Despedida

A mi tío Paco

  • Francisco Ramírez fue pintor, activista cultural, socialista, manager de los 091, La Guardia o Enrique Morente... muchas cosas para una vida y aún faltarían bastantes más en la lista

Paco Ramírez

Paco Ramírez

Hace apenas un año, sin saber lo que el destino le tenía deparado para este 2020, mi tío Paco me entregó una carta con sus últimas voluntades. En ella disponía, entre otros detalles singulares, que su ataúd fuera el más barato posible, que no portara cruz y que nos tomáramos unas copas a su salud en el bar. También pedía que “mi sobrino Tacho diga lo que crea conveniente sobre mí.”

Hace un mes, en una desangelada ceremonia de cremación, cargado de ansiolíticos, solo fui capaz de balbucear algunas torpes palabras y anunciar que algún día haríamos una fiesta de despedida como él se merecía. Inmediatamente después me invadió un sentimiento de vergüenza por no haber estado a la altura de su encargo, mucho menos de su fabulosa vida. Como sé que eso no es posible, solo aspiro a atrapar en estas líneas algo del brillo de su existencia.

La esquela de Paco Ramírez dice así: “Pintor, Activista cultural, Socialista, Funcionario Internacional de la UNESCO, Manager de los 091, La Guardia, Enrique Morente y Mario Maya, Director General de Promoción Cultural de la Junta de Andalucía, Presidente del CAB, CIC, AA VV Parque del Genil de Cenes y del Colectivo 220.”

Muchas cosas para una sola vida y aún faltarían algunas más en esa lista. Paco siempre estaba embarcándose en nuevas aventuras. Era inquieto, inconformista y curioso. Un culillo de mal asiento que le decía mi madre. Pero si tuviera que elegir una sola palabra para definirlo, esta sería generosidad. Una generosidad temeraria

Paco ejercía un socialismo que podríamos llamar integral, aplicado a todas sus posesiones. Sus casas y sus cosas eran de propiedad comunal. Su pequeño chalet de Colinas Bermejas siempre estaba abarrotado de amigos, rockeros, artistas y transeúntes que vaciábamos su nevera, gastábamos su leña y nos bebíamos su ron hasta caer rendidos de noche en algún rincón. En aquella casa pasaba temporadas Enrique Morente cuando Estrella era un bebé. Y los chilenos de Quilapayún, a quienes Paco había cobijado durante meses en su piso de París después del golpe de Pinochet en el 73. 

Cuando a finales de los 70 Paco llegó a Granada, tardó muy poco en gastarse todo el dinero que le dieron por haber trabajado veinte años en la UNESCO. Y lo hizo con nulo sentido práctico pero mucho amor al arte en cosas como comprar instrumentos a un grupo de descerebrados adolescentes que no sabíamos tocarlos, organizar un sinfín de semanas culturales por pueblos perdidos o invitar a cenar cada día a una docena de noctámbulos, aspirantes a artistas y siempre lampando. No sé si aquello podría llamarse mecenazgo, agitación cultural o fundirse el dinero con los amigos, pero ver a aquel hombre en sus cuarenta, guapo, culto y cosmopolita, compartir todo lo que tenía con la panda de desarrapados que éramos entonces, fue un momento de los que no se olvidan.

Todo esto lo hacía Paco sin dejar de reír y sonreír. A Joe Strummer le gustaba imitarlo. Se colocaba un palillo de dientes en la boca (entonces Paco fumaba sin parar tabaco negro con boquilla), sonreía exageradamente todo lo que daba de sí su derruida dentadura y, con su peculiar ceceo en español, preguntaba: “¿Quién zoy yo?’”. Y él mismo se respondía: “¡Zoy el tío Paco!” Y se partía el culo.

Ocurre que cuando uno solo escribe cosas buenas de una persona que acaba de morir, termina por aparecer el tufo de lo falso porque las personas de verdad tienen defectos, y Paco Ramírez era una persona muy de verdad. Por suerte, sus defectos eran una extensión de sus propias virtudes. A veces podía transgredir lo moral (y lo legal) por hacerle un favor a un amigo. En cuyo caso había que pedirle que no te hiciera el favor para que no se metiera en un lío. Otras veces podía adornar exageradamente la realidad, pero solo para hacérnosla más interesante y divertida y desde luego, en el cuento de La Hormiga y la Cigarra, él se parecía mucho más a la Cigarra.

Horas antes de morir se cachondeó de Trump y nos dijo: “¡Pelead, no dejéis de pelead!”

La consecuencia inevitable de su forma de ser es que Paco tenía cientos de amigos. Algunos que ya he nombrado, Enrique, Mario, Joe… se suman a una larga lista de personas relevantes que Paco conoció en su proteica vida. Gente tan dispar como Rafael Alberti, Cortázar, Moustaki, Frank Margerin, Vázquez de Sola, Manu Chao… pero yo quiero hoy acordarme de estos otros que no encontraréis en la wikipedia: El Negro, Javier, Peter, El Fortes, Fonfi, El Bolio, Mari Paz, Gabi, El Fiti, Manolo y Ramón Martín, Juan Marcos... y tantos otros que lo querían.

Muchos de ellos siguieron en vilo su evolución cuando lo aislaron en el hospital temiéndose lo peor. Hay personas como Paco que producen un efecto aglutinador, presientes que después de ellos nada será igual porque son el nexo que te unía a otras muchas personas, que tarde o temprano desaparecerán como si se hubieran ido con ellos.

Algunas horas antes de que muriera pude hablar con él por videollamada junto a mis compañeros de 091, sus queridos 091. Estaba cansado, pero de buen humor. Se cachondeó de Trump y celebró su derrota. Luego, antes de colgar, elevó la voz con una energía juvenil extraña para un hombre de casi 86 años que está a punto de morir, y nos dijo: “¡Pelead! ¡No dejéis de pelear! ¡Aún queda mucho que pelear!”. Nos callamos y sonreímos como si no lo hubiéramos escuchado, aquello sonaba a despedida.

Dejaron que su mujer Amparo y sus hijas, Paloma y Candela, entraran a decirle adiós y supongo que mi prima Mary Joe desde París consiguió conectarse espiritualmente con él a través de alguna de sus brujerías. Después murió solo. Sí, solo.

Tengo una manía, odio los perfumes, todos. El único que me gusta es el que usaba mi tío cuando yo era niño. Paco traía ese olor cuando por el verano y las Navidades llegaba de París como un vendaval de alegría, cargado de regalos para la familia. Era un perfume caro con un elegante aroma a vetiver. Yo me embadurnaba con él, me gustaba oler a mi tío Paco. Dejaron de fabricarlo hace años, supongo que pasaría de moda. Hace unas semanas vi que lo habían sacado de nuevo. Pensaba regalarle un botecito el día de hoy por su cumpleaños. Lo compraré para mí. Quiero oler a parisino cosmopolita, a risas, a tener cientos de amigos, a no perder la fe en la humanidad, a Ron Pálido y tabaco Condal... quiero volver a oler a mi tío Paco.

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