Málaga

La fiesta de la alegría eterna

  • La comitiva reúne en la calle a familias y carnavaleros en una jornada colorida y hecha para el disfrute

La fiesta de febrero, trasladada por motivos cuaresmales al primer mes del año, conquistó ayer las calles. No hacía falta ningún arma para la toma, sino unos cuantos kilos de confeti y muchas ganas de pasarlo bien. La cabalgata del Carnaval emplazaba a todos, aunque fuese con dos coloretes rojos en las mejillas, a formar parte de esta tradición. Desde el pasillo de Santo Domingo partió un cortejo muy colorista. Hacía aún calor cuando los componentes del pasacalle La mascarada africana invadían el puente de la Esperanza. El aplauso resonó a lo largo del Guadalmedina, pues había muchas ganas de recibir papelillos que, una vez en el suelo, servían de competición a los niños para hacerse con ellos y dar color a los abrigos de sus familiares.

Todos los que forman el Carnaval se dieron cita en este encuentro. El dios Momo y la Diosa avanzaban al inicio seguidos de los caballeros, ninfas y otros participantes en esta competición por tener los trajes más bellos y destacados. Para hacer las delicias de los más pequeños, los pasacalles inundaron con grandes animales hinchables la calle Prim con los que interactuar, y provocar las risas y alguna que otra lágrima de miedo a los de más corta edad.

Avanzando frente al mercado de Atarazanas los niños pedían a sus padres fotos. Las Tortugas Ninja, Doraemon, la Bella y la Bestia o Cenicienta se detenían a cada instante, ya cubiertos de confeti, a dejarse captar por la mirada de un objetivo mientras los retoños, disfrazados de caballeros Jedi y la princesa Leia sonreían, espadas láser en mano.

Un grupo de superhéroes a ritmo de zumba ponía la nota de sonido a mitad del cortejo, poco antes del príncipe y la princesa del Carnaval elegidos esa misma mañana. "Poca música se escucha y se echan en falta a las carrozas", decía una mujer que animó a familiares y amigos a bajar al centro a unirse a la fiesta. Sin embargo las comparsas, murgas y cuartetos venían dispuestos a todo al final de la comitiva. Era ilusionante encontrar a merceros, guardianes de la conciencia, corsarias, legionarios, patatitas, alcaldes marineros, guías turísticos y gitanos hipsters juntos por la misma causa. La competición quedó en el Cervantes y era el turno de la alegría compartida, esa misma que hizo que los cuñados de En la tuya o en la tuya y los rumanos de Dimitri tran tran tran se juntasen en el sofá con ruedas de los primeros y participasen de la fiesta, copas de balón en mano. Sí, era turno del "humor, humor, humor", los cuplés y pasodobles.

En esta ocasión, la nota más emotiva la ponían los aviadores y nubes de la murga infantil Sopla el viento. Con sus 25 años como agrupación a las espaldas, los discípulos de Paqui Prieto no cesaron sus cánticos y lanzamiento de confeti hasta que culminaron el recorrido, pues había aún mucho que celebrar.

Con gran parte del cortejo en calle Larios, a las 19:00 se encendía el alumbrado navideño-carnavalesco para aportar una nota más a la jornada. El grupo escultórico de Este cuarteto es un misterio avanzaba a paso corto y más de uno preguntaba si pedirían la venia en la plaza de la Constitución. Los padres en apuros de Quién me ha visto y quién me ve acompañaron a sus hijos a ver el Carnaval, mientras la madre -si acaso bajó- sacaba el móvil para hacerles fotos. Y los hechiceros de La bruja cerraban la comitiva con su apariencia tenebrosa.

Tras un leve descuelgue al inicio de calle Granada, todo seguía dispuesto para seguir animando la fiesta. Papelillos, luces, agrupaciones, grupos de baile, trajes y sonrisas se dirigían a la plaza de la Merced para conmemorar la doble libertad: la de la fiesta desenfadada y la que el general Torrijos y los suyos inmortalizan con el obelisco que centra la atención a los viandantes. Una vez allí, llegaba de nuevo el turno de la alegría. Los escenarios se llenaron y el público fue accesible, de manera gratuita, a lo acontecido con anterioridad en cualquiera de los dos escenarios carnavaleros por excelencia. Y en medio de todo ello, aunque con discreción, Rafael Acejo. Cumplía, según dice, el último año de su mandato al frente de la Fundación del Carnaval. A pie de calle, los conocedores reconocían que se había avanzado mucho en los cuatro años que llevaba al frente, dignificando la fiesta y devolviéndola al lugar que se merecía.

Con la fiesta en las calles llegaba el turno de acercarse a vivirla. Desde hoy y hasta el entierro del boquerón, en cada esquina aguarda un grupo con las mismas ganas de divertir a quienes quieran escucharles que hasta ahora. Llegarán más historias, pero Málaga ya se hizo Carnaval.

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