Semana Santa

Contrastes en tierra y aire

DECIDIDAMENTE, una de las sensaciones más inclasificables de esta Semana Santa es el globo modelo Bob Esponja, capricho que quieren conseguir como sea todos los niños malagueños. Anoche, en Vital Aza, dos vendedores jovencitos se apostaban quién vendería antes el último ejemplar. "En cuanto me lo quite de en medio llamo a la Toñi", prometió el que parecía tener las manos más largas. Alguna otra pieza fugada se ha visto en los últimos días camino a la estratosfera mientras a sus pies procesionaban el Rocío o el Cautivo, aunque la verdadera sensación desde el aire llegó en el mediodía de ayer con la sorprendente exhibición de la Brigada Paracaidista del Ejército de Tierra, nada menos que en la playa de la Malagueta. Quienes disfrutan alimentando el debate sobre la presencia de fuerzas armadas en la Semana de Pasión, especialmente quienes lo hacen a favor, ganaron argumentos dado el caluroso regimiento profesado a los efectivos. Eso es un globo y no el de Bob Esponja, parecía decir con los ojos, abiertos como platos, una criatura de no más de tres años en brazos de su padre. Luego, claro, la banda de la Brigada procesionó con Ánimas de Ciegos y los aplausos y vítores se repitieron en la calle San Juan, en la que no cabía un átomo. Un imprudente encorbatado que había decidido merendar demasiado tarde empujaba a la masa desde Especerías mientras mojaba un churro en el chocolate servido en un vaso de plástico. "¿No es aquí donde sale Banderas?", preguntaba a su lado una chica con acento de Valladolid y camiseta de Ricky Martin (también es casualidad) a su compañera, cuyo rostro exhalaba unas ganas desmedidas de estar en cualquier otra parte del mundo. Algo después, dos amiguetes con pintas de heavies y ataviados con camisas de leñador a cuadros se ponían a discutir sobre informática en un idioma ininteligible (dedicaron buena parte de lo poco que entendí a criticar un blog, pero no recuerdo cuál) en calle Nosquera, desde donde esperaban la salida de la Paloma desde la Plaza de San Francisco. En esto se cruzó un chaval que llevaba a cuestas algo parecido a una pequeña nevera (parecía pesar mucho, ciertamente) y pedía paso para cruzar a la otra acera de Carretería, algo realmente complicado a aquellas alturas. Salió la Paloma, finalmente, con su primer tramo sorteado al milímetro (el equilibrio es una cuestión de vida o muerte en el trono de la Dolorosa) y el muy querido sayón Berruguita, que, tan feo como es el pobre, acompaña a Cristo por la puente del Cedrón. Tal vez parezca un despropósito, pero allí encajado entre tanta gente pensé que, extraídos todos aquellos términos de su contexto (Berruguita, Cedrón, la puente, sayón), constituirían una jerga tan indescifrable como la de los informáticos. Pero se trata, sin duda, de una de las aportaciones más significativas y delirantes (entiéndase en el buen sentido) al tesoro de la lengua castellana: la de la Semana Santa. Ahora que parece que en la Universidad van a desarrollarse programas de estudios cofrades, con Antonio Banderas como padrino, algún filólogo podría hacerse cargo y rematar una tesis doctoral al respecto. A esa hora, los paracaidistas de Ánimas de Ciegos iban ya por la Alameda, provocando la admiración de propios y extraños con sus cánticos de inquebrantable camaradería y aún más firme devoción. Algo más tarde, en calle Larios, dos treintañeras analizaban con prosaico instinto, disfrazado de meticulosidad científica, el impacto que los himnos y uniformes provocan en la ávida condición femenina. Y cuando uno escucha cosas así quisiera convertirse en insecto, cual Gregorio Samsa pero con alas, para asistir a todas las conversaciones que se le antojaran. En la calle Victoria (a menudo tengo la sensación de que este nombre no significa nada para buena parte de la población malagueña; más bien habría que decir calle La Vitoria), a la salida de El Rico, una cuadrilla de chaveas que parecían haber ido por allí a correr delante de los toros se atiborraban de pizza y de coca-cola en la misma acera y se dedicaban a jalear a cualquier despistada que se dejara ver con la falda demasiado corta. Sería cosa de la primavera, que ya ha estallado en todos los jardines, pero no era difícil distinguir en el Miércoles Santo de Málaga explosiones hormonales de la más diversa calaña. En Capuchinos, con el almuerzo en la garganta, el trono de Salesianos salió del santuario de María Auxiliadora para internarse luego en el Molinillo y alcanzar Dos Aceras. Un hombre mayor, misteriosamente camuflado tras unas gafas de sol, oteaba la escena desde la escalinata que sube a El Ejido hasta que se movió con la ayuda de su bastón. Su soledad le delataba. No todo el mundo vive tan a flor de piel. En la misma Dos Aceras, de pronto, en mitad de la procesión, apareció un coche sin que nadie supiera cómo diantre había terminado allí. Dos agentes de la Policía Local, animados por algunos nazarenos, reprendieron duramente al conductor, al que se le quedó cara de tierra trágame. Finalmente, el automóvil pudo ser desviado sin que el asunto llegara a mayores.

festín en la tribuna

Quienes como un servidor disfrutan impunemente viendo al animal humano en su hábitat natural se ponen las botas en Semana Santa. Pocas ocasiones tan propicias como la que permite el patrimonial Barroco se dan para analizar reacciones y conductas en un contexto tan brutal en cuanto a significados como la Pasión. En la medida en que la catequesis primigenia se hizo celebración popular, encuentro en la calle y motivo para el gozo expresado en sillas de playa amarradas a las farolas de Carretería y en bolsas de pipas devoradas a la velocidad del papagayo en la puerta de la iglesia del Sagrario, dio vía libre para que el contraste alcanzara temperaturas realmente febriles. El Miércoles Santo, precisamente, presenta un discurso verdaderamente logrado en el tránsito de la muerte de Cristo. Desde la salida de la Paloma, se podía ver a Jesús apresado, con la cruz a cuestas camino al Gólgota en El Rico, crucificado y atravesado por la lanza de Longinos en la Sangre (conmovedora en extremo fue su tardía salida en Dos Aceras) y al fin entregado a la muerte, tras advertir que todo había quedado cumplido, en la Expiración. Mientras esta imaginería, radical y definitiva como pocas, que ha inspirado a buena parte del mejor arte y la literatura universal (de Dante a El Bosco, de Shakespeare a Francis Bacon), se desplazaba por las calles de Málaga, miles de personas se disponían a disfrutar de cuatro días de fiesta con toda la carne en el asador: los bares llenos, los restaurantes colmados de reservas, la Plaza de la Merced rebosante de amantes de la fiesta dispuestos a quemar el fin de semana más largo del año. Y allí estaba, el gran sacrificio, el primer promotor del ayuno y la abstinencia, mecido en tronos mientras a su paso corrían litros de cerveza (dos compadres se repartían uno con pocos escrúpulos mientras la Paloma recorría el pasillo de Santa Isabel) y las más diversas variedades gastronómicas, desde las pizzas ya apuntadas en la salida de El Rico hasta los delicados bocados ibéricos, regados con buen vino, que corrían en la tribuna de la Plaza de la Constitución y ciertos balcones del Hotel Larios. Y resulta curioso el modo en que esta especie de banquetes fraternos, celebrados a expensas de la Pasión y representativos, todavía, de cierta sociología, se parecen a los infiernos descritos por Dante y El Bosco. Pero tampoco es cuestión de que le tachen a uno de moralista: el cielo, de cualquier forma, debe ser mucho más aburrido. Aunque quien sí lo vio abierto fue el preso liberado en la Plaza del Obispo. Por cierto, llega a estas lindes la historia del preso liberado en Granada por la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad y el Descendimiento, en virtud de una tradición similar a la de El Rico. Al reo le fue concedido el indulto el pasado 19 de marzo en Consejo de Ministros y resulta que fue detenido la noche del pasado martes por narcotráfico, el mismo delito que le llevó a prisión en septiembre de 2009 con una pena de tres años. Eso es reincidencia, y no lo de Jesús Gil. Confiamos en que el liberto malagueño sea más inteligente y que Jesús El Rico le guíe por la buena senda. Bien merece la pena ser un hombre libre para disfrutar esta Málaga convertida en teatro, en la que todo el mundo representa su papel, aunque lo desconozca, y se encuentra feliz con su lado más irracional. Como la mujer vestida de negro que ayer, al paso del Cristo de la Exaltación por Atarazanas, se echó a llorar sin consuelo.

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