Entre bambalinas

El segundo centenario

  • La Agrupación de Cofradías y su mundo pueden empezar a escribir su siguiente siglo con la caridad, la vida de hermandad y la defensa de sus valores como bandera

El Cristo Resucitado, en su última salida.

El Cristo Resucitado, en su última salida. / J. L. P.

Angustiada. Herida de zarpazos. Deseando que este tiempo pase. Hace tres días que celebraba su cumpleaños y andaba falta de cariño en los últimos y convulsos compases. ¿Acaso bastaban las felicitaciones por redes sociales? Fueron un respiro tras los últimos años de achaque. Cambia de década y pasa el siglo.

La Málaga que vio nacer a la Agrupación de Cofradías poco se parece a la de hoy. Sin embargo, y a diferencia de tiempos anteriores, prevalecen sus memorias, aquellas que el tiempo, las quemas y la censura dictatorial permitieron que siguiesen adelante. No sólo son hitos, de los que podríamos escribir más de cien sin dificultad, también son personas. Nombres propios que escribieron millares de páginas con sus obras y sus palabras para que hoy podamos hablar de una Semana Santa como fenómeno pleno y extendido a lo largo del año.

Los desafíos nos llaman ya en el futuro. Desde el pasado viernes, y una vez dado el primer paso para seguir cumpliendo años, la Agrupación de Cofradías y las hermandades que la integran tienen la oportunidad de construir un futuro diferente, obligadas por la convicción y las circunstancias.

Por una parte, en el inmediato presente, tenemos el objetivo de resistir y reinventarnos para que nuestra fuerza no se atrofie por la espera. La burbuja en torno a los tronos y los cuerpos de acólitos, que suelen lucir más que los penitentes, ha explotado. Sin cargos para las efímeras horas del día de salida, muchos han optado por la espantada y sabíamos que iba a ocurrir cuando ya se hablaba de una crisis bajo el varal. El escenario que viene, una vez las circunstancias nos permitan de nuevo salir a la calle, es completamente incierto y nada hacemos cruzados de brazos. Situaciones extraordinarias ya saben qué requieren.

A ello se une una imperiosa necesidad de seguir cultivando la caridad -hay muchos hermanos que lo necesitan- y vincularlo a la vida de hermandad. Una vez que podamos normalizar la vida de las hermandades toca abrir las puertas a la convivencia, que termina llevando a la fe. ¿O vamos a negar que, alguna noche, hemos remoloneado más por tomar algo con los hermanos y mereció la pena?

Construyendo el futuro inmediato conseguiremos que, dentro de cien años, otros celebren los 200 años de la Agrupación, que aquí encuentra sus líneas en el guion: la institución de San Julián debería ser la que garantice el fenómeno cofrade como un hecho religioso, cultural y popular que supere cualquier cuestión política. Que la defienda con uñas y dientes, pero que también convenza a la sociedad de que es parte de sus raíces y que la historia que lleva consigo no puede borrarse. Llevamos más de 500 años legando una historia para quienes vienen detrás. Ahora, si nos lo proponemos, podremos seguir escribiéndola.

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