El caso de Diana Quer ha provocado que me declare objetor frente a los informativos de todas las televisiones. Sin hacer distingos entre las públicas y las privadas, puesto que todas han entrado al trapo como pirañas a hurgar en el asunto. Hasta extremos intolerables. Obscenos. Llueve sobre mojado. Es verdad. Y seguramente estos informativos de los que ahora reniego llevan poniéndome al límite desde hace tiempo. Lo del juicio de la Manada, por citar un ejemplo concreto y recurrente del pasado año, no fue plato de gusto en cada comida, cada merienda y cada cena, hurgando en la herida y rebañando carnaza hasta el paroxismo.

Pero todo tiene un límite. Y mi cuerpo, y mi mente, dijo hasta aquí hemos llegado precisamente el 29 de diciembre. Así es que desde el día 30 permanezco a dieta de informativos. Me causan rechazo. Y no voy a ser tan masoquista de atizarme con el látigo. El tratamiento informativo a todo lo relacionado con el planeta Diana Quer y con El Chicle ha logrado lo que nadie había conseguido. Mi aprensión y mi más absoluta indiferencia hacia cualquier relato presidido por el morbo.

¿Que para qué sirve declararse objetor? Es posible que no cambie el mundo, pero sí sirve, y mucho, para tomar conciencia de hasta dónde somos capaces de llegar, qué estamos dispuestos a soportar. ¿De qué me sirvió declararme objetor de conciencia cuando me opuse al servicio militar? Fue un gesto valiente íntimo, una afirmación de mí mismo. Un posicionamiento. Una cuestión de principios.

Objetar a la fórmula sensacionalista que preside las escaletas de los informativos es lo menos que se puede hacer ante el despropósito en que han incurrido los noticiarios. No podemos tolerar tanta basura, tanto exceso. No podemos inmunizarnos ante el delirio. Urge apagar entonces el televisor.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios