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En la muerte del cardenal Amigo

El traslado del cardenal Amigo a la Catedral: Sevilla lo despide a pie de calle con aplausos

Traslado a hombros del féretro del cardenal Amigo a la Catedral / Juan Carlos Vázquez

Dos largos aplausos como reconocimiento en plena calle. Sevilla ha despedido así este sábado al cardenal Carlos Amigo Vallejo, fallecido el pasado miércoles a los 87 años. Los restos mortales de quien fuera Pastor de la archidiócesis durante casi tres décadas han entrado poco después de las 11:00 por la puerta principal de la Catedral, la de la Asunción, que sólo se abre para recibir y despedir a arzobispos. El momento, sin duda, más emotivo que se ha vivido en la procesión en la que se ha trasladado el féretro desde el Palacio Arzobispal hasta el templo metropolitano y que se ha desarrollado en un ambiente de recogimiento y respeto, sólo roto al final por este gesto de agradecimiento a una figura religiosa y social sin la que no se entiende la historia reciente de la capital andaluza. 

A las diez de la mañana el primer patio del Arzobispado está colmatado de sacerdotes con casullas moradas, el color litúrgico de las ceremonias fúnebres. Tres vigilantes de seguridad se encargan de controlar que sólo accedan quienes vayan a formar parte del cortejo. En las inmediaciones, algunos sevillanos (los que menos), muchos turistas, los fotógrafos y una docena de franciscanos de la Cruz Blanca, orden que se erigió canónicamente durante el episcopado de monseñor Amigo y cuyo origen se relaciona con los años en que fue obispo de Tánger

El tañer de las campanas de la Giralda es el único acompañamiento musical de estos primeros instantes. Las banderas de la fachada del Arzobispado se encuentran a media asta, en señal de luto. De allí salen con total discreción varias hermanas de la Cruz, a las que el cardenal guardaba especial afecto. No en vano, al fraile franciscano le llegó el purpurado meses después de la canonización de Santa Ángela de la Cruz, fundadora de esta orden. Su beatificación, para la que el Papa Juan Pablo II vino a Sevilla, supuso uno de los primeros acontecimientos de su recién comenzado episcopado en Sevilla. 

El cortejo fúnebre pasa por la calle dedicada al cardenal. El cortejo fúnebre pasa por la calle dedicada al cardenal.

El cortejo fúnebre pasa por la calle dedicada al cardenal. / Antonio Pizarro

Las monjas de estameña parda desaparecen de inmediato de la vista del público, como queriendo quedar al margen de cualquier atención. A los pocos minutos, el cortejo sale de la Puerta de los Palos de la Catedral. Se mete por el estrecho pasillo delimitado por setos. Se escuchan las voces de quienes acompañarán musicalmente la procesión fúnebre. Acceden con prisa al porche del Palacio Arzobispal. Allí se preparan en pocos instantes. 

Llega más público a la Plaza de la Virgen de los Reyes. Los turistas siguen siendo mayoría. Muchos, extrañados, colocan sus cámaras de foto en alto. Algunos sevillanos acuden con chaqueta y corbata negra (se cuentan con los dedos de una mano). Comienza a discurrir el cortejo. Primero lo hacen los diáconos, después llegan los sacerdotes diocesanos. Aquí se detiene unos minutos la comitiva. Empieza a pegar fuerte el sol. Se avecina un día caluroso. Hay mucho guiri en pantalón corto. Incluso alguna que otra visitante atraviesa la fila de los curas con la ropa reducida a la mínima expresión. Sus carnes blanquecinas la delatan. Uno de los párrocos, bajo la mascarilla, no se reprime en hacerle un comentario a un homólogo: "Para eso hemos quedado, para parque temático". 

La universidad de párrocos retoma el andar. Le toca ahora el turno a los integrantes del Cabildo Catedral, todos con casulla morada, excepto el reverendo Ignacio Jiménez-Sánchez Dalp, que lo hace con la indumentaria propia de los canónigos. Se pone al frente de este tramo, que antecede a la autoridad eclesiástica. El arzobispo monseñor José Ángel Saiz aparece con mitra, báculo y revestido con capa pluvial de luto, ricamente bordada con piezas rocallas. A su lado, el arzobispo emérito, monseñor Juan José Asenjo

El arzobispo José Ángel Saiz, con báculo y capa pluvial de luto, junto al arzobispo emérito Juan José Asenjo. El arzobispo José Ángel Saiz, con báculo y capa pluvial de luto, junto al arzobispo emérito Juan José Asenjo.

El arzobispo José Ángel Saiz, con báculo y capa pluvial de luto, junto al arzobispo emérito Juan José Asenjo. / Antonio Pizarro

Un cierto nerviosismo se apodera de los presentes. Ocho agentes de la Policía Local con su uniforme de gala -por decisión del concejal Juan Carlos Cabrera de que se prestara este servicio- escoltan el ataúd que contiene los restos del cardenal. En sus primeros pasos es portado por una decena de párrocos, entre ellos, el de Gerena, Ángel Luis Bayo; y el de San Francisco de Asís, en la barriada de Pino Montano, Amador Domínguez

En ese momento llega (bastante tarde) una corona de flores de Castilla y León, comunidad a la que pertenece Medina de Rioseco, localidad natal de este franciscano que se convirtió en Príncipe de la Iglesia. Un cardenal que da nombre a la calle por la que ahora pasan sus restos mortales. La ciudad lo despide como lo hace con el mes de abril: un sol pleno, en todo lo alto, sobre el cielo celeste que ha servido para tantos tópicos.

Un buen número de turistas presencian el cortejo fúnebre. Un buen número de turistas presencian el cortejo fúnebre.

Un buen número de turistas presencian el cortejo fúnebre. / Antonio Pizarro

Entre el público que acude a presenciar este cortejo se encuentra la que fuera en su día concejal de Fiestas Mayores, la andalucista Paola Vivancos, quien entabló especial relación con monseñor Amigo en los años en los que desarrolló esta responsabilidad municipal. También asiste Ana Abascal (totalmente de negro), en compañía de Alfonso Candau. Y el actual obispo de Huelva, monseñor Santiago Gómez Sierra, obispo auxiliar de la Archidiócesis de Sevilla durante el pontificado de Juan José Asenjo, que presencia el cortejo desde la Puerta del Perdón.  

El público acompaña a la comitiva en un recorrido que recuerda, en parte, al que tantas veces realizó el cardenal cuando acudía a la procesión de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto. La gente avanza por las gradas altas de la Catedral y por los soportales de la calle Alemanes. El número de asistentes -menor del esperado- se incrementa conforme pasan los minutos. Los huéspedes de los hoteles de la zona se asoman a los balcones con aspecto de haber abandonado recientemente las sábanas. 

El féretro llega a la Puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla. El féretro llega a la Puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla.

El féretro llega a la Puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla. / Antonio Pizarro

El féretro lo porta ahora una sección de laicos diocesanos, entre los que se encuentran el presidente del Consejo de Cofradías de Sevilla, Francisco Vélez; el delegado de la Pastoral Obrera, Diego Márquez; Enrique Belloso, delegado diocesano de Apostolado Seglar; y el de Patrimonio Cultural, Eduardo Osborne. En la Avenida, el coro entona la letra de la canción Desde lo Hondo, a cuya interpretación se suman algunos asistentes. "Mi alma espera en el Señor...", repiten. 

Son los últimos metros de la procesión. La despedida definitiva para muchos de los allí presentes. En la Puerta de la Asunción, de nuevo los vigilantes de seguridad se encargan de controlar el acceso. Pasa todo el cortejo. Cuando el féretro atraviesa el cancel, el público honra la memoria del cardenal con un aplauso. Luego vendría otro. Al fondo, se dibuja el inmenso retablo del altar mayor. Un Príncipe de la Iglesia entra en unos de los mayores templos de la cristiandad. Allí recibirá sepultura. Su recuerdo sigue vivo a pie de calle, donde resulta complicado que no se apriete un nudo en la garganta y hasta brote una lágrima. Es la memoria agradecida, que toca el alma en este epílogo de abril. Un adiós más que merecido.