Sociedad

Nada detiene el cólera en Haití

  • La epidemia prosigue su avance imparable por toda la isla mientras la ayuda internacional es escasa para las necesidades reales · Los cascos azules nepalíes siguen siendo objeto de la ira popular

Una mujer con cólera yace bajo la tienda de campaña. Recibe suero intravenoso y las enfermeras se aseguran de que tome agua de tanto en tanto. Pero todos los esfuerzos para rehidratarla son en vano: se desmaya y tras 20 minutos de masaje cardíaco los médicos la declaran muerta.

"Van cuatro muertos hoy. Era joven: 30 años. Hay algo que está mal en este servicio de urgencias. Tenemos que hacer algo", dice el médico estadounidense que se ocupó de ella, miembro de la ONG Partners in Health.

El número de fallecidos por cólera en Haití ha alcanzado los 1.344, según un nuevo balance del Gobierno haitiano divulgado ayer y que eleva a casi 57.000 la cifra total de contagiados.

El hospital Therese está en Hinche, una ciudad del centro de Haití bañada por el río Artibonito en la que fueron detectados a mediados de octubre los primeros casos de lo que luego se convertiría en una epidemia.

La tienda es una de las grandes carpas azules o caquis instaladas frente al pequeño hospital para tratamiento del cólera.

Dos hombres trasladan un ataúd, las gallinas corretean bajo las camillas y luego entre la chatarra de un auto ubicado entre dos tiendas. Las enfermeras con túnicas azules se afanan en ocuparse de todos los pacientes. Los cuatro cadáveres fueron colocados más lejos, sobre el pasto, a pocos metros de una pila de desechos en llamas.

Desde el inicio de la epidemia, las muertes por cólera registradas sólo en este hospital se elevan ya a 22.

"Evoluciona de forma negativa", se inquieta el doctor Prince-Pierre Sonçon, director del centro de salud. "Al principio de la epidemia teníamos cuatro casos por día, luego 15, luego 35. Esta mañana ya vamos por 60", dijo.

Sin internet, el hospital se enfrenta dificultades a la hora de transmitir los balances a las autoridades de Puerto Príncipe. "Necesitamos más cloro, suero hidratante, dispositivos gota a gota, antibióticos. Tenemos reservas, pero la demanda es tan grande que dentro de poco no va a alcanzar", prosigue Sonçon, un joven médico haitiano.

Los pacientes llegan uno tras otro. Una pareja con un pequeño en calzoncillos y descalzo, visiblemente extenuado. Un joven en vaqueros, camiseta roja y calzado deportivo blanco llega solo. Sus dolores son evidentes y vomita mientras espera sentado en un banco a que lo atiendan los doctores.

"Es muy duro. La gente está llegando en muy mal estado", se desespera Atalante Saint-Preux, una joven enfermera haitiana. "Son amigos, hermanos y hermanas, tenemos que ayudarlos", enfatiza.

Marie-Lourde Denis, de 37 años, fue hospitalizada el miércoles. "Tuve cansancio y mareos después de lavar la ropa", en el vecino río Guayamouco, explica. Mejoró y dentro de poco le darán el alta. "Me lavé la cara con agua del río. Creo que esa fue la causa de que lo pillara", comenta. "Tres días después, tuve diarreas, vómitos y dolores muy fuertes de barriga. Enseguida fui al hospital porque pensé que sería cólera", añade.

En la localidad de Hinche, los cascos azules nepalíes, acusados por parte de la población de haber llevado el cólera a Haití, de donde había sido erradicado casi cien años atrás, fueron blanco de pedradas el miércoles pasado, durante una protesta de unos 400 manifestantes que dejó seis heridos entre los soldados de la Misión de Naciones Unidas.

"Igual limito mis salidas todo lo posible", explica Antonin Danalet, un joven suizo profesor de matemáticas de la universidad: "Desde el lunes, dos veces me insultaron en la calle. La gente me trata de forastero, me ve como alguien que puede traerles el cólera".

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