Entre bambalinas

Es Domingo de Ramos

  • Nada hay más satisfactorio que una Semana Santa plena. Esa que comienza temprano, antes del amanecer, mirando al cielo y buscando unas nubes que no aparecen.

Las puertas que más ilusiones guardan en la Semana Santa de Málaga.

Las puertas que más ilusiones guardan en la Semana Santa de Málaga. / Javier Albiñana

En medio del colapso que en estos días nos inunda a los cofrades, antes de enfrentarme al folio en blanco, me llega un mensaje. José Luis Malo, que sólo ha visto al Resucitado en nuestra Semana Santa según hablamos una vez en la redacción, me invita a ponerme al borde del precipicio. A que el vértigo dirija estas palabras. Allá vamos.

Nada hay más satisfactorio que una Semana Santa plena. Esa que comienza temprano, antes del amanecer, mirando al cielo y buscando unas nubes que no aparecen. Algo fresca pero que rebosa ya ganas de vivir estos días cerca de San Felipe Neri. Que Pollinica sale, que ya está aquí, que estos sí son los primeros sones. Que hemos inaugurado un año más estrenando una prenda y también algo en el espíritu.

Se obran en estos nueve días todos esos milagros que no pensábamos que veríamos. Al llegar a las aceras, encontramos respeto al cortejo de nazarenos sin gente molestando. En las aceras la gente sabe estar en silencio y tampoco se pelean porque alguien quiera cruzar a otro sitio. Las cofradías no han tenido que preocuparse este año de nazarenos díscolos ni de portadores con tabaco y copa. Parece que tampoco ha habido necesidad de protagonismo entre los hermanos y los políticos, al fin, se han dedicado a lo suyo, no a tocar campanas.

Al llegar al recorrido oficial se ha entendido el respeto de verdad, ese que no da el dinero ni el privilegio. El público se ha puesto en pie y se ha persignado, no hay una sola silla vacía –y no está pasando ni el Cautivo ni la Legión- y por fin las hermandades tienen la misma atención que un cuerpo militar. La tribuna oficial está ocupada por público que viene de la de los Pobres y no se estira ante menudencias de un puritanismo cobarde. Tampoco hay hermanos capaces de dar la espalda a su banda, ni escraches con linternas. Por fin se ha encontrado la solución a que el itinerario común sea el del consenso.

Y lo más importante: la palabra hermandad cobra sentido. Las familias están reunidas, los amigos se reencuentran en las aceras. Las juntas de gobierno se felicitan con sinceridad por el trabajo bien hecho. Las lágrimas son de profunda admiración porque por fin se ha entendido que la procesión no va bajo un varal, sino a lo largo de centenares de metros. Hemos vivido de verdad las vísperas, tan necesarias como imprescindibles. Los pequeños aprenden a respetar la tradición, la creencia, la fe. Los mayores siguen siendo los mejores maestros. Ese abrazo que durante minutos te ha vinculado a tu amigo es más sincero que nunca.

Es Domingo de Ramos. Soñemos y vivamos la Semana Santa.

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