Toros

Brotes verdes de un gran Pinar

  • El torero albacetense, robusto en técnica y temple en su presentación en la Maestranza, corta una oreja, con petición de la segunda, y pierde premio en su segundo toro por el fallo con la espada

GANADERÍA: Corrida de San Miguel, en conjunto muy mal presentada y de mal juego. El mejor, el tercero. TOREROS: Luis Bolívar, de nazareno y oro. Tres pinchazos y un descabello (saludos). En el cuarto, estocada (silencio). Salvador Cortés, de nazareno y oro. Pinchazo hondo, pinchazo y pinchazo hondo (silencio). En el quinto, pinchazo y media (silencio). Rubén Pinar, que se presentaba como matador de toros, de rosa y oro, estocada en todo lo alto hasta la empuñadura (oreja tras petición de la segunda, con dos vueltas al ruedo y bronca a la presidencia por denegar el segundo trofeo). Dos pinchazos y casi entera (saludos). Incidencias: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Lunes 12 de octubre. Corrida del Día de la Hispanidad. Último festejo de la temporada organizado para la Cruz Roja de Sevilla.

A ver quién es el que duda de la existencia de brotes verdes en este país con más de cuatro millones de parados... Por ejemplo, ayer, sin ir más lejos, disfrutamos a la vera del Guadalquivir de un Pinar, un Rubén Pinar, que con tan sólo un año de alternativa creció en la Maestranza, donde ofreció unos brotes verdes esperanzadores de torero capaz, listo, con desparpajo y que, bien plantado, conoce los terrenos donde se planta. Robusto y sólido en capacidad y técnica, rozó la Puerta del Príncipe: cortó una oreja a su primer toro, con petición de la segunda, que denegó la presidencia y perdió premio por la espada tras su segunda faena. Sus compañeros Luis Bolívar y Salvador Cortés, con malos lotes, saldaron en blanco sus actuaciones en la última corrida de la temporada sevillana, en la que se lidió un encierro desigual en presentación y juego de San Miguel.

Rubén Pinar contó con el lote más propicio para el éxito. Se enfrentó en primer lugar al mejor toro del encierro, el tercero, aceptablemente presentado y que dio buen juego. El diestro albaceteño conquistó de inmediato al público, que atisbó su entrega y vibró con el gran valor de su faena: la ligazón. Porque si hubo una clave importante para el triunfo fue la claridad de ideas del joven torero, de 19 años, para elegir terrenos -las afueras- y estar siempre bien colocado y aguantar con valor para unir los muletazos en series largas, de hasta cinco muletazos y el de pecho. Así sucedió cuando toreó con la diestra en las primeras tandas. Muy listo, en otra serie por ese pitón, cuando el toro quiso pararse, lo provocó y lo embarcó en el toreo en redondo tras un inspirado cambio de mano que hizo saltar la banca. Las ovaciones también se sucedieron cuando toreó con la izquierda, con la que dibujó dos naturales al ralentí de excelente corte. Con el toro ya apagado, metiéndose en su terreno, le obligó en un ocho. Pinar, con una suficiencia impropia para su corto bagaje, cerró perfectamente al animal en las rayas. Se perfiló y se tiró a morir, siendo prendido por la espalda -el pitón derecho resbaló por debajo de la chaquetilla- en una escena escalofriante, entre tanto el toro, con el acero enterrado en todo lo alto y hasta la empuñadura, le levantaba como a pulso con el cuerno bajo la chaquetilla, le soltaba, perdonándole la vida al diestro, y caía al poco a los pies del lidiador. El público, enardecido, se revolvía nervioso en esos segundos eternos y, al fin... respiraba. Esa angustiosa escena vivida incrementó las pulsaciones de los espectadores y de inmediato nevó en los tendidos, con petición mayoritaria de pañuelos. La presidenta concedió una oreja y se resistió a conceder la segunda. Escuchó una bronca enorme. Y el torero, aclamado apasionadamente, dio dos vueltas al ruedo. Si algo le faltó a la faena fue otra serie por el pitón izquierdo y toreo de quilates con el capote -norma habitual en la neotauromaquia-.

Rubén Pinar plantó cara al descastadito sexto, que acudió a la muleta de manera distraída y saliendo con la cara alta. El diestro había lanceado con acierto, dibujando dos delantales, una chicuelina y una media en corto espacio. En la faena, con la diestra, le cogió de inmediato el aire, con un temple envidiable y tapándole la cara con la muleta. En una de las series, el animal persiguió la franela como si estuviera imantado a la tela. Por el pitón izquierdo, por el que se quedaba cortísimo, el albacetense no pudo lucirse. En el epílogo aguantó mucho en cercanías, con un inspirado pase del desprecio. Faena técnica, de gran calado, que malogró por el fallo con la espada.

Luis Bolívar no pudo lucirse ni con el descastado primero, que se echó tras el primer muletazo, ni con el cuarto, muy molesto, que siempre acudía y salía con la cara por las nubes.

Salvador Cortés porfió en una faena entonada ante el manso segundo, un toro sin poder y manejable. Ante el quinto, un animal sin entrega, que embestía sin continuidad, el torero de Mairena del Aljarafe concretó una labor desigual, con muchísimos muletazos, que no calaron en el público. Con el capote había dibujado un par de bellas verónicas a pies juntos.

Aquí, junto al Guadalquivir, no hace mucho, creció como novillero un Pinar que ahora, en su primer año como matador de toros, ha dado sus primeros brotes verdes. Un Pinar que en su etapa primaveral ha echado raíces en el otoño sevillano, interesantes brotes verdes en este jardín inmenso del toreo que ha sido siempre la Maestranza, justo en la tarde en la que se cerraba su histórica cancela en la pobre temporada 2009.

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