Crónica del Festival

Eurovisión, los reinos de 'La, La, Land'

  • La gala de 2019, tan espectacular como cansina, se creció tras los concursantes con los divos y sus versiones más la 'tuerta' Madonna que desafinó tela

Miki Núñez en su actuación de este sábado en la final eurovisiva

Eurovisión es una portada de feria en movimiento, el punto del planeta con mayores luces LED por centímetro cuadrado. Bievenidos al sueño moderno del La, la, la. La sublimación massieliana. Viva La, la Land. Spain... unos cuantos points. Algo es algo. Miki estuvo mejor que Madonna, que desafinó su trillado Like a prayer.

Eurovisión vuelve a ser lo que ha venido siendo en estos años:un gran espectáculo de focos y golpes de dj, un morrocotudo programa de televisión (por expectación, por duración), con excesos,  con algarabía desatada. Con Madonna tuerta. Y Bar Refaeli de presentadora, ay. Con Jean Paul Gaultier, vestidor de la gran diva. Y mucha gente. Una bulla de colores. Gente por encima del escenario, volando, clonada, encima de una silla, entre muebles de Ikea como nuestro Miki. Con tipos que no sabían cantar, como el de San Marino, y otros que fichan por Il Divo, como el de Israel. Shawn Mendes transformado en el cantante neerlandés, Duncan Laurence. Volaban alto los Países Bajos. Y el gospel de Suecia, con John Lundvik. Y la revisión de Loco Mía de Islandia. Una distopía malaje. Uf, qué cantinela.

Porque lo de este sábado fue cansado y cansino. Eurovisión es también empacho, cansancio, un abuso de sí mismo. Un chunda chunda que martillea con colorines. Hay que ser muy eurofán, que suena como a lycra, para tras tantos días de vísperas digerir del tirón todo lo vertido en la noche del sábado por La 1. Si hay que elegir una voces de  este reino de La, La, Land  (tan pesado como la película) nos quedamos con Julia Varela y Tony Aguilar. Han nacido para contarnos con ánimos este cansinismo ilustrado de Eurovisión. Uribarri e Iñigo están muy bien aposentados en la memoria.

Al margen de la narración, el festival de 2019 podría haber sido el de 2013. El de 2006. O el de 1959 pasado por los efectos especiales del iphone. Hay que añadir muchos efectos especiales para ocultar tantas canciones sin nada en especial. Que suenan a lo mismo. Unas a otras. Si no fuera porque aparecen nombres como “Macedonia del Norte” diríamos que nos habrían colado el Eurovisión de hace veinte años.  Las versiones de los divos en la espera del televoto fue lo mejor de la noche. Y sobre todo esta versión de Halleluhah ganadora de 1979... Necesitamos que alguien, algún día, se vengue de lo que le pasó a Betty Missiego.

Hallelujah en la versión de los divos eurovisivos

 Los solistas masculinos estaban al alza. Y las chicas querían en su mayoría jugar a Eleni Foureira, la chipriota que sorprendió el otro día en Lisboa. La de Malta abrió con reggateon, chamaleon, chamaleon. Y la bielorrusa, de Britney Spears, tacatacatá.  En fin, casi todos los países han jugado este año con la intensidad discotequera, la ampulosidad al límite de lo pretencioso.  Un Ibiza a deshoras. David Guetta con coreografía.  Como el Javián de Estonia o los noruegos, con un abuelo de Ayamonte, como María Isabel. 

Eslovenia nos trasladó al año pasado con los inolvidables Alfred yAmaia. Con la extraña melodía de Alemania, sororidad en su mensaje. Para resumir el aire de tostón valen los tres minutos de Serbia (pongan youtube), entre galaxias. Su versión de luxe era la de la australiana Kate Miller, Caballé surgida de Juego de Tronos disfrazada de Frozen. A España no le beneficiaba ir la última de la gala pero le vino bien entrar en la recta final de un concurso en subidón, con los números más llamativos de la noche. La producción ejecutiva reunió el mensaje reivindicativo de Francia, Bilal y su bailarina de peso; Mahood de Italia; y el más jaleado por los adolescentes, el suizo Luca Hänni. Después, la bamboleante australiana, tan elevada en todos los aspectos. Miki no se cayó por las escaleras, no le apareció ni un gallo... La venda sólo podía ir a mejor, pese a la marioneta fea.  Y lo tarareaba el público. Y hasta el presentador. Estuvo simpático (Miki, y el presentador también).  Bien. Veníamos de un último y penúltimo lugar en los dos últimos años en Eurovisión. Un puesto 22º que sabe a poco. Pero, sinceramente, debíamos esperar realmente algo así.

El de Terrassa salió al aire libre. Trajo aire fresco, ritmo, en este La, La Land de cansinos y pedantes. Europa (y los australianos desayunando) miraba a  Israel, de espaldas a Palestina. ¿Dónde está Macedonia del Norte?

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