Feria de San Isidro

La víctima fue la que se esperaba

  • La tarde estaba como dibujada para la reaparición de Alejandro Talavante, que cortó una oreja

  • Juan Ortega se estrelló con unos 'jandillas' a contraestilo

Alejandro Talavante se coloca de frente para citar a uno de los toros que ayer le cupieron en suerte.

Alejandro Talavante se coloca de frente para citar a uno de los toros que ayer le cupieron en suerte. / fotos: kiko huesca / efe

Corrida inmersa en la Feria de San Isidro, pero fuera del abono, lo que posiblemente fuera causante de que no se colgase el no hay billetes. Una corrida con un cartel tan extraño como atractivo y que chafó la áspera corrida de Jandilla con la salvedad del toro de Vegahermosa lidiado en tercer lugar y que iba a permitir que el protagonista de la tarde, el reaparecido Alejandro Talavante, tocase pelo en lo que pudo considerarse cima dentro de una corrida repleta de simas.

Y es que la tarde llegaba con nombre propio y también con una especie de emboscada propia de esas jugadas de apoderados que tanto se dan en el circuito. El hombre y el nombre de la tarde era el de Alejandro Talavante, que se fue de forma sorprendente en el Pilar de hace cuatro años, que dejó discurrir la pandemia viéndola desde su finca de Extremadura y que la normalidad le llevó a dejar pasar Sevilla y reaparecer en su plaza preferida nada menos que con cuatro tardes a la vista. Torero del gusto de Madrid, y de todo el toreo, acaparaba la atención de la tarde ante la mirada absorta de Juan Ortega.

El trianero, que ha salido de Sevilla bajo la espesura de esos silencios de la Maestranza que tanto pesan en el ánimo de cualquier torero, se veía atrapado en una especie de encerrona. Con Madrid esperando a Talavante, su papel secundario estaba a expensas de que un toro de Jandilla metiese la cara en su capote. Y con ese ánimo y Las Ventas sin agotar el aforo, de cómo discurriese la tarde podría clarificarse una temporada que no ha empezado para Juan como se esperaba. Pero las ilusiones iban quebrándose según iba saliendo de chiqueros un jandilla tras otro.

Toros que pedían mucho oficio y un alarde de técnica, ya que el que no reponía hasta dejarte sin poder colocarte para ligar venía el que se paraba para topar a cabezazo limpio. Y ante esto pasó lo que tenía que pasar, que la experiencia es un grado y la técnica dos grados, por lo que Alejandro Talavante salió de la aventura sin perder un ápice de prestigio mientras que Juan Ortega ve cómo la cuesta se empina y qué caro está pagando el peaje de haber toreado tan poco. El caso de Juan Ortega está muy repetido en la historia del toreo y como quien tiene el duro es quien puede cambiarlo, esperemos que un torero de tan buenísimas maneras encuentre más pronto que tarde el toro que le devuelva a la buena senda. Y como dato positivo hay que destacar el buen uso que hizo de la espada. Y eso en tardes malas sirve de tapabocas, una bendita forma de no enfadar más al tendido, a un tendido que ojalá siga esperándolo.

Ya decimos que el hombre del día era Alejandro Talavante, el torero que estuvo detrás de la mata en las duras y que reaparecía en su plaza de Madrid con el reto de matar cuatro corridas en San Isidro. Acogido y tratado con afecto quiso toda la tarde y pudo sólo a ratos, lo que consiguió con el toro tercero, llamado Follonero y que llevaba la divisa de Vegahermosa. Con ese toro, Talavante, que lo había brindado a la plaza, hizo una faena con dos fases. Empieza con hieráticos naturales que llegan al tendido, pero que corta el toro quitándole la muleta. Tras unas probaturas a un toro que se come literalmente el engaño llega la conjunción, el diálogo de torero y toro para brillo considerable con esa forma que el extremeño tiene de llevarse el toro atrás de la cadera con el remate de unos cambios de mano monumentales. Una estocada a ley le puso la oreja en su poder y Las Ventas rugió con su toreo amanoletado de tan vertical. En el resto de su lote estuvo siempre por encima, muy seguro, firme y luchando contra la aspereza de uno y de lo poco que duró el otro. Es lo que ocurrió en una corrida programada atrabiliariamente en la que la víctima de ella no supuso sorpresa alguna. Y es que convendría cuidar algo mejor a un artista.

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