Entre bambalinas

Cultura, fiesta y turismo

  • El Carnaval y la Semana Santa son de creación propia, propicias para procurar un público foráneo sano y de calidad que las aprecie

Los Santos Mártires, con su historia a cielo abierto.

Los Santos Mártires, con su historia a cielo abierto. / Javier Albiñana

La muy hospitalaria ciudad de Málaga se ha caracterizado en los últimos años por ser un macroevento sin apenas pausa. Navidad, Carnaval, Festival de Cine, Semana Santa, procesiones de Gloria, carreras urbanas, la Virgen del Carmen, Feria, pasarela Larios, Halloween, un respiro mínimo en noviembre y, de nuevo, luces en calle Larios. Un ciclo sin fin.

El turismo, sector prioritario en la ciudad, ha sido el gran descubridor de estas fiestas y eventos culturales, algunos con más arraigo que otros. Y lo ha consumido de manera voraz, sin medida, sin siquiera querer entender qué tiene ante sus ojos. Entre tópicos de traje de flamenca y borrachera de un vino típico muy fresquito, la procesión del Cristo de la Legión (ya saben ustedes) y preguntar a qué hora cantan las chirigotas (“aquí son murgas”). Consumidores de globalización, de lo mal vendido en webs de dudosa calidad y fotos con mucho contraste subido. Y una Málaga que, por tal de tener masas que suelten dinero, tampoco se preocupa.

Pero el Carnaval y la Semana Santa pueden tener, si así lo desean, un turismo sano y de calidad. Que aprecie ambas fiestas y las valore como son, sin necesidad de convertirse en un reclamo hortera. Las dos fiestas, de entrada, son cultura propia, construidas a lo largo del tiempo entre desamortizaciones y prohibiciones. Perfeccionadas poco a poco y con mucho camino por recorrer aún. En esa línea toca construir por amor propio, sin pensar en el número de espectadores foráneos. Podrán ser cien o miles, pero no se hará menos si no vienen.

Ya existen algunas iniciativas que, aunque se puedan perfeccionar, son un buen instrumento para el turismo positivo e interesado en la cultura. Las rutas Málaga Nazarena están ya completadas e invitan a conocer muchos hitos cofradieros, incluida la Tribuna de los Pobres. Se sale de la norma de sólo exponer a “las de siempre”, pese a que haya defensores de repetir hasta la saciedad el mismo eje de las más famosas.

El Carnaval tiene una ventaja que lo distingue de otros: su pluralidad. Puede aún aprovechar más la creatividad y buscar a un público local que lo afiance, pero con el turista es sencillo: los desfiles y la Batalla de las Flores maravillan al foráneo, que se ríe a carcajadas cubierto de papelillos (aún no sabe hasta dónde va a encontrarlos cuando se desvista) y le basta con el colorido y la fantasía. Y la letra de los grupos de canto podrá no entenderla, pero si las voces están equilibradas con la música, el aplauso está garantizado.

El público familiar y los grupos de amigos son el futuro de ambas fiestas. Lejos de los grandes paquetes turísticos donde todo vale, ofrecen una verdad heredada que sí aporta. Carnaval y cofradías tienen fuerza suficiente para reclamar lo que deben recibir en cuanto a lo que aportan y dar prioridad. Aunque no se lo crean.

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