Entre bambalinas

Aprender con la imaginación

  • Que el Jueves Santo sea el día del amor fraterno no es casual

Los más pequeños apuntan alto a la salida de Viñeros.

Los más pequeños apuntan alto a la salida de Viñeros. / J. L. P.

Sus diálogos con lengua de trapo se reproducen en cada frente de procesión. Por sus necesidades más básicas y la creación de amistades efímeras, esas que duran hasta la extenuación de tanto andar, se convierten en el centro de atención de familias y extranjeros. ¿Qué se dirán los más pequeños nazarenos que forman parte de un cortejo? ¿Qué recordarán aquellos que, una vez despierten del hombro de sus padres, no han podido más y han cedido dejarse llevar por Morfeo?

Parece que, tras esos ojos de pánico de los que aún arrastran la túnica y necesitan a su madre o abuela cerca, hay muchas inseguridades. “¿Por qué ese Señor lleva una cruz a cuestas?” se pregunta mientras observa al Nazareno antes de salir. Pero, a los pocos minutos, alguien le toca la mano con otro guante blanco, más calentito que el suyo. Es un poco más alto y ya lleva capirote. Les han dado la orden de ir juntos para que ninguno se pierda. Y, de esa manera, nace un vínculo cofrade.

No han salido aún a la plaza de las Biedmas –déjenme ser nostálgico- y ya saben dónde estudian y cómo se llaman sus hermanos. Allí, el mayor decide empezar a dejar que su imaginación vuele y le insta al pequeño a mirar alto, a soñar con rozar algún día los primeros balcones de la derecha con su vela o elevando al cielo un trono porque eso significará que ya es grande. Mientras, cuando vuelva su casa seguirá jugando con ese trono de cartón que le hizo su abuelo y pondrá a sus Playmobil a salir de nazareno, portador y como banda. Empieza su Jueves Santo.

Que sea el día del amor fraterno no es casual. Ese milagro obra en la Sagrada Cena cuando los discípulos crearon la comunidad donde compartieron mesa y alimento y que dio origen a la religión católica. Desde ahí vendrían las catequesis plásticas en las que se convirtieron las procesiones y que siempre pasan por la infancia. Desde conocer qué fue aquello de la Pasión en la figura de los nazarenos –hoy de Viñeros, de la Misericordia y del Paso- a lanzarle besos a la Virgen de la Soledad, porque desde pequeño se aprende a querer y respetar a una madre.

Y precisamente ahora que la educación se debate entre si es necesario seguir o mejor dar el año por perdido, o si realmente está capacitada para ser la formación online –ya les adelanto que, como un aula física, no hay nada para quien goza esta profesión-, el conocimiento cofrade puede llegar en casa. Más adelante, cuando las casas hermandad reabran, las corporaciones nazarenas tendrán la oportunidad de ser escuelas de vida para aprender igual valores universales como el respeto y el compañerismo, para la guía espiritual del cristiano en el mensaje de Jesús e incluso para conocer qué hay tras el Cristo de Vera+Cruz o quién fue ese tal Palma Burgos que talló al crucificado de los Milagros. La educación es esencial cuando es tiempo de bonanza y suma el adjetivo imprescindible cuando los vientos soplan en contra.

Pero volvemos a la calle. Santa Cruz resuena con tambores roncos por los callejones y ellos pasan por Carretería para incorporarse detrás al recorrido oficial. Alguien les saca del grupo y les lleva frente a la tribuna para pedir la venia. Hacen la reverencia aún de la mano y se disponen a seguir. Por suerte, su amistad sólo acaba de empezar.

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