Reflexiones sobre la pandemia

Rafael González Graciani

Oda al Encierro

Oda al Encierro

Oda al Encierro / Pawel Kuczynski

Comienza un nuevo día que parecen semanas y ya no contamos las horas para el próximo fin de semana o para coger la toalla y silla y bajar a la playa. Ya no contamos los días para la esporádica vacuna de felicidad de turno tan cortoplacista como inefectiva, tan egoísta como vacía en sí misma. Que, aun sabiéndolo, consumíamos cual droga en cualquier espacio–tiempo que se tratara. Yo, en esto, el primero.

Aún recuerdo hace pocas semanas, cuando tuve la oportunidad de escaparme de la Universidad de California–Berkeley y conversar con dos personalidades políticas. Con café en mano y rostro ya algo preocupado por la que se nos venía encima, no dudaban en coincidir que el ser humano, al igual que el político, no tenía proyecto alguno a largo plazo en ningún ámbito. No tenía tiempo más que para la visión del día a día. No había más aspiración que la quimera y la ilusión del bueno, a ver que nos encontramos, o el vámonos que nos vamos. Preferíamos que el toro nos cogiera, a que lo cogiéramos por los cuernos.

Tan solo se cuentan los días para la libertad y el placer. En el siglo de oro de las ideas, de la hiperconectividad, de la exploración multidimensional de la condición humana, de la revolución tecnológica exponencial y el emprendimiento, la especie humana se ha acabado encerrando a sí misma. Tanta revolución nos ha explotado en la cara. Tanto idealismo y pragmatismo nos hizo volar y situarnos por encima del bien y del mal, del orden y el desorden, y como toda cura de humildad, acabó estrellando al ensoñador. Acabó estrellándonos a todos, sí, a ti también.

Decía nuestro amado Quijote que la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida.

El COVID-19, que no deja de ser un episodio más en la historia del ser humano, no solo contiene su vertiente biológica epidemiológica. Contiene una vertiente más profunda y con más efectos que todavía no se ha expandido al 100%: la vertiente moral y ética. Cual reprimenda irremediable de un padre a un niño, esta sociedad maquiavélica de consecuencialismo exacerbado, tripulación sin brújula que navega por los mares de la incredulidad y la realidad paralela, se encuentra encallada en una isla remota y nublada.

Nublada de pensamiento, de valores, nublada de principios. Nublada de contaminación también, de las 33 giga toneladas de CO2 producidas al día, de aquel glacial en la Antártida donde ahora solo queda una placa.

Decía el semanario liberal The Economist en su número del 17 de marzo, que hay tres claves para combatir el coronavirus: la actitud frente a la incertidumbre, la estructura y capacidad de los sistemas sanitarios y la confianza y seguridad en la clase política. Bajo mi opinión falta una, la respuesta a largo plazo del ciudadano de a pie. La verdadera lucha no está teniendo lugar en estos trágicos momentos, tendrá lugar cuando IFEMA haya cumplido con su labor y toque levantar todo lo que este terremoto habrá derrumbado. La batalla de verdad es la del día después. Ahí veremos si la especie ha evolucionado y ha templado esta fiebre enfermiza que ya empezó mucho antes que el coronavirus.

Dos factores son claves en esta crisis. Por un lado, decía Montesquieu que los acontecimientos nunca ocurrían por accidente. No es la fortuna la que gobierna el mundo, es la suma de la marcha general de las cosas la que conlleva en ella todos los acontecimientos particulares. En relación a estos acontecimientos particulares, Kant equiparaba la ley de naciones que rige el mundo con el estado de naturaleza: ‘los Estados al igual que los individuos en el estado de naturaleza procuraban preservar su libertad absoluta incluso al precio de un estado de salvajismo sin ley’.

Pensar que el COVID-19 solo fue un accidente mientras la especie humana se pisoteaba salvajemente a sí misma con bandera y populismo en mano,son nuestros grandes males. Espero que al menos cuando se desactive la alarma y paradójicamente empiece, ahora sí, la guerra de verdad, hayamos aprendido al menos estas dos lecciones. Espero que este encierro no se quede en Netflix, el yoga virtual, los aplausos y los servicios premium gratuitos. Y si todavía sigues pensando que todo esto fue un accidente, oda al encierro.

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