Toros

Lección magistral de Ponce, que borda el toreo y sale a hombros

cuarta de la feria de la magdalena de castellón Ganadería: Toros de Núñez del Cuvillo, terciados, pobres de cara, en el límite de las fuerzas y bajos también de raza, a excepción del buen tercero y, en parte también, del primero, de tanta clase como escasa fortaleza. TOREROS: Enrique Ponce. Estocada (oreja); y estocada (oreja tras aviso). Sebastián Castella. Pinchazo y estocada (silencio); y pinchazo y media (ovación). José María Manzanares. Estocada (oreja); y media (palmas). INCIDENCIAS: Plaza de toros de Castellón. Casi lleno.

El diestro Enrique Ponce dictó en Castellón una lección magistral de sabiduría y toreo excelso para imponerse a sus dos toros de Cuvillo, bordándolo en una gran faena al cuarto, y salir a hombros en la cuarta de La Magdalena.

Llegaban las figuras a Castellón en un cartel de relumbrón para iniciar el último fin de semana de la feria de La Magdalena. Enrique Ponce, Sebastián Castella y José María Manzanares en un cartel de los que se denominan bien rematados; y la gente cumplió con la expectación generada cubriendo casi en su totalidad el coso castellonense.

Ponce sorteó en primer lugar un cuvillo ideal para plasmar su estético, elegante y mayestático toreo. Un toro muy noble y con muchísima clase, aunque un punto limitado por sus poquitas fuerzas. El valenciano imprimió suavidad y mucho temple en todo lo que hizo, que fue bellísimo. Toreo para paladearlo con una gran tanda a derechas en el último suspiro.

En el cuarto se vivió uno de los momentos más intensos de la tarde con un Ponce magistral en todos los órdenes para inventarse una faena imposible y darle una estructura y un final de obra grande ante un toro por el que de salida nadie apostaba.

Manseó el cuvillo y protestó en el caballo, empezando la faena de muleta sin querer saber nada, yéndose suelto y rehuyendo la pelea. Pero Ponce no desistió y, haciendo gala de su inmensa sabiduría y de su técnica sublime logró el imposible, es decir, hacer embestir a un animal que no quería.

Temple y mucho mimo, todo a favor de obra, y el toro, de repente, tomó la muleta, la que viajó en todo momento a escasos milímetros de la cara, muy tapado, y así fue el cuvillo una y otra vez, mientras Ponce dictaba otra clase magistral. Hubo doble petición de trofeo, pero, al final, el presidente sólo concedió una.

A Castella le tocó bailar con la más fea en su primer turno frente a un toro que se defendió mucho por sus nula fortaleza, siempre con la cara natural, sin entregarse. El francés lo intentó, pero no pudo hacer nada más que despenarlo y recibir un silencio sepulcral.

El quinto fue otro de los garbanzos negro, un toro bruto y áspero con el que Castella sólo pudo mostrarse valiente, dentro de un conjunto finalmente ovacionado por los tendidos.

Manzanares rayó a notable nivel frente al buen tercero, toro noble y humillador, aunque limitado de fuerzas, al que el alicantino fue afianzando en una faena siempre a más, que acabó con varias tandas en redondo de mucho empaque y sabor, gusto y despaciosidad, aunque faltara un poco más de ajuste y hondura para que aquello hubiera sido de dos orejas, y no de una como finalmente paseó.

El sexto fue toro imposible para el lucimiento y José María Manzanares no pudo pasar de discreto.

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