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Nervión tiene más hambre

  • La afición contagió al equipo las ansias por ganar · La importancia del choque superó el debate sobre Luis Fabiano

La afición del Sevilla se ha acostumbrado a vivir finales y si alguien no especuló con el esfuerzo durante los 90 minutos reglamentarios fue la misma hinchada que hace 15 años se echó a la calle para salvar a su equipo de la 2ªB, o la que hace unos meses despidió a un entrenador por no comulgar con su estilo de fútbol.

Y es que Nervión tiene muchas ganas de llevar al equipo en volandas como hizo en la final de la Copa del Rey, pero no es menos cierto que si percibe la más mínima falta de verdad en sus jugadores, se lo reprocha con fuerza. Y, además, esos jugadores deben saber que el foco de las críticas ha dejado de apuntar al banquillo y hace tiempo que se está orientando hacia el terreno de juego.

Lo que empezó siendo una fiesta en honor al único campeón del mundo que había en el terreno de juego, acabó al final de la primera mitad con una sonora pitada cuando los futbolistas se retiraban a los vestuarios. Desde el Gol Norte lo ánimos fueron constantes y el tanto de Ibrahimovic espoleó a una afición que continuó animando a sus jugadores, pidiéndoles la implicación que un torneo oficial merece. Y tras el descanso, cuando lo profesionales que vestían de blanco decidieron vaciarse en pos de la victoria en el primer asalto de la Supercopa, la grada se convirtió en una caldera que vibró cuando Kanoute saltó al campo, que estalló cuando Luis Fabiano marcó el primero y que reventó con los dos tantos del africano.

A priori, todas las miradas estaban puestas en Luis Fabiano. Lo que empezó en el calentamiento con un sentido abrazo con Navas y continuó con la foto oficial con sus hijas, tuvo su refrendo en el campo con el gol y la ovación en su cambio, aunque tuvo una fase algo oscura en la primera mitad.

Y es que Luis Fabiano jugó, para bien o para mal, como siempre juega. Al paulista no se le puede pedir que presione hasta la última pelota o que se pegue carreras cargadas de demagogia y carentes de sentido. Si está desasistido; se desmarca; si el juego se atasca, intenta poner su calidad al servicio de bajar balones, y si tiene media ocasión, marca un gol. La mayoría de la afición lo sabe de sobra, pero sigue quedando un reducto de sevillistas que prefieren otro tipo de delanteros, de ficha muy elevada por cierto, que no han aportado, aportan o aportarán un 1% de lo que el brasileño ha hecho en este club. Aun así, una opción muy respetable.

De todos modos, el debate de la implicación, de la conveniencia de una posible venta o de la necesidad de una renovación se quedó en los aledaños del estadio, ya que dentro sólo importó remar rumbo a la victoria, pero por si acaso, Nervión despidió con una sonora ovación al delantero centro de Brasil.

Pero era el minuto 70, y la grada quería más. Porque los discursos ganadores están muy bien en las salas de prensa, pero tienen que verse en el campo. Y quizás se hubiera marchado con una sonrisa de oreja a oreja si se hubiera obtenido un empate con un Barça plagado de campeones del mundo, pero con el equipo que ayer presentó Guardiola hubiera sabido a poco. Y Kanoute se encargó, por partida doble, de que los sevillistas sueñen con otro título.

Desde 2005 llevan los mismos hombres cargando con el peso goleador del equipo. Y esta afición, tan fiel y agradecida como siempre, pero tan dura y exigente como nunca, lo sabe valorar.

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