataluña, donde trabajó como aprendiz de tornero 12 horas diarias antes de convertirse en un atleta con futuro.

A partir de los 80 ocurre al revés. Los hijos de los emigrantes andaluces de los años 60 regresan y regalan a la región brillantes páginas en la historia del olimpismo. Es el caso de El Ratón, José Manuel Moreno Periñán, que nació en Ámsterdam y llegó a Chiclana con nueve años. O de Theresa Zabell, inglesa de nacimiento y malagueña de Fuengirola, desde los dos años.

El trabajo de investigación realizado por el profesor Pepe Díaz contempla también como olímpicos andaluces a deportistas que, aun siendo extranjeros, han iniciado su carrera olímpica en la región. Es el caso del chino Zhiwen He Chen, conocido como Juanito. Sin embargo, excluye a otros como la nadadora rusa Nina Zhivanevskya que, aunque está afincada en Málaga, ya fue medalla olímpica con su país de origen. Pero, sin duda, la gran transformación que experimenta el perfil del olímpico andaluz es también una cuestión de igualdad de sexo. Hasta 1992 la representación de la mujer es testimonial en los Juegos. En Barcelona supone un 40% aproximadamente, todo un logro que se va superando hasta rozar el 50% en Atlanta y en Sidney, en las dos convocatorias siguientes, hasta rebasar más de la mitad en los Juegos de Atenas 2004, donde acudieron 14 andaluzas y 22 andaluces. En total, en toda la historia del olimpismo, un tercio de los representantes andaluces han sido mujeres.

La trayectoria de las olímpicas coincide, en muchos casos, en el mundo académico. Hay muchas profesoras y también muchas que, tras conocer a sus parejas en los entrenamientos y concentraciones, cambiaron su residencia y viven actualmente fuera de Andalucía. Es el caso de la primera andaluza que fue a unos Juegos, la alcalareña Eli Cabello, afincada en Madrid. Hay olímpicas con brillantes carreras dentro y fuera de la pista, como la atleta sevillana Julia Alba, joven arquitecta. Y también deportistas comprometidos, como el taekwondoka malagueño Ángel Damián Alonso, que participó en Barcelona 92, donde consiguió diploma olímpico. Tras varios años en activo y tras conseguir la primera Copa del Mundo para España en su modalidad, con 24 años decidió marcharse a Centroamérica. En Guatemala trabaja para el Comité Olímpico de dicho país para desarrollar una disciplina que allí es prácticamente desconocida.

Caminos distintos y muy diversos. Una veintena de andaluces han puesto ya el rumbo a Pekín. Allí acabarán los sueños de algunos y empezará el futuro de otros. Los regatistas Marina Alabáu y Rafael Trujillo, de Sevilla y La Línea, respectivamente, tienen muchas posibilidades de conseguir medalla. También los jugadores de baloncesto Berni Rodríguez y Felipe Reyes, cada vez más cerca de acariciar el oro. Y el granadino Paquillo, que acaba de batir la marca mundial de 10.000 metros marcha. El de Guadix recuerda una experiencia vivida en el Mundial de 2002 en la ciudad de Turku, en Finlandia, donde los husos horarios estuvieron a punto de dejarlo fuera de juego porque olvidó cambiar la hora y casi no llega a la prueba. Pero sus relojes ya están ajustados a la hora de Pekín. Sólo falta que el juez marque el pitido final y, como Kiko, volver a casa con el premio.

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