Europa en verano Muchos londinenses piensan que la ciudad les ha sido hurtada con el peligro de que crezca el racismo

Londres olvida a los 'gentlemen'

  • La capital británica acentúa su condición de microcosmos al margen de lo que es el Reino Unido, donde la herencia de sangre ya no es el único factor que determina la pertenencia o no a un colectivo multicultural

La ciudad de Sherlock Holmes y Charles Dickens ha dado un giro radical. Resulta paradójico caminar por delante de la estatua de Trafalgar Square, contemplar los leones que se erigen desafiantes enfrente del monumento que encarna la victoria de Nelson en su famosa batalla de Trafalgar y a la vez caminar por Picadilly Circus viendo la multiculturalidad de etnias que se cruzan en lo que hoy en día podíamos llamar Ryanair Square.

Londres ya no es la vieja capital británica de gentelmen con sombreros hongos, sino que ahora se define como un cosmos aparte, como una ciudad-estado dentro del Reino Unido. Con su ritmo de vida propio, contiene un océano de culturas heterogéneas que sólo por comodidad, por convención reduccionista, denominamos Londres.

Colin Gordon, ex corresponsal de la BBC en América Latina, afirma que uno de los grandes factores que explican los cambios demográficos de la ciudad es la expansión del metro, el primero de Europa, junto con las buenas infraestructuras que permitieron conectar la metrópoli con el resto del país.

La primera línea de metro abrió en 1863, pero por esas fechas, Londres ya vivía su época dorada del vapor gracias a la construcción de los ferrocarriles públicos de gran escala que unían el corazón de la ciudad con el resto de sus arterias.

Londres se convirtió en una ciudad dinámica y diseñada para los negocios que atraía a las clases medias para conseguir el sueño anglicano: make profit, hacer beneficios y crear capitalismo. La prosperidad de la City dio un rápido aumento de los precios de la tierra, por lo que grandes masas poblacionales comenzaron a mudarse a los suburbios. La clase alta y media se trasladó a áreas como Hampstead y el West End, mientras que la más pobre se congregó en el East End viviendo en condiciones infrahumanas.

La ética del capitalismo convirtió al verdugo en víctima, y la City sufrió las consecuencias del free market, (mercado libre): el crecimiento desmesurado de la inmigración. El Londres victoriano del siglo XIX se convirtió en el Londres multiétnico del silo XXI. Y los británicos padecieron en sus propias carnes cómo su capital se desvanecía entre el enjambre multiétnico. Muchos londinenses autóctonos piensan que su ciudad ha sido robada. Ésa es la razón que explica que muchos británicos prefieran vivir en lugares apartados, tales como Newcastle u Oxford, porque sienten que han perdido su país.

El increíble aumento de la inmigración ha podido ser una de las causas de la derrota laborista en las urnas. El Gobierno de Blair y Brown cedió casas de protección oficial a muchos extranjeros, lo que no fue visto con buenos ojos por todos los londinenses. Muchos británicos se encontraron que mandaban a sus hijos a escuelas donde sus compañeros no hablaban inglés y que tenían que doblar el tiempo de espera para ser atendidos en el hospital.

Caminar por Edgware Road, entre olores de cuscús y los gritos del ajetreado zoco árabe, transporta a la ciudad hasta las arenas del desierto de Jordania. Al igual que Edgware Road, Chinatown y Soho componen un apéndice desconectado de la cultura británica.

La gran pregunta es qué pasa con los hijos de inmigrantes que tienen un pie a caballo entre las dos culturas. Hoy en día miles de jóvenes de todo tipo de colores tienen pasaporte británico. El inglés es su primera lengua y han sido criados en la mentalidad anglosajona en la que, a diferencia de la hispana, la vida consiste en trabajar, y no en pasar las horas sentado en la plaza. Juegan al cricket y visten la camiseta de su equipo: Inglaterra. Gordon afirma que hay una diferencia entre ser británico y ser inglés. Ser británico significa tener pasaporte británico. Ser inglés es un sentimiento de identificación con la cultura británica. Pese a ello, los conceptos no son estáticos, y las percepciones sufren una metamorfosis constante. Ser inglés ya no significa ser blanco, llevando un paraguas negro y un bombín calado.

La sangre ya no es el factor que determina el sentimiento nacionalista, sino las experiencias que cada individuo ha vivido con el país y la cultura que define como su hogar. Pese a ello, Londres es una de las grandes capitales donde el impacto de la globalización se siente de manera más grotesca.

¿Existe la familia británica? Si en lo que se piensa es en una familia nuclear con el marido fumando en pipa leyendo el periódico, y la mujer preparando té, con un gato y dos hijos pelirrojos que van a la escuela en bicicleta, sin duda, es un caso en peligro de extinción. En los tiempos que corren probablemente el marido tenga una mujer asiática, o la mujer un marido paquistaní, sus hijos escuchen música rap y tengan el poster de Jay-Z, en lugar de los Beatles, colgado de las paredes de su pequeño cuarto.

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