El género y el suicidio

Epidemiológicamente los hombres tienen tasas más elevadas que las mujeres  aunque son las mujeres quienes realizan un mayor número de intentos

Es probable que, tras leer el título, dude al menos en comenzar a leer este artículo. Es un tema complejo y multifactorial del que es difícil de escribir, de leer y de hablar, pero es realmente necesario por lo que tenemos encima.

Según los datos de INE, 3.941 personas se quitaron la vida en España en 2020; en Andalucía 793. Es tremendo, pero es que el 2020 es hasta ahora el año que más casos de suicidio se han registrado desde que tenemos datos por esta causa de muerte y ha sido significativamente superior a 2019, exactamente 153 más, un 24%. 

Respecto al género, y es por lo que encajan estas letras en este espacio de mujer y salud, llama la atención que el 74% de esas personas fallecidas eran hombres y un 26% mujeres. Es algo conocido y estudiado y mi intención, más que ahondar en esa diferencia, es darlo a conocer de una forma sencilla y si puedo, aportar soluciones a un grave problema de salud pública que debemos reflexionar, desmitificar y hablar con menos prejuicios.

Esta revisión bibliográfica del suicidio desde una perspectiva de género a nivel mundial, muestra que epidemiológicamente en casi todos los países los hombres tienen tasas más elevadas que las mujeres  aunque son las mujeres quienes realizan un mayor número de intentos, es decir, los hombres fallan menos cuando se lo proponen  y por tanto, tienen una mayor letalidad. Es una realidad que utilizan distintos mecanismos, pero hay tantos factores y enfoques diferentes en los estudios que resulta difícil de sintetizar. Intervienen factores sociales, culturales y emocionales en este jeroglífico, pero lo que parece un claro factor protector para las mujeres es el hecho de que tienden a buscar y pedir ayuda con más frecuencia.

En ocasiones, el suicidio no solo expresa la idea de morir sino la necesidad de denunciar estar viviendo una situación vital estresante que te impide disfrutar de lo mínimo y es cuando se piensa en la muerte como una huida. De hecho, cuando he podido hablar abiertamente de esto con pacientes en la consulta, lo que verbalizan no es el deseo de morir sino de dejar de sufrir. No podemos pensar si es una actitud valiente o cobarde, no es justo juzgar a alguien que siente angustia vital. Nuestra labor pasa por la comprensión y el apoyo incondicional a la persona que nos refiere esa dolorosa idea. Sinceramente, como profesional y como estudiosa de la salud mental, me atrevería a afirmar que la idea de dejar de sufrir huyendo de la vida es algo natural y está mucho más frecuentemente en la cabeza del ser humano de lo que podemos pensar, lo que ocurre es que no la alimentamos, ni siquiera la traemos al consciente por el miedo que nos genera. Y porque puede aparecer en un momento puntual pero que por fortuna se contrarresta con cualquier otro sentimiento de satisfacción de la vida que hace que sea fugaz. De hecho los profesionales cuando tenemos la ocasión de atender a pacientes con una idea activa e incluso elaborada, usamos como ayuda hablar de su red de soporte, de las personas y las ilusiones que tenga en la vida que realmente algunos pacientes tienen pocas por estar sumergidos en un cuadro depresivo, pero son los “anclajes” que pueden hacer revertir la situación y devolverlo a las ganas de seguir viviendo. Es también muy importante hacerle ver los sentimientos tan duros que va a generar a la gente que quiere y que le quieren. Sin embargo, es importante recalcar que estamos viendo a personas que nunca han consultado por problemas de salud mental y de repente toman esta decisión impulsiva y dramática en su vida, bien por un problema económico, familiar, de salud…  encontrando en esto una salida a su tortura.

Y es que un caso de suicidio afecta a todo su entorno. Si además ocurre en una institución educativa o en el lugar de trabajo, puede tener influencia sobre cientos de personas. A grandes rasgos se puede calcular que más de 20.000 personas se verán afectadas cada año en nuestro país y sufrirán las consecuencias trágicas y traumáticas provocadas por una muerte de estas características en su entorno cercano.

Las edades más críticas son la adolescencia y la senectud. Puede parecer contradictorio y sin embargo son dos momentos vitales con características similares por estar padeciendo duelos parecidos entendiendo el duelo como una pérdida de una vida anterior. El adolescente se enfrenta en esa etapa a una búsqueda de identidad y a la pérdida de su cuerpo infantil, a la incertidumbre de cómo será su cuerpo adulto, de cuál será su futuro, de si cumplirá las expectativas que se han generado sobre él, tomar decisiones respecto al amor, su sexualidad, amistades…  una etapa nueva y desconocida que le genera inseguridad. Nuestros mayores sufren duelos similares, han perdido su vida laboral, tienen experiencia que ya no sienten valorada por la juventud que llega ilusionada con ganas de experimentar y que quizá no valoramos con el interés debido la veteranía, tienen también pérdidas de amigos cercanos a su edad, pérdida de salud y habilidades… una etapa también dura de la tenemos que reflexionar.

Como sociedad, tenemos que tomar conciencia de que tenemos responsabilidad en frenar y prevenir el suicidio de cualquier persona en nuestro entorno. Todos tenemos un papel importante como apoyo a las personas que tienen una idea o una actitud suicida. Es importante no estigmatizar nunca y sentirnos parte del anclaje de su vida. La base de nuestra ayuda debe ser plantearle el dolor insoportable que generaría las personas que deja aquí porque eso inevitablemente le puede hacer recalcular. La escucha activa, la calidez, la confianza, el respeto a las diferentes dudas, facilitar esas palabras, preguntar cuando haya una sospecha sobre si esa idea ronda … todo eso puede ayudar a una persona a liberarse y a expresar su angustia. No tenemos que ser profesionales para poder ayudar a los demás. Como ciudadanos, como familiares, como pareja, como padres … todos podemos ayudar en nuestro entorno.

La prevención es clave. El apoyo, el acompañamiento, la vigilancia si hace falta y que ese amigo o familiar se sienta comprendido en su dolor es decisivo para rescatarlo de esa idea y que siga con nosotros caminando por la vida.

 

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