Estilismo

La moda masculina en verano: Elegancia y calor, dos términos reconciliables

  • Los modelos varoniles para el verano han pasado del buen gusto a la nada discreta falta de decoro con ejemplos de difícil contemplación

El Rey Felipe VI haciendo uso de la guayabera en una visita a Ibiza.

El Rey Felipe VI haciendo uso de la guayabera en una visita a Ibiza. / Efe

Salir a pasear en verano por las ciudades y pueblos de interior puede convertirse en un ejercicio de alto riesgo. Y no lo digo por las altas temperaturas –que ya sabemos que hay urbes en las que a ciertos políticos se les ha echado el tiempo encima sin que puedan poner las velas propias de esta época (vulgarmente llamadas toldos)–, sino por los especímenes humanos que pueden encontrarse en días en los que al mercurio le da por rondar los 40 grados.

Ejemplo de ello fue la fotografía que un compañero de ratón y pluma (sin segundas) me envió recientemente, cuando presenció por las calles de la antigua Híspalis a un joven sin camiseta (con axila sin depilar al aire), en calzonas, con chanclas y para rematar tan sofisticado conjunto, unos calcetines estampados con fondo amarillo pollito, subidos más allá de la pantorrilla. Tal muestra de elegancia se podía contemplar al caer la tarde en pleno centro urbano.

Si dicha visión causaba en la fotografía un nivel de espanto bastante considerable, no me quiero imaginar lo que supondría presenciarlo en directo y con 40 grados de acompañamiento. Por eso reitero que salir a la calle en verano se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo, pues el diablo (como dejó escrito la mística abulense) anda suelto y con chanclas.

A pecho descubierto, con bañador, chanclas y calcetines. El horripilante modelo veraniego. A pecho descubierto, con bañador, chanclas y calcetines. El horripilante modelo veraniego.

A pecho descubierto, con bañador, chanclas y calcetines. El horripilante modelo veraniego. / D. S.

Quizás los especímenes que se observan con más frecuencia de la deseada llegadas estas calendas no son más que producto de una cultura donde la educación, los modales y el respeto han quedado trasnochados por un relativismo estético contrario a las reglas básicas que hacen posible la buena convivencia. Calor siempre ha hecho en la Andalucía de interior cuando el verano asoma. Incluso antes se carecía de los medios de refrigeración de los que disfrutamos hoy (sin contar con esos chorros de agua pulverizada de dudosa procedencia y que provocan un rizado nada aconsejable en el vello capilar). Por lo tanto, las altas temperaturas no son una excusa para deambular por el centro de las ciudades como si se estuviera dando un paseo a orilla del mar.

De pies a cabeza

Sería bueno en este punto recordar que para salir a la calle en época estival existe desde bien antiguo una indumentaria masculina elegante y fresca, términos que siempre se han sabido combinar a la perfección por estas latitudes. Vayamos por partes y de pies a cabeza. Desterremos de una vez por toda la idea de que los pinreles en verano deben ir continuamente al aire. No es cierto. Existe una amplia variedad de calzado traspirable, que no requiere calcetín para ir cómodo en esta estación: náuticos, mocasines y sandalias de esparto son los ejemplos más frecuentes, aunque también introduzco aquí algunos modelos de zapatillas deportivas que, sin ser demasiado estridentes, complementan a la perfección el look veraniego para dar un paseo.

Vamos ahora con los pantalones, con tejidos propios para estos meses. Hacemos mención especial del lino, la materia prima estrella de a temporada por su aporte de frescor y elegancia propia. Sólo en él se permite la máxima tan reiterada: la arruga es bella. Y aunque ya han quedado un tanto en desuso, no está mal rescatar del injusto olvido los pantalones de mil rayas, convertidos hace décadas en la segunda piel de muchos andaluces cuando había que “arreglarse” en esta época del año.

El resurgir de la guayabera

En cuestión de camisas no hay lugar a dudas: decántense siempre por la guayabera, una prenda sabiamente recuperada (Felipe VI ha tenido que ver mucho en esto) y que sirve de sustituta de la chaqueta en actos oficiales estivales. Su patrón clásico se mantiene inalterable al tiempo: dos bolsillos en la zona del pecho y otros dos inferiores junto al dobladillo. La adornan dos hileras de alforzas. Pueden ser de los más variopintos colores, también de tejidos (aunque deben ser ligeros y siempre con la primacía del lino), y admiten algún estampado, aunque muy discreto (rayas y cuadros apenas perceptibles). Existen varias teorías sobre su origen, aunque la más aceptada lo explica como una evolución del uniforme que los soldados españoles usaban en las últimas colonias americanas en el siglo XIX.

Este atuendo conviene complementarlo con dos accesorios de grandísima utilidad cuando el mercurio se dispara. Uno es el Panamá, el sombrero de paja trenzada inventado durante la construcción del famoso canal del que recibe el nombre y que, como entonces, sigue cumpliendo su función: protegernos de los nunca recomendables rayos de sol. Y por supuesto, el abanico de caballero. De reducido tamaño (para llevarlo en el bolsillo de la guayabera), en color oscuro y al que debe dársele un movimiento moderado, discreto y sin demasiado alarde.