TECNOLOGÍAS DE LA ANTIGÜEDAD

Horas pasadas por agua

  • El centro de visitantes del Parque Nacional de Doñana exhibe un reloj de agua o clepsidra del Museo de Alejandría diseñado y construido por Benigno Bayán

Medir el tiempo siempre ha sido una obsesión para el ser humano. A esta tarea casi metafísica se han dedicado a lo largo de la historia civilizaciones y generaciones de pensadores y científicos que han ido dejando su impronta en forma de artilugios denominados relojes. Solares, de arena, de agua, de manecillas, digitales, de péndola, de pulsera, despertador...

Al cabo de los años, algunos de ellos se han convertido, más que en medidores precisos del concepto tiempo, en un elemento emblemático o didáctico. Es caso del reloj de agua instalado en el centro de recepción de visitantes del Acebuche, en el Parque Nacional de Doñana. El ingeniero de Caminos, Canales y Puertos de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir Benigno José Bayán Jardín lo ha diseñado y construido haciendo uso de los conocimientos expuestos en el Museo de Alejandría. Bayán ha preferido la sobriedad de este artificio de la antigüedad clásica a otros más aparatosos y rimbombantes como los que construyeron los árabes.

Los relojes de agua se usaron hasta el siglo XVII, cuando fueron desplazados por los mecánicos, y complementaron a los relojes de sol para las noches y los abundantes días nublados. Bayán nos introduce en la historia de estas máquinas. El más antiguo de estos relojes se encontró en la tumba del faraón egipcio Amenhotep I, hacia el año 1524 a. de C. Aunque también hay referencias de uno en Babilonia del año 1.400 a. de C. y de otro del faraón Amenhotep III (1.386 a.de C.-1.350 a. de C.) fabricado en alabastro y con las figuras de doce dioses, encontrado en el tempo de Amón en Karmak.

Estos relojes antiguos contenían un depósito lleno de agua, que iba saliendo por un agujero situado en el fondo. El tiempo que tardaba en vaciarse era el mismo cada vez que se repetía la experiencia, por lo que, en principio, lo que se medían eran intervalos de tiempo iguales. Al parecer Platón, en el año 378 a. de C., fue el primero que construyó un reloj de agua en la antigua Grecia. Tenía un dispositivo que hacía caer bolas sobre una bandeja metálica cuando el depósito se llenaba, con lo que producía mucho ruido que servía para despertar a sus alumnos y comenzar las lecciones.

Ctesibio fue el primero en usar la palabra clepsidra para referirse a un reloj de agua. La palabra que procede del griego y su traducción literal sería ladrón de agua, porque roba el líquido del depósito superior o fuente para que, al llegar al depósito inferior, el nivel marque la hora. En el año 270 a. de C., el ingeniero e inventor Ctesibio fabrica clepsidras en el Museo de Alejandría, en las que consigue hacer constante el caudal que sale por el agujero del fondo del depósito superior manteniendo constante y en lo más alto el nivel del agua en dicho depósito.

Según explica Bayán, esta idea es la que se ha utilizado en el reloj instalado en El Acebuche, siguiendo el modelo de andrónico de la Torre de los Vientos. Tiene la forma exterior de un prisma recto de base octogonal con una veleta en la parte superior y en cada cara, orientadas con los puntos cardinales, el nombre de los vientos más frecuentes en la actualidad (cierzo, vendaval, levante, poniente, aquilón, cauro, bochorno y foreño). El lado del octógono es 0,671 metros, la anchura aparente de 1,618 metros, y la altura es de 3,21 metros. Las caras verticales de la clepsidra son de vidrio para que el público pueda ver el nivel y todos los movimientos del agua.

La clepsidra consta básicamente en dos depósitos por los que pasa el agua, situados uno sobre el otro. Encima del depósito superior hay una cubierta de acero inoxidable con un faldón de 0,15 metros en vertical. El agua que pasa por la clepsidra entra en un circuito cerrado con un ciclo de una hora de duración, con tres fases de funcionamiento. El nivel del agua marca los minutos, de cero a sesenta, y un reloj de bolas las horas, entre la una y las doce.

No es el único reloj singular que Bayán construye en la zona. A unos cien metros de éste, los visitantes pueden ver otro, pero esta vez de sol ecuatorial. Agua y sol, sol y agua. Dos elementos unidos a Doñana.

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